Regeneration was accompanied by repression... a new law was introduced that effectively banned the anarchist movement altogether, and the security forces greatly strengthened, whilst energetic methods were employed to hunt down malefactors of all sorts. Underpinning much of this activity was a theme that is not immediately apparent. The populace's failure to engage with the political system was a worry certainly, but what was even more alarming was the gradual emergence of a refusal to engage not just with its procedures but also with its values. Slow through Spanish modernization was, the population of many towns and cities had already experienced considerable expansion. This development should not be exaggerated, but remains that it was prominent enough to cause considerable concern, and all the more so as it was frequently accompanied by the most appalling levels of social degradation. Freed from the healthy influence of rural life - better, the control of priest and landowner - the growing urban populace was seen as being prey to a variety of corrupting influences which ran the gamut from republicanism, socialism and anarchism to drunkenness, prostitution and free love. To make matters worse, literacy was also slowly on the increase - by 1900 36,2 per cent of the population could read and write as opposed to 28 per cent in 1877 - whilst the appearance of the cinema had opened way for new forms of popular culture
Charles Esdaille, Spain in the liberal age. From constitution to civil war, 1808-1936
La regeneración estaba acompañada por la represión... se promulgó una nueva ley que prohibía por completo el movimiento anarquista, y se fortalecieron en gran medida las fuerzas de seguridad, mientras se empleaban métodos para perseguir a malhechores de todo tipo. Sosteniendo esta actividad se hallaba un tema que no era reconocible a primera vista. El fracaso de la plebe para involucrarse en el sistema político era una preocupación clara, pero aún más alarmante era la aparición gradual de un rechazo no sólo a sus mecanismos, sino a sus valores. Aunque la modernización de España era lenta, la población de muchas ciudades ya había experimentado una considerable expansión. Este desarrollo no debe ser exagerado, pero queda el hecho de iba acompañado por los peores niveles de degradación social. Liberados de la saludable influencia de la vida rural - más bien, el control del sacerdote y el propietario - la creciente plebe urbana era vista como presa de una variedad de influencias corruptoras que abarcaban una gama que iba desde el republicanismo, el socialismo y el anarquismo hasta el alcoholismo, la prostitución y el amor libre. Para empeorar las cosas, la alfabetización iba lentamente en ascenso - hacia 1900, el 36,2 por ciento de la población podía leer y escribir frente a un 28 por ciento en 1877 - mientras la aparición del cine había abierto las puertas a nuevas formas de cultura popular.
Al terminar de escribir la entrada de la semana pasada, sobre el siglo XIX y el libro de Charles Esdauille que lo narra, me di cuenta que había dedicado mucho tiempo a los temas metodológicos, pero casi ninguno a la interpretación de ese tiempo, cuando el texto introductorio así lo daba a entender.
Quizás mi olvido, intencionado o no, se debe a la dificultad de narrar ese siglo. No es que sea más o menos prolijo en acontecimientos, sino más bien a que dentro de lo penoso y deprimente que suele ser nuestra historia, ese tiempo, y en concreto el mas de medio siglo que media entre 1808 y 1875, constituye uno de los los puntos más bajos de nuestra trayectoria como país... sin que las cosas mejorasen mucho posterioremente, con una restauración borbónica basada en la mentira, la corrupción y la discriminación, una dictadura, la de Primo, remedio en extremis para salvar un sistema y un rey abocados al abismo, una república de las ilusiones malograda por la intolerancia de unos y el mesianismo de otros, para terminar con una sangrienta guerra civil continuada por una dictadura no menos sanguinaria y asesina.
Momentos y hechos que como ven son de lo más convenientes para reforzar y consolidar el sentimiento patrio.
