Los que sigan este blog (los pocos que así lo hagan, digo) estarán extrañados de la disminución del número de entradas dedicadas al anime. Digamos que circunstancias laborales varias junto con el bajo nivel de la series de este año han provocado esta caída en mi productividad. Respecto a lo último, digamos que quizás este otoño rompa la tendencia (aún queda por ver a si culminan o no las promesas de esta temporada) y que gracias a esta parada y la extraña política de ediciones extranjera he podido revisar algunas de las series que me habían impresionado en su momento. En concreto, la más que notable Casshern Sins, una de las penúltimas grandes series de Madhouse antes de su distracción marvelita, y la ya clásica, aunque sea del 2002, Juuni Kokki, más conocida por Twelve Kingdoms (Los doce reínos)
En si la serie anterior tiene dos graves defectos. El primero, debido a su fecha, es que esta serie no se benefició de la revolución provocada por el ordenador, con lo que su animación puede parecer vieja y anticuada. De hecho, en este segundo visionado, ya maleado por el virtuosismo visual de las producciones recientes, se aprecian demasiado las diferentes manos, variando la animación entre asombrosa y mediocre, no porque sea estática, sino porque se han colado errores de dibujo que rompen el hechizo de una serie que funda gran parte de su atractivo en la descripción de un mundo de inmensa riqueza y belleza.
Una producción hija de las técnicas y rutinas, y por lo tanto cargada con todos sus defectos, pero también con todas su virtudes, no siendo la menor de ellas, el intento de evitar ese fotorrealismo que hace intrascendentes muchas producciones actuales, eligiendo una via quasipictórica en la que es posible distinguir las pinceladas, las huellas de las herramientas de dibujo en los fondos por los que se pasean sus personajes. Añádase a esto un uso de la música casi de avaro, con frecuentes secciones en silencio, excepto los ruidos escénicos, y que causan un efecto de amplificación, de ahora ocurrirá algo importante, cuando la banda sonora entra, tan distinto de las bandas sonoras hollywoodianas, donde la música es omnipresente y acentúa las acciones más banales... un uso que desgraciadamente ha sido heredado por el anime reciente, donde muchas veces la música no añade nada, sino que está ahí por un supuesto miedo al silencio que éstas producciones antiguas no tenían.
Hablaba de un segundo defecto, pero este defecto sólo lo es porque nos sirve para darnos cuenta de lo bajo que ha caído el anime en esta década, en gran parte por culpa de sus propios aficionados. Juuni Kokki adapta lo que en Japón se conoce como Light Novels, series de novelas sin excesivas pretensiones, orientadas al consumo masivo. Este es un fenómeno relativamente reciente, y podría decirse que comenzó con Boogiepop Phantom en el año 2000. No obstante, ni Boogiepop Phantom ni Juuni Kokki eran ligeras de contenidos (ni lo son por ejemplo Seirei no Moribito o Wolf & Spice) una constituía una aguda crítica social, disfrazada de relato de terror, mientras que la otra en su descripción de ese mundo de fantasía inspirado en la antiguedad china, se las arreglaba para adentrarse en los terrenos de lo que constituía el buen o el mal gobierno, del continuo conflicto entre los ideales, el bien de la población, los intereses particulares y la corrupción
Mucho ha llovido desde entonces, y el genero de Light Novels junto con el de sus adaptaciones animadas ha decaído hasta los abismos de Aru Majitsu no Index o la más reciente Kyoukai Senjou no Horizon, que básicamente son un compendio de estereotipos con los que satisfacer los deseos de los otakus, básicamente sexuales y de violencia, de forma que más parecen dedicarse a marcar elementos de una lista de imprescindibles (lolis, oppai, tsunderes, yuri) que a narrar una historia o mucho menos intentan crear un producto que honre al arte de la animación.
La diferencia no es poca, porque aunque los personajes de Boogiepop y Juuni Kokki eran adolescantes, estaban destinados a un público que esperaba productos de mayor altura intelectual, lo que lo provocaba que temáticamente se centrasen en los conflictos del paso de la juventud a la madurez, en el descubrimiento del horror y la crueldad del mundo. Un punto de vista orientado hacia el futuro, al mundo adulto en el que sus personajes habrían de vivir, que se plasmaba de multiples formas, en el diseño de los personajes, desprovistos de todo infantilismo, en sus descripción psicológica, donde no era posible identificar etiquetas, sino era para verlas destruidas con el transcurrir de los hecho, y un pulso narrativo en el que se contaba con la inteligencia del espectador, de forma que este, a pesar de la confusión inicial en la que se veía sumido, sería capaz de deducir lo que ocurría a medida que la serie continuase y ampliase su descripción del mundo propuesto.
Y como siempre, no les he contado de qué va Juuni Kokki, esperen a entradas posteriores, porque esta serie lo merece, y les dejo con algunas capturas sugerentes, de esas vías temáticas que eran moneda corriente hace una década y ahora parecen muertas y enterradas... ya saben por el moe complex, las exigencias de los otakus y los estereotipos.
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