lunes, 12 de octubre de 2015

Edificios para ser habitados

Alvar Aalto, Biblioteca de Vyborg/Viipuri
Si la fundación Mapfre parece empeñada en trazar la historia de la fotografía, el Caixaforum está realizando la misma tarea en el campo de la arquitectura, donde realiza magníficas semblanzas de los grandes nombres de ese arte - única crítica ¿por qué no se editan catálogos? -. En esta ocasión, le ha tocado el turno a Alvar Aalto, uno de los grandes del movimiento moderno, en su rama de funcionalismo orgánico, y uno de los arquitectos a los que más admiro.

Esta apreciación mía se debe a que Aalto es uno de los pocos arquitectos modernos - el otro sería Frank Lloyd Wright - que tiene en cuenta a los seres humanos a la hora de diseñar sus edificios, idea confirmada y reforzada durante la visita a la exposición. Yo ya sabía que Aalto cuidaba con especial cariño la orientación y morfología de sus construcciones, de manera que se adecuasen perfectamente a la función prevista y a las necesidades de sus habitantes. Lo que no sabía es que su dedicación llegaba al extremo de diseñar - junto con su esposa Aino - el mobiliario, la decoración, los útiles de uso corriente.

El objetivo de Aalto era, por tanto, crear espacios plenos, armónicos, en los que sus habitantes pudiesen sentirse cómodos, felices, en clara aplicación de unas ideas humanistas, muy poco corrientes entre los arquitectos de la modernidad... y ausentes también en muchos, demasiados, de los de hoy en día.


Aunque las comparaciones siempre sean odiosas, merece la pena hacer dos.

La primera con Le Corbusier, arquitecto que me repele y fascina a partes iguales. Este creador suizo, a pesar de sus pretensiones de racionalidad - o quizás por ellas mismas - no construía edificios para los hombres, sino que buscaba que los seres humanos se adaptasen a sus creaciones. No es ya que sus proyectos abunden en construcciones megalómanas, donde se hace tábula rasa del paisaje urbano y rural para crear un entorno Corbuseriano - en Madrid tuvimos un alcalde con esas mismas ideas que pretendía que la capital se datase after him -, es que incluso sus obras más humanas, como la Villa Savoia o la Unidad de Habitación de Marsella, tienen cierto aire de cárcel, de lugar en el que se fuerza a habitar a sus residentes, sin dejarles escapar de él o siquiera disfrutar del mundo exterior.

En contraste, cualquier edificio de Aalto está concebido para ser vivido en un lugar determinado, sin rechazarlo ni negarlo. Uno de sus edificios emblemáticos, la biblioteca de Vyborg/Viipuri - magníficamente restaurada tras una difícil historia de guerras y ocupaciones de esa ciudad entre Finlandia y Rusia - vista desde fuera es de una falta de pretensiones poco habitual. Parece un edificio más, intrascendente e irrelevante, especialmente tras décadas de estar aconstumbrados a los muchos errores y aciertos del funcionalismo y el movimiento internacional. Es sólo al entrar en ella cuando se descubre que el edificio no es una cáscara vacía, ni un escaparate, sino un organismo vivo del cual formamos parte integrante.

Alvar Aalto, Esquema de la iluminación de la biblioteca de Vyborg/Viipuri



Esta sensación de pertenencia - igual que la que se siente, por ejemplo, en la capilla Pazzi  de Brunelleschi - estaba planeada así desde el principio, como demuestran los detallados bocetos preparatorios de Aalto. En ellos, el arquitecto finlandes diseña sistemas de iluminación que permiten eliminar las molestias, como reflejos y sombras, que una iluminación tradicional suele producir, sin que esto lleve a renunciar a la luz natural, ni utilizar soluciones complicadas o costosas. Mediante un elegante sistema de tragaluces en las que las paredes se han inclinado  hacia el interior un ángulo preciso, se evita tanto la entrada directa y deslumbrante de la luz del sol, como se consigue que el lector acabe bañado en luz natural que le llega desde todos los ángulos y le permite concentrarse sin molestias ni distracciones en la lectura.

El genio de Aalto no se detiene ahí, sino que continúa en el auditorio de la biblioteca, un espacio cúbico al que consigue dotar de una acústica casi perfecta por medio de un sencillo revestimiento de madera ondulado. Un diseño suave y discreto que no sólo logra concentrar y repartir el sonido por igual por toda la sala, sino que además es agradable al ojo, al asemejarse a un mar ondulado, agitado por el viento, que se hallase suspendido sobre nuestra cabezas.


Alvar Aalto, Diseños de acústica para el auditorio de la biblioteca de Vyborg
Es aquí donde se hace pertinente la segunda comparación. Esta humildad en el aspecto exterior, frente a una riqueza creativa en los interiores, convierte a Aalto en lo contrario de un arquitecto estrella, que sólo busca dejar huellas incontestables de su fama en los proyectos que firma, sin preocuparse por el dónde ni el  por qué. Un ejemplo de ese arquitecto divo sería Frank Gerry y su proyecto para el Gugenheim de Bilbao, un edificio realmente hermoso y característico, pero que no pasa de ser una gigantesca escultura visitable, un adorno carísimo y desmesurado, ya que como museo y espacio expositivo es una auténtica pesadilla.

Todo lo contrario de los espacios diseñados y pensados por Aalto para ser habitados y vividos. Como si él se diera cuenta que su intervención, su posesión, de un edificio se limitase al breve periodo de su construcción, mientras que serían otras personas, sus habitantes definitivos, los que acabarían por hacerlo suyo y propio, los que le darían o quitarían su significado.

Reduciendo así la labor del arquitecto a proponer, nunca a imponer.

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