It is necessary to stress here the indications of reliability for this author's dates as the chronology he provides for the conquest is at variance with that normally credited. he has Roderic's reign begin in 711 and end in 712, as opposed to 710 and 711.
More important than the matter of dating are the implications of this account for the sequence of events themselves. Firstly, there were a series of initial destructive Arab raids on southern Spain. Secondly, in 711 there were two Arab forces operating in the peninsula: One, and this was probably the first to arrive, was the army of Arabs and Berbers led by Tariq 'and others', and the other was the army under his superior, Musa, which landed at Cadiz and made its way to Toledo. Thirdly, continuing to follow the chronicler's chronology, in 712 the first of these armies defeated the main forces of the Visigothic king Roderic, who seems previously to have been engages in a struggle for power with internal rivals. His own fate is not here recorded, but a later reference, c.715, to his widow suggests a death in battle or soon after. Fourthly, Musa at Toledo executed an unspecified number of members of the indigenous aristocracy for their involvement with the former brother of a former king (Witiza). A reasonable guess may be that this latter had been chosen or even consecrated as king himself at this time. His fate is uncertain but may have been the same as theirs. Fithly, in this period 711/712 Musa and his deputies established control over not only the former Visigothic capital and parts of the centre and south of the peninsula, but also extended their authority as far as the Ebro valley and Zaragoza. These events, and the accompanying local struggles and civil war produced considerable destruction and loss of life.
Roger Collins, The Arab Conquest of Spain
En la entrada anterior, había comentado como la sombra de los visigodos sigue pesando sobre la idea que tenemos de España. Parte de esa influencia inesperada de un reino medieval, largo tiempo desaparecido y sin relación con nosotros, sobre nuestra concepción del presente se debe a que la intelectualidad hispana ha visto siempre la historia como la crónica de una decadencia. La misión de la historia era por tanto encontrar el punto en que las cosas se torcieron, rastrear las raíces del fracaso y aplicar las medidas correctivas necesarias, aunque fuera completamente absurdo intentan resolver los problemas políticos del siglo XX con medios imaginarios que permitirían salvar el imperio mundial hispano del siglo XVI.
En ese sentido la fecha del 711, la invasión árabe del reíno visigodo y la destrucción fulminante de ese estado, siempre ha sido un punto de referencia obligado en esas crónicas de la pérdida del Edén en las que parece haberse especializado la historiografía hispana. En este caso particular, la llegada de los árabes se explicaba como una especie de castigo divino a los pecados de los gobernantes visigodos - idea difícil de conciliar con su calidad de modelo al que había de volver - de manera que la historia de España, a partir de ese instante, era tanto reconquista como reconstrucción, restauración y recuperación, en la que la esencia de España, cristiana y una, era finalmente rescatada del yugo árabe, paréntesis que en nada había alterado lo que España realmente significaba.
Quisiera decir que esas ideas son ya cosa del pasado. Saben que no es así, pero afortunadamente han quedado limitadas a círculos políticos e ideológicos muy concretos. Lo que las últimas décadas han permitido es contemplar la historia medieval de España no como una excepción aislada, sino como un ejemplo de fuerzas y procesos de escala global, euroasiática, de los que la península no sería más que un ejemplo concreto. Adoptada esa postura, la invasión árabe sigue conservando su rasgo de hecho determinante en la historia peninsular, pero al contrario de lo que nuestros antecesores pensaban.
Digámoslo claro, si el Califato Omeya no se hubiera derrumbado sobre sí mismo a principios del siglo XI, la reconquista probablemente no habría tenido nunca lugar y España habría evolucionado a lo que ahora mismo es Siria o Egipto, países de religión musulmana y habla árabe, donde aún perviven pequeñas minorías cristianas que conservan la lengua de antes de la conquista para usos litúrgicos. Puede resultar exagerado, pero las excavaciones recientes - como es el caso de los cementerios- demuestran que a finales del siglo IX se estaba produciendo un fenómeno de islamización espontánea en todo el ámbito de Al-Andalus, que estaba casi completado a finales del siglo X.
España, por tanto había dejado de ser cristiana para convertirse en Musulmana, y si no hubiera sido por el hundimiento del Califato y la Reconquista, no seríamos un país Europeo orientado hacia el norte y al Atlántico, sino un país Mediterráneo, con su ejemplo en el Oriente del que surgió su religión. Darse cuenta de esta pequeña diferencia en el destino de un país es crucial, ya que nos muestra lo equivocadas que son todas las visiones teleológicas - puesto que España existe ahora, surgió necesariamente - o esencialistas - nuestro pasado es nuestro presente y siempre hay que volver ahora -. Por otra parte, subraya como el azar es un actor preminente de la historia - nada está prefijado, nada está determinado - y que el tiempo todo lo destruye, de manera que los sujetos históricos que ahora conocemos dejarán de ser en el futuro, única ley existente en los procesos históricos.
Estudiar, por tanto, el periodo de la invasión islámica es un deber ineludible, si sólo por conocer ese tiempo en que el resultado de la historia de España pudo haber sido muy distinto, opuesto al que conocemos ahora. Tal parece haber sido la intención la historia de España dirigida por John Lynch, en la que se ha reservado un tomo entero para los hechos del siglo VIII, del 711 al 790. No obstante, aquí nos encontramos con un problema, los tiempos decisivos en la historia universal antigua, aquellos que corresponden a periodos de crisis, suelen estar muy mal documentados. Todo historiador antiguo solía escribir bajo el patrocinio de algún magnate y por tanto dedicarse a cantar sus glorias, callando todo lo que pudiera suponer un descrédito de su figura.
Así ocurre que del siglo III en el Imperio Romano no tenemos testimonios contemporáneos, siendo casi todos de épocas posteriores, añadidos que sirven de introducción a la narración de los hechos gloriosos del nuevo conquistador, y lo mismo ocurre con las crónicas del siglo VIII en Iberia. Dicho así, puede resultar chocante, puesto que todos hemos sido educados en una versión que parecía completa y continua, pero el hecho es que es versión es un recosido de muy diversas fuentes, todas muy posteriores, y en las que se entremezclan hechos y leyendas sin que podamos distinguir unas de otra. Las fuentes árabes más antiguas, por ejemplo, son del siglo IX, compuestas en Egipto, y aparte de unos pocos hechos básicos, se contradicen en todo lo demás.
La primera fuente cristiana, por otra parte, son las crónicas compuestas en Asturias durante el reinado de Alfonso III en el siglo IX, y tienen la forma de los relatos de mitos fundacionales, muy detalladas al principio, reducidas a meras listas en los años sucesivos, hasta recuperar el detalle en los hechos contemporáneos, lo cual convierte poco fiable su narración de los hechos de la conquista, que al ser analizados en detalle muestran en sus muchos errores e imprecisiones que quien los compuso ya no sabía quienes eran los protagonistas de ese tiempo.
De esas fuentes se ha construido la versión que muchos conocemos, a base de eliminar las contradicciones entre ellas y recoser los datos que aparecían en una pero no en la otra. La conquista árabe sería por tanto terreno abonado para la crítica postmodernista, de forma que se acabase confesando que en realidad no sabemos nada de ese tiempo. Sin embargo, tenemos la suerte de contar con una crónica más o menos contemporánea, la llamada Crónica del 754, escrita a mitad del siglo VIII. Una bendición, por tanto, sino fuera porque mucho de los que nos cuenta no cuadra con la versión que ya teníamos.
El principal problema de laCrónica del 754 es que no sabemos muy bien a quien iba dirigida- o quien fue su redactor - , lo cual nos permitiría interpretar sus omisiones y silencios, de los que hay demasiados. Quienquiera que la escribiera - aprentemente un clérigo cristiano toledano - tiende a ser demasiado sucinto, a aportar apenas los datos esenciales para que se pueda seguir su narración, utilizando en demasiadas ocasiones expresiones ambiguas o de significado obscuro, que no sabemos como interpretar. La derrota del rey Rodrigo, por ejemplo, parece haber sido acelerada por disensiones dentro del poder visigodo, pero no queda claro si es que Rodrigo se hallaba luchando contra uno de los acostumbrados rebeldes cuando se produce la entrada de los árabes, o esta rebelión se produjo una vez entrados esta - lo que estaría más cerca de la versión tradicional de la traición en Guadalete de los inexistentes hijos de Witiza.
La extrañeza que nos provoca esta fuente única se acrecienta nos damos cuenta que aunque su relato se aproxima a los que nos narran las otras versiones tardía, ese núcleo común sin tintes novelescos al que me refería antes, la Crónica contiene muchos otros detalles que no nos cuadran y que más de un estudioso ha preferido rechazar. Entre los más llamativos está el retraso de la supuesta batalla de Guadalete al 712, la simultaneidad de las expediciones de Tarik y Muza, o la insistencia en que se habían producidos incursiones en Andalucía los años anteriores. Detalles que desmienten la idea de un reíno visigodo tomado por sorpresa - o por traición - y que apuntan a una conquista plenamente planificada, a la que a unos primeros tanteos de reconocimiento, siguen dos incