Ya les había hablado en otra ocasión de Shirobako, una de las pocas series valiosas del final año pasado y comienzos de éste (ya les señalaré cual puede ser la otra). Producida por el estudio P.A Works, Shirobako es una refrescante interrupción en lo que parecía ser la tónica de ese estudio, alambicadas historias de amor/paso a la madurez, que poco a poco habían perdido la originalidad e impacto de su modelo inicial, True Tears.
La transición a Shirobako no ha supuesto arrojar por la borda las constantes del estudio. En lo positivo, se mantiene la animación detallista y los fondos hiperrealistas que consituyen la marca de este estudio - aunque esto lo compartan con otro no menos importante, Kyoto Animation. En lo negativo, ciertos rasgos de humor no del todo bien logrados e incluso torpes, además de sus diseños habituales de personajes femeninos que no acaban de apartarse del modelo de niña mona - más kawai que moe en este caso -, en claro contraste con unos modelos masculinos más variados que no huyen de la fealdad. No obstante, en su favor hay que decir que en esta ocasión se ha hecho un esfuerzo por retratar a jóvenes adultas, sin la infantilización tan habitual en el anime reciente, tanto en el aspecto físico como el mental.
Éste y no otro es el rasgo central de la serie. El mundo en el que se mueven es un mundo de conflictos adultos, el del trabajo diario, en concreto el muy exigente y desquiciado que conforma la producción de una serie de anime. Es en la descripción de los plazos exigentes, del trabajo sin horario, pleno en dificultades inesperadas que pueden resultar insuperables, donde la serie se hace perdonar cualquier defecto o desliz que tuviera. En especial, por mantener su atención sobre las cinco chicas que buscan abrirse camino en ese mundo tan competitivo, complementándolo con otro grupo de mujeres de mayor experiencia, que adoptan un segundo plano, pero no por ello menos importancia.
La conclusión, insinuada, pero no mostrada, es que quienes mantienen ese negocio en marcha son precisamente las mujeres, tanto veteranas coma novatas, gracias a su propio trabajo, por supuesto, pero asímismo manteniendo en línea a los hombres con quienes comparten esa profesión, quienes se muestran bien como excéntricos, bien como vagos, o bien como pasmarotes sin un gramo de materia gris en sus cerebros. Como puede imaginarse la situación no fue siempre así, y la serie es lo bastante hábil como para mostrar el mundo del anime de varias décadas atrás, mayoritariamente masculino, donde la presencia femenina era básicamente testimonial.
Curiosamente, son estos veteranos de antaño, muchos de ellos ascendidos al rango de maestros, cuando no al de mitos, los únicos hombres de rasgos positivos que aparecen en la serie. La serie juega así a contraponer dos modos y dos generaciones de hacer anime, la de los "pioneros", que aún trabajaban con los acetatos de forma casi artesanal mientras sentaban las bases de ese negocio, frente a una nueva generación crecida ya con los tics y estereotipos de décadas de anime televisivo, y para quienes el ordenador, sus herramientas y sus posibilidades, son algo natural e irrenunciable.
El conflicto entre lo nuevo y lo viejo está ahí, y no deja de plantearse en sus justos términos, pero la serie prefiere seguir el camino del homenaje, de la admiración por todos aquellos que fueron capaces de crear con sus manos y cuya influencia beneficiosa sigue actuando sobre los recién llegados. Centrales en el desarrollo de la serie son así la ayuda inesperada que presta uno de los veteranos - convertido aparentemente en parte del mobiliario de la empresa - a la joven animador que está a punto de perder su vocación y su fe. O la preciosa ilustración de los métodos de trabajo de uno de los viejos creadores de fondos, aún atado - más bien enamorado - a sus acuarelas y sus pinceles. O finalmente, el viaje del propietario del estudio - reducido a mero atenuador de conflictos - y la joven productora novata a las instalaciones abandonadas donde comenzó la aventura del estudio, aún llenas de cierta atmósfera imposible de repetir en cualquier otro lugar. El temblor y la emoción de la creación artística.
Porque eso es lo que es Shirobako: un sentido homenaje desde el interior del anime a todos los muchos creadores que día a día nos traen esa forma de animación. A todos aquéllos que a pesar de las dificultades, del cansancio, del desánimo, de los desengaños, de las frustraciones y las derrotas continúan en la brecha. No por la fama, o por las recompensas, sino simplemente por esa satisfacción tan íntima, tan incomunicable, de haberlo hecho, de haber sido capaz de crearlo, de tornar las vagas ideas en tu cabeza en algo real, independiente de ti, que otros puedan disfrutar y amar.
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