miércoles, 29 de diciembre de 2010

Uncalled For

Frédéric Bazille, Fleurs

En la Fundación Thyssen madrileña, con continuación en la cercana Fundación Caja Madrid, se puede visitar la exposición Jardines Expresionistas, eso sí, si las habituales hordas de visitantes atraídos por la coletilla impresionista se lo permiten.

En principio, nunca es de despreciar una exposición de los impresionistas, especialmente en un país cuya presencia en los museos nacionales y privados puede contarse con los dedos de una mano, efecto secundario de nuestro atraso secular, ya superado, y nuestro complejo de superioridad, aún vigente. Lo que no se acaba de comprender es que necesidad había de otra exposición expresionista este año, cuando ya llevamos cuatro, dos en la misma Thyssen, una en la Mapfre y otra en el Prado, en una especie de urgencia innecesaria que, si diéramos crédito al rumor, parecería deberse a la necesidad de llenar las arcas en tiempos de crisis, apelando aun valor seguro como son los Impresionistas, siempre favoritos del público no aficionado, pero que por ellos es capaz de visitar un museo.

No soy muy dado a dar crédito a esas insinuaciones y en sí, no me molesta que haya más o menos exposiciones impresionistas, siempre es un placer reencontrarse con ello, pero en este caso me siento inclinado a pensar que algo de lo anterior tiene que estar detrás de las motivaciones de esta exposición. Me explico. Como ya dije en otros foros, en realidad esta exposición debería haberse titulado algo así como: Huerto, Jardín, Parque. La naturaleza domada en la pintura de finales del XIX, puesto que la presencia del impresionistas parece ser casi testimonial y la etiqueta de impresionistas que figura en el título de la exposición sea simplemente un reclamo para incautos, el método, como digo, de llenar las arcas.


Edouard Manet, Casa en Rueil

Entiéndase lo que quiero decir, por testimonial, no es que en la exposición figuren los sospechosos habituales, Manet, Monet, Renoir y Pisarro (ningún Degas, curiosamente) o que incluso nos hayan obsequiado con unos cuantos Bazille, Sisley, Morissot o Cassat. El problema esta es que se incluyen pintores que se hubieran sentido muy, pero que muy ofendidos si se les hubiera mezclado con los impresionistas, como es el caso de los puntillistas, que no hay que olvidar consideraban a sus predecesores como el enemigo a batir en nombre de la auténtica pintura, o que se persista en meter en el saco impresionista a gente como van Gogh, Cezanne, Gaugin o Bonnard cuya pintura sigue caminos divergentes a los de práctica impresionista, intentando, como se sabe, restituir una permanencia que parecía amenezada por la fugacidad de la pincelada impresionistas... sin contar que de rebote, se nos añaden un buen puñado de pintores academicistas, por la única razón de que ¡oh casualidad! ellos también pintan jardínes.

Al dejar la exposición de la Thyssen, no puede uno evitar sentir que acaba de visitar un inmenso cajón de sastre, donde cabe todo lo que tenga pintado un jardín, coincida o no con los presupuestos impresionistas. Esa impresión  se ve confirmada cuando se llega a la Fundación Caja Madrid, esta vez lo peor de la visita, en contra de lo habitual en estos tandems. Allí se encuentra reunida toda esa pintura insulsa de principios del siglo XX cuando la sociedad descubrió que tener cuadros de los impresionistas daba tono y los pintores, que seguir su estilo vendía. Pintura de decadencia, en definitiva, donde cualquier asomo de investigación formal se ha abandonado en aras de una pintura amable y relamida, vacía de la polémica que rodeó a los inpresionistas, que ha tenido efectos deletereos sobre la percepción de ese movimiento, además de conducir a inmensos equívocos como el considerar a Sorolla como un pintor vanguärdista.

Una pintura olvidable que podría quedar equilibrada con los cuadros de la primeras vanguardias que también puede comtemplarse allí, el último Monet, Klimt, Nolde, Ernst y otros sospechosos habituales, pero cuyo disfrute queda empañado porque no se entiende muy bien que hacen allí, aparte, claro está, de haber pintado un jardín o un parque en algún momento de sus carreras.

Paul Cezanne, Los grandes árboles

En fin, como les digo, una exposición del montón, que podría visitarse, olvidándose de su temática, para disfrutar de alguno de sus cuadros, pero que debido a la invasión de tanto despistado atraído por la etiqueta imlpresionista, hace imposible contemplar las pinturas tranquilamente y a gusto.

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