Lo cierto es - y la larga narración de Esdaille, plena en detalles poco conocidos, así lo confirma una otra vez - que la historia de nuestro país de 1808 a 1939 puede resumirse en un par de líneas descorazonadoras. Se trata de una serie interminable de intentos por modernizar y democratizar el país que se estrellan una y otra vez contra la cerrazón de los estamentos privilegiados, propietarios, industriales, iglesia y antiguos revolucionarios subidos al carro del poder. Desde el punto de vista de estos sectores poderosos, la tarea prioritaria que había que realizar era siempre el poner una tapa a la olla de las reformas necesarias, establecer un punto final a todo cambio posterior y decretar un estado final que ya no se podía modificar en lo sucesivo, excepto para mejorar los privilegios de los ya privilegiados.
Si esto les suena a conocido, no deben sorprenderse. Es lo que nuestra derecha actual viene haciendo desde hace cuatro años, sin que nadie le tosa y casi entre aplausos de sus oponentes políticos. Porque ese es otro de los signos de la historia política española desde 1808, cuando las fuerzas progresistas, llamense liberales, demócratas, repúblicanos o socialistas, llegan al poder, se dedican a aplacar a la reacción, vendiéndo y vendiéndose en el camino... sin que estas claudicaciones lleguen a servir de mucho frente a una derecha envalentonada y sin reparos para despellejar e injuriar a sus contrarios, sin importarle las contradicciones en las que caiga. Por poner un ejemplo reciente, como una asignatura de educación para ciudadanía fue calificada como adoctrinamiento, mientras que el trágala de la religión no.
De todas formas, de poco le hubiera servido a la izquierda el adoptar una actitud más beligerante. Defenderse sólo vale para que se saque en procesión el fantasma de la revolución, las quemas de iglesias, el asesinato institucionalizado, y cualquier otro signo del apocalipsis, un proceso del que, paradójicamente, sólo suele salir favorecida y fortalecida la derecha. Especialmente, si estas acusaciones se ven confirmadas por la actuación de radicales e iluminados, esta vez de la izquierda, que no suelen faltar a la hora de animar el cotarro.
El resultado, como pueden adivinar, es que al final no se consigue nada, o que se logra mal y tarde, o que apenas logrado es derogado por la vuelta de los de siempre, más rabiosos y más radicales que antes. Sólo el sufrimiento y la probreza y la discriminación no cesan, con lo que al rato volvemos a empezar, como si este país y sus habitantes hubieran sido condenados a algún círculo del infierno.
O que terminará cuándo este país se vaya definitivamente a la mierda y retorne a su estado natural, el de reínos de taifas perennemente en lucha, cosa que me temo no tardará en tornarse realidad.
Charles Esdaille, Spain in the liberal age. From constitution to civil war, 1808-1936
La regeneración estaba acompañada por la represión... se promulgó una nueva ley que prohibía por completo el movimiento anarquista, y se fortalecieron en gran medida las fuerzas de seguridad, mientras se empleaban métodos para perseguir a malhechores de todo tipo. Sosteniendo esta actividad se hallaba un tema que no era reconocible a primera vista. El fracaso de la plebe para involucrarse en el sistema político era una preocupación clara, pero aún más alarmante era la aparición gradual de un rechazo no sólo a sus mecanismos, sino a sus valores. Aunque la modernización de España era lenta, la población de muchas ciudades ya había experimentado una considerable expansión. Este desarrollo no debe ser exagerado, pero queda el hecho de iba acompañado por los peores niveles de degradación social. Liberados de la saludable influencia de la vida rural - más bien, el control del sacerdote y el propietario - la creciente plebe urbana era vista como presa de una variedad de influencias corruptoras que abarcaban una gama que iba desde el republicanismo, el socialismo y el anarquismo hasta el alcoholismo, la prostitución y el amor libre. Para empeorar las cosas, la alfabetización iba lentamente en ascenso - hacia 1900, el 36,2 por ciento de la población podía leer y escribir frente a un 28 por ciento en 1877 - mientras la aparición del cine había abierto las puertas a nuevas formas de cultura popular.
Al terminar de escribir la entrada de la semana pasada, sobre el siglo XIX y el libro de Charles Esdauille que lo narra, me di cuenta que había dedicado mucho tiempo a los temas metodológicos, pero casi ninguno a la interpretación de ese tiempo, cuando el texto introductorio así lo daba a entender.
Quizás mi olvido, intencionado o no, se debe a la dificultad de narrar ese siglo. No es que sea más o menos prolijo en acontecimientos, sino más bien a que dentro de lo penoso y deprimente que suele ser nuestra historia, ese tiempo, y en concreto el mas de medio siglo que media entre 1808 y 1875, constituye uno de los los puntos más bajos de nuestra trayectoria como país... sin que las cosas mejorasen mucho posterioremente, con una restauración borbónica basada en la mentira, la corrupción y la discriminación, una dictadura, la de Primo, remedio en extremis para salvar un sistema y un rey abocados al abismo, una república de las ilusiones malograda por la intolerancia de unos y el mesianismo de otros, para terminar con una sangrienta guerra civil continuada por una dictadura no menos sanguinaria y asesina.
Momentos y hechos que como ven son de lo más convenientes para reforzar y consolidar el sentimiento patrio.
Lo cierto es - y la larga narración de Esdaille, plena en detalles poco conocidos, así lo confirma una otra vez - que la historia de nuestro país de 1808 a 1939 puede resumirse en un par de líneas descorazonadoras. Se trata de una serie interminable de intentos por modernizar y democratizar el país que se estrellan una y otra vez contra la cerrazón de los estamentos privilegiados, propietarios, industriales, iglesia y antiguos revolucionarios subidos al carro del poder. Desde el punto de vista de estos sectores poderosos, la tarea prioritaria que había que realizar era siempre el poner una tapa a la olla de las reformas necesarias, establecer un punto final a todo cambio posterior y decretar un estado final que ya no se podía modificar en lo sucesivo, excepto para mejorar los privilegios de los ya privilegiados.
Si esto les suena a conocido, no deben sorprenderse. Es lo que nuestra derecha actual viene haciendo desde hace cuatro años, sin que nadie le tosa y casi entre aplausos de sus oponentes políticos. Porque ese es otro de los signos de la historia política española desde 1808, cuando las fuerzas progresistas, llamense liberales, demócratas, repúblicanos o socialistas, llegan al poder, se dedican a aplacar a la reacción, vendiéndo y vendiéndose en el camino... sin que estas claudicaciones lleguen a servir de mucho frente a una derecha envalentonada y sin reparos para despellejar e injuriar a sus contrarios, sin importarle las contradicciones en las que caiga. Por poner un ejemplo reciente, como una asignatura de educación para ciudadanía fue calificada como adoctrinamiento, mientras que el trágala de la religión no.
De todas formas, de poco le hubiera servido a la izquierda el adoptar una actitud más beligerante. Defenderse sólo vale para que se saque en procesión el fantasma de la revolución, las quemas de iglesias, el asesinato institucionalizado, y cualquier otro signo del apocalipsis, un proceso del que, paradójicamente, sólo suele salir favorecida y fortalecida la derecha. Especialmente, si estas acusaciones se ven confirmadas por la actuación de radicales e iluminados, esta vez de la izquierda, que no suelen faltar a la hora de animar el cotarro.
El resultado, como pueden adivinar, es que al final no se consigue nada, o que se logra mal y tarde, o que apenas logrado es derogado por la vuelta de los de siempre, más rabiosos y más radicales que antes. Sólo el sufrimiento y la probreza y la discriminación no cesan, con lo que al rato volvemos a empezar, como si este país y sus habitantes hubieran sido condenados a algún círculo del infierno.
O que terminará cuándo este país se vaya definitivamente a la mierda y retorne a su estado natural, el de reínos de taifas perennemente en lucha, cosa que me temo no tardará en tornarse realidad.
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