Sarusuberi (Miss Hokusai en su título inglés) es una película de animación muy reciente, del 2015, que ha sido dirigida por el director Hara Keichi, quien ya sorprendiera a todos con Colorful, en 2001. Está basada en un manga del mismo título, relativamente viejo - es de los años 80 -, dibujado por la mangaka japonesa Sugiaru Hanako. Aparentemente sin pretensiones, al menos la película, única que he visto, su trama se centra en narrar pequeñas estampas de la vejez del famoso pintor del Ukiyo-e, Katsuhika Hokusai, vistas a través de los ojos de su hija y también pintora notable, Katsuhika Oei. Sin embargo, a pesar de esa levedad narrativa, se las arregla para proponer, sugiréndolas, una serie de cuestiones cruciales sobre el arte, los artistas y su recuerdo.
La primera cuestión es, obviamente, la ausencia de las mujeres, como creadoras de pleno derecho, en las historias del arte, al menos hasta hace unos decenios. Esa falta de nombres, de protagonistas femeninos, se ha querido justificar como basada en una carencia intelectual de ese género, siguiendo los criterios de ese machismo tan explicito antaño y aún implicito- y casi tan destructor - en la actualidad. Las solución al problema, por tanto, no era que las mujeres no hubieran participado en el mundo del arte, algo innegable a medida que las investigaciones avanzaban, sino que sus creaciones habían sido de una calidad inferior, indignas de ser incluidas en los compendios, mucho menos entre los grandes.
Esa postura es cómoda e injusta. Demuestra una clara pereza intelectual, por la que el canón transmitido se revela como inmutable, sin que la investigación o las modificaciones del gusto puedan corregirlo. Por otra parte, indica también una profunda ignorancia, voluntaria o involuntaria sobre las condiciones sociales del pasado, en donde toda mujer estaba ya destinada a ocupar unos lugares precisos y determinados, los de la maternidad, la prostitución o el convento, de los que sólo unas pocas podían escapar. Aquéllas que bien formaban ya parte de dinastías de artistas y se las permitía continuar esa tradición - Artemisia Gentileschi- , aunque fuera a escondidas o de forma subordinada; o bien pertenecían a familias tan ricas y tan poderosas, que podían permitirse cualquier excentricidad, como educar a sus mujeres en tareas masculinas - Sofonisba Anguissola- , y esperar que éstos caprichos fueran tolerados.
El primer caso, claramente, es el de la pintora retratada en la cinta de Hara y el manga de Sugiaru. Se trata de una pintora de evidente talento, cuya carrera puede realizarse, vencer todos los obstáculos gracias al prestigio de su padre, un Hokusai de fama universal en el Japón. Sin embargo, ese triunfo, como el de otras muchas pintoras de esa época y anteriores, hasta nuestro siglo XX, es sólo parcial, con regusto a derrota, ya que esa vocación sólo puede realizarse a la sombra de un hombre, como hija de - Oei o Marietta Robusti -, hermana de - Nanerl Mozart o Fanny Mendelshon - , o colaboradora de - el caso tragico de Camille Claudel -, de manera que la figura de la pintora o artista independiente queda reducida a una muy corta serie nombres, como Sofonisba Anguissola o Artemisia Gentileschi.
Esta subordinación es asimismo causa y síntoma del segundo problema: el menosprecio hacia esas artistas, una vez separados del hombre que las protegió con su prestigio o les dio la oportunidad de llegar a ser. Una disminución de la figura e importancia de la obra de estas mujeres que ha llevado a que sean incluso aún menos visibles de lo que debieran, puesto que su obra bien ha sido atribuida a sus colegas masculinos - piénsese en la polémica de algunos Grecos "extraños", como la dama del Armiño, que se ha postulado pudieran ser de Anguissola - o ha llevado directamente a que no se conserven. Ése el caso de Oei en la película, quien prácticamente desaparece de la historia del arte una vez muerto su padre, sin que se conozcan el lugar o la fecha exacta de su muerte, y de quien apenas se tienen unas seis obras firmadas y seguras, acompañadas de una pila de colaboraciones en diferentes porcentajes con su padre.
Un menosprecio y un olvido que sólo pudieron superar, en su tiempo y luego a lo largo de los siglos, mujeres excepcionales, cuyo brillo se vio empañado, su carrera impedida, por el esfuerzo sobrehumano que tuvieron que realizar para superar esos obstáculos, visibles o invisibles, puestos en su camino. Impedimentos que, no se olvide, siguen existiendo en nuestra sociedad aparentemente igualitaria, donde los resabios del machismo implícito, de la cultura de la discriminación en la que fuimos educados cuando niños, según la que unos seres humanos eran naturalmente inferiores a otros, sigue condicionando nuestras decisiones, nuestras elecciones y nuestras valoraciones, haciéndonos preferir a los hombres frente a las mujeres, cuando no denigrando a éstas últimas
Convirtiendo en un ejercicio de posicionamiento político, de radicalismo forzado, lo que debería ser natural y normal: incluir y disfrutar de la obra y concepciones de la mitad olvidada de la humanidad.
Nuestras compañeras artistas.
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