Tenía muy abandonada mi serie de entradas dedicadas a la música clásica contemporánea, con todo lo equivocado y restrictivo que esa etiqueta implica. Mi descuido se debía tanto a falta de tiempo - excusa más que habitual - como al hecho de que carezco de los conocimientos técnicos necesarios para poder hablar con propiedad. En pocas palabras, que no paso de ser un aficionado que se deja guiar por su intuición y al que es harto fácil engañarle. De ahí que enseguida pierda pie en cuanto me adentro en los terrenos fuera del canon, tal y como se recogía en libros de texto y enciclopedias de los lejanos tiempo de mi juventud, o que simplemente me deje llevar por la causalidad y el encuentro fortuito, para enamorarme así de lo prescindible, mientras dejo de lado lo esencial, sin ni siquiera percatarme de su existencia.
A estas alturas de entrada deben estar un poco harto de tanto despliegue de excusas y precauciones. Su justificación está en que en la última semana he estado escuchando en bucle la pieza que abre esta entrada, tras encontrármela sin previo aviso una mañana de domingo en la programación de Radio 2 (o Radio Clásica, que la llaman ahora). Mi obsesión no se paró ahí, sino que corrí a encargar el CD en la versión precisa y exacta que se puede disfrutar en youtube, para así poder escucharlo en los escasos momentos que no tuviera el PC encendido. Mi fascinación sólo ha empezado a ceder un poco ahora, en esta segunda semana, simplemente porque he acabado por saberme la partitura casi de memoria y ya no necesito reproductores de ningún tipo para escucharla.
Vale, ya nos hemos enterado. ¿Pero realmente vale la pena? ¿Qué es este Vivaldi Recompuesto por Max Richter del que intentas convencernos de su importancia agitando tu entusiasmo?
Pues todo y nada, por utilizar una coletilla que no dice nada y explica menos
En realidad, lo que Max Richter ha compuesto son simplemente unas variaciones. Tomar una obra de otro compositor y una época, para desarrollarla al estilo de otro compositor y otra época. Hasta ahí nada que objetar, sino fuera porque la obra elegida, Las Cuatro Estaciones de Vivaldi, es una pieza que ha rebasado los límites de la música clásica hasta convertirse en un icono de la propia cultura popular. Debido a esto, esta obra de Vivaldi ha devenido un icono sagrado, intocable, al que no nos gustaría ver profanado o mutilido.... lo que parecería ser el caso del experimento de Richter y explicaría el lógico rechazo que muchos sienten ante él.
Sin embargo, hay que reiterar lo esencial,. Lo que ha hecho Richter es un modo perfectamente válido, que no habría atraído la atención si no se tratase de una pieza y un compositor tan famosos. Otros compositores han realizado operaciones más radicales, como las parodias neoclásicas que Bartok introdujo en su cuartetos o el remontaje rítmico que Stravinski realizó con unas piezas que entonces se creían de Pergolesi. Sin embargo, en ambos casos sec trataba bien de un modelo imaginario o de unos fragmentos apenas conocidos, mientras que en el caso de Richter se aplica a una obra que para muchos ha sido su primer contacto con la música clásica, adquiriendo auténticos rasgos de madre y maestra.
Hasta aquí todo bien. ¿Pero realmente consigue Richter ponerse a la altura del maestro? ¿Logra hacerlo olvidar y substituirlo? A mi entender, esa pregunta es completamente ociosa. Obviamente, Richter no va a lograr desbancar al viejo compositor veneciano o relegarlo de nuevo al olvido, ni creo que haya sido esa su intención. Lo que si consigue, y ahí es donde radica la importancia de esta recomposición es adueñarse de la partitura, trasladarla a otro ámbito cultural y sentimental, que poco tiene que ver con el original. Porque ha pesar de lo mucho que he subrayado su carácter de variación, es decir, su inscripción en la tradición musical occidental, lo cierto es que el tono subyacente es postmoderno y la manera en que se expresa minimalista.
Ambos conceptos, postmodernidad, es decir mirada desencantada al pasado, y minimalista, es decir, reducción de la música a un ritmo y ua par de notas, consiguen que la belleza de las cuatro estaciones de Vivaldi se torne ajada y anticuada. Mejor dicho, que la impresión que tenemos de ella, al contemplarla a traves de la lente tallada por Richter, es que ya no pertenece a nuestro presente, ni mucho menos a nuestro futuro. La recomposición se hallá asi tránsida de un tenso dramatismo, casi hermosa desesperación, producto del conocimiento y seguridad de la fragilidad de la belleza, de las muchas fracturas y grietas que la cruzan, anunciando su pronta disolución.
Unas coordenadas ideológicas y estéticas que no pueden estar más lejos del equilibrio y la serenidad Vivaldiana, reemplazados aquí por una repetición interminable del mismo tema, mejor dicho, del mismo fragmento de tema, que no se quiere dejar finalizar, temerosos del silencio que habrá de sobrevenir, y que sin embargo lo hacen, y además abruptamente, abandonándonos sin refugio ni compañía en medio de la nada.
Reflejo y trasunto perfecto de este mundo sin sentido que poco a poco va derrumbándose ante nuestros ojos, sin que podamos hacer nada por evitarlo.
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