Como todos los domingos, continúo mi con revisión de la lista de cortos animados realizada por el misterioso profesor Beltesassar. Esta vez ha llegado el turno de Le Papillon (La Mariposa) corto realizado en 2002 por el animador francés Antoine Antin, sobre el guión de Jenny Rakotomamonjy.
Le Papillon pertenece a ese subgénero tan contemporáneo del que ya les he hablado en otras ocasiones: el film "fin de estudios" que sirve de carta de presentación de un artista para su carrera futura. Aunque este corto no es un ejercicio de graduación estricto, ya que está realizado en el seno de un estudio comercial por un artista en ejercicio, si tiene todos los rasgos de elemento de muestrario - o portfolio, que se dice ahora - si sólo porque la carrera de Antin no ha llegado cuajar como artista en solitario, manteniéndose siempre en un discreto segundo plano como supervisor o realizador de la animación creada por otros autores mayores - como L' illusionniste (2008)de Sylvain Chomet.
Estas características de la obra y la carrera de Antin no suponen un menosprecio del corto Le Papillon. Al contrario que otros cortos de principiantes, este corto no parece obra de un primerizo, mejor dicho, tanto Antin como su guionista han sabido sintetizar y condensar, eliminar cualquier elemento sobrante, evitar aspavientos estéticos y expresivos, de forma que los escasos tres minutos del corto se pasan en un suspiro, tornando su brevedad en plenitud rebosante de contenido.
No significa tampoco que Le Papillon esté exenta de defectos. Su base narrativa es un cliché que apela al japonesismo tan prevalente en la recepción reciente de la animación, especialmente en sus formas populares. Sin embargo esa inconsistencia de su historia, que torna al corto hueco e irrelevante desde un punto de vista temático, se ve compensada por una aceptación sin reservas del estilo y técnicas de la pintura clásica japonesa. Mejor dicho, por el esfuerzo en transformar ese modo pictórico para que consienta su traslación a la animación, en cuya conversión a movimiento se ve ayudada por su propia simplicidad, por su renuncia, ya en origen, a todo trazo sobrante, por su esfuerzo de simplificación que en ocasiones roza la abstracción.
La animación de Antin no sólo triunfa así en ese doble ejercicio de traducción, tanto cultural como técnica, sino que además bebe de las fuentes de la mejor animación occidental, para dotar a sus personajes de un lenguaje corporal único y personal. Esta caracterización en ademanes, similar a la de la pantomima y el mimo, permite así la renuncia a la palabra, aunque no al sonido y a la música, para que el espectador pueda concentrarse más en lo que está viendo y no en lo que oye que se le cuenta. Se trataría así de una vuelta a las esencias de la animación, de una huida de esa radio ilustrada que denunciaba Chuck M. Jones y que tan ubicua y normal se ha vuelto en la animación televisiva, sea de la escuela que sea.
No les entretengo mas, como siempre les pego aquí el corto. Es una obra notable, aunque no una obra maestra, además de un magnífico ejemplo de lo mucho que se puede hacer con muy poco - lo que no quiere decir que crearlo haya sido fácil, más bien lo contrario.
Le Papillon pertenece a ese subgénero tan contemporáneo del que ya les he hablado en otras ocasiones: el film "fin de estudios" que sirve de carta de presentación de un artista para su carrera futura. Aunque este corto no es un ejercicio de graduación estricto, ya que está realizado en el seno de un estudio comercial por un artista en ejercicio, si tiene todos los rasgos de elemento de muestrario - o portfolio, que se dice ahora - si sólo porque la carrera de Antin no ha llegado cuajar como artista en solitario, manteniéndose siempre en un discreto segundo plano como supervisor o realizador de la animación creada por otros autores mayores - como L' illusionniste (2008)de Sylvain Chomet.
Estas características de la obra y la carrera de Antin no suponen un menosprecio del corto Le Papillon. Al contrario que otros cortos de principiantes, este corto no parece obra de un primerizo, mejor dicho, tanto Antin como su guionista han sabido sintetizar y condensar, eliminar cualquier elemento sobrante, evitar aspavientos estéticos y expresivos, de forma que los escasos tres minutos del corto se pasan en un suspiro, tornando su brevedad en plenitud rebosante de contenido.
No significa tampoco que Le Papillon esté exenta de defectos. Su base narrativa es un cliché que apela al japonesismo tan prevalente en la recepción reciente de la animación, especialmente en sus formas populares. Sin embargo esa inconsistencia de su historia, que torna al corto hueco e irrelevante desde un punto de vista temático, se ve compensada por una aceptación sin reservas del estilo y técnicas de la pintura clásica japonesa. Mejor dicho, por el esfuerzo en transformar ese modo pictórico para que consienta su traslación a la animación, en cuya conversión a movimiento se ve ayudada por su propia simplicidad, por su renuncia, ya en origen, a todo trazo sobrante, por su esfuerzo de simplificación que en ocasiones roza la abstracción.
La animación de Antin no sólo triunfa así en ese doble ejercicio de traducción, tanto cultural como técnica, sino que además bebe de las fuentes de la mejor animación occidental, para dotar a sus personajes de un lenguaje corporal único y personal. Esta caracterización en ademanes, similar a la de la pantomima y el mimo, permite así la renuncia a la palabra, aunque no al sonido y a la música, para que el espectador pueda concentrarse más en lo que está viendo y no en lo que oye que se le cuenta. Se trataría así de una vuelta a las esencias de la animación, de una huida de esa radio ilustrada que denunciaba Chuck M. Jones y que tan ubicua y normal se ha vuelto en la animación televisiva, sea de la escuela que sea.
No les entretengo mas, como siempre les pego aquí el corto. Es una obra notable, aunque no una obra maestra, además de un magnífico ejemplo de lo mucho que se puede hacer con muy poco - lo que no quiere decir que crearlo haya sido fácil, más bien lo contrario.
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