miércoles, 22 de diciembre de 2010

Americana

Georgia O'Keeffe, Ranchos Church

Como ya había señalado en entradas anteriores, en este olvidable otoño madrileño han coincidido dos exposiciones sobre el arte de los Estados Unidos antes de la explosión del expresionismo abstracto. Una la dedicada a los paisajes de H. Durand en la Fundación Juan March, la otra, Made in USA, abierta en la Fundación Mapfre, que exposición tras exposición se va convirtiendo en cita ineludible del circuito madrileño, realiza una amplia selección de los fondos de pintura nacional de la colección Phillips

Había señalado también, en mis comentarios a la exposición Durand, como hacia 1950, con el reconocimiento mundial del expresionismo abstracto, los americanos se dieron cuenta de que tenían un arte propio que podía compararse al de las vangüardias europeas. Este autodescubrimiento les llevó a indagar en su propia tradición y a intentar escribir la historia de su propia evolución estética, no como un apéndice de las corrientes europeas, sino como una escuela nacional de carácter propio, que pudiera ser explicada por sí misma.

Arthur G. Cove Sand Barge
Por supuesto, como en todos esos esfuerzos de redescubrimiento y enorgullecimiento nacional, es inevitable cometer graves errores y dar una importancia inmerecida a artistas de segunda fila, que no serían ni considerados en la historia de los centros artísticos, pero que son, como digo, señalados y tomados como ejemplo, simplemente porque son nuestros (o suyos, en este caso). La exposición Durand de la March adolecía de este defecto, ya que la mayoría de los cuadros eran indistinguibles de la masa de paisajistas pintorescos que atestas los museos románticos europeos, todos iguales, todos prescindibles, por mucho que sus conservadores se empecinen en convencernos de los contrario.

Esta tendencia a exagerar la importancia del terruño, es también visible en esta selección de los fondos de la colección Phillips, centrada en el arte americano de la época de las vanguardias históricas, aproximadamente el periodode 1880 a 1950. Durante la mayor parte de ese tiempo, el arte americano estaba aún a remolque de los que pasaba en Europa y sus artistas respondían a los variados ismos que iban surgiendo el el viejo continente, sin ser capaces aún de crear un modo y una manera propia.

Esta dependencia es especialmente llamativa en los cuadros anteriores a 1910, en los que, a pesar de la existencia de artistas notables, como Winslow Homer, el ojo atento encuentra un fenónemo similar al que ocurría en España con Sorolla, cuadros de una factura modernista/formalista, pero que han sido pintados mucho tiempo después de que el movimiento hubiera surgido en Europa, es decir, cuando éste ya ha perdido toda su mordiente e impacto, y ha sido aceptado, domado se podría decir, como una forma válida que puede adornar los ambientes burgueses, sin provocar polémica alguna.

Y antes de seguir, puntualicemos. Esto no quiere decir que esos pintores sean mejores o peores. Como en el caso de Sorolla, algunos de estos pintores tempranos americanos son grandes artistas, pero el hecho de colocarlos en su contexto histórico, evita que colguemos la etiqueta de vanguardista o revolucionario a personalidades que no los son, ni pretendieron serlo.


Edward Hopper, Approaching the City

Entonces. ¿Qué es la exposición de la Fundación Mapfre? ¿Otra acumulación de pintores de segunda fila que en Europa sólo merecerían una mirada aburrida por parte de visitantes extraviados en algún museo?

Muy al contrario.

Si precisamente esta exposición es más que interesante, es porque cuando empieza a adentrarse en el arte americano del siglo XX, ilustra a la perfección el camino por el que el arte americano se independizará del arte europeo, o dicho de otra manera, como utilizará la libertad obtenida de las vanguardias para reflejar sus temas y preocupaciones propias.Unas constantes temáticas, que a medida que se avanza por la muestra empiezan a coincidir cada vez más con la idea que tenemos cada uno de nosotros de América, tras años y años de exposición a sus productos culturales, que puede expresarse en dos paradojas.

Por una parte la concepción de América, como la unión simultanea de espacios completamente opuestos, la ciudad como jungla de asfalto y hormiguero humano,  frente los inmensos espacios abiertos del interior, donde la presencia humana ha sido desterrada o al menos parece sobrar. Una oposición ciudad/naturaleza en la que se enfrentan progreso y técnica, artificialidad y cambio contra tradición y permanencia, pureza y naturalidad, pero que al mismo tiempo acaban fundiéndose en una síntesis en la que las inmensas metrópolis y las sobrecogedores espacios naturales acaban por adoptar una misma y única monumentalidad, como si no pudieran ser concebidos los unos sin los otros.

Más importante aún es el hecho de que, quizás por su propia naturaleza de rama secundaria del arte europeo, la distancia entre High Art y Low Art en la tradición americana sea menor que en el caso de la pintura del otro lado del Atlántico. Una difuminación de las fronteras culturales, de desaparición de categorías, que tendrá consecuencias dramáticas en el arte de los 60, esta vez sí, con su centro en los EEUU, pero que es perfectamente observable en esta selección de artistas americanos, con un acento visible en lo que podríamos llamar primitivos americanos, naïf en la acepción corriente, pero cuyos resultados resultan extrañamente cercanos a los de sus hermanos mayores de la vangüardia, y una acusada tendencia al primitivismo y la tosquedad entre los autores claramente modernistas/formalistas, sin que esto sea en sí una afirmación programática, sino un resultado de una larga convivencia, donde, como digo, todos forman parte de la misma familia y las fronteras se han desvanecido hace largo tiempo.

Stefan Hirsch, Mill Town

Es de esta yuxtaposición de conocido/desconocido, nuevo/antiguo, culto/popular, de multitud de corrientes subterráneas que acabarán desembocando en un río caudaloso es de donde surge el mayor placer de esta exposición: el de adentrarse en territorio desconocido, donde uno debe abrirse su propio camino y aplicar su propio criterio, porque aparte de unos cuantos nombres conocidos por todos, como O'Keeffe o Hopper, el resto son egregios desconocidos, de los cuales apenas sabemos nada.
 

Rockwell Kent, Azopardo River

Un camino de descubrimiento donde quizás, desprovistos de guías y de certezas, el aficionado encuentre sorprendido que su criterio es cualquier cosa menos certero e infalible. Un precio barato a cambio de encontrarse, no ya con la realidad observada con microscopio y tornada abstracta de una O'Keeffe, o esos paisajes urbanos donde el extremo realismo sólo sirve para transmitir una impresión de desasosiego e inquietud por los que se ha hecho famosos Hopper, sino, entre muchos otros ejemplos, con el sinuoso camino hacia la abstracción de un pintor eminentemente místico como fue Arthur G. Cove, en muchos aspectos un igual espiritual de Mondrian, o los nobles, casi de una perfección griega, paisajes urbanos de Hirsch, que al mismo tiempo parecen paisajes artficiales, o la visión inesperada de los paisajes reales de un Rockwell Kent, ni realista ni impresionista, sino transferidos a un estado de quietud absoluta en donde ningún cambio es posible ni será permitido.

Jacob Lawrence, Migration Series, Lynching
O la visión de la historia de su raza que nos ofrece Jacob Lawrence, narrada con la inocencia y simplicidad formal de un pueblo oprimido durante siglo y al que se le negó la menor educación estética, lo cual no implica que no pudieran experimentarle. O lo paisajes urbanos, plasmados de forma infantil, pero cargados de presagios ominosos y terrores impronunciables de un Kuniyoshi Yasuo. O la economía de recursos de Milton Avery, casi rozando la pureza y el ascetismo de un Rothko, justo un momento de que la estrella de este último comenzara a brillar.


Kuniyoshi Yasuo, Maine Family

En resumen, una exposición más que recomendable, como (casi) todas las de la fundación Mapfre madrileña, que entre otras ventajas es completamente gratis y no es necesario esperar colas masivas para luego abrirse paso a codazos por salas atestadas, como en otras abiertas en espacios más famosos.

Un último aviso. Si la visitan, no olviden bajar al sótano, allí podrán disfrutar de las fotografías de John Gutmann, de quien hablaremos próximamente... si no ocurre ningún contratiempo, claro está.

Milton Avery, Black Sea

2 comentarios:

arte erotico dijo...

Le cunde a usted, desde la última que pasé,
Le faltó mencionar entre los conocidos al pollo del Pollock, obra de 2 palmos y medio, justo a mano derecha de los dos pegotes naranjas del Rocko, (=lo hizo aposta)
Coincido con usted en lo de los "desconocidos", me explico yo, que es una técnica de marketing. Se ponen los retales de los conocidos al lado de los desconocidos y la diferencia es menor además de crear una asociación que antes no existía. Y, ya solo nos queda poner el cartel de "rebajas, 2x1 y de regalo el perrito piloto" para que el museo estatal de turno pique,
Aún podríamos puntualizar la maldad, "no pican" sino que con ello justifican el precio de la compra.
¡ah! y joder con la obra tardía de 1940 de Wild Oysters. Flipando me he quedao con el video,

David Flórez dijo...

Bueno, si le digo la verdad, la parte que menos me interesó de la exposición de Mapfre fue precisamente la de los expresionistas abstractos. Tengo la impresión que nunca traen o mueven las obras importantes, por razones de peso literalmente. Sí me interesaron mucho esos desconocidos de los años 20, 30 y 40, excepto obviamente O'Keeffe y Hopper, por lo que ya he dicho: que representan la cristalización de ese modo que solemos asociar con America.

Respecto a Wild Oysters, es un corto magnífico, así que imagine lo que Bowers era capaz de hacer unos años antes. Resulta increíble que alguien así quedara completamente olvidado y que su obra haya estado a punto de perderse por completo... para que luego hablen de la inevitabilidad del genio y otras zarandajas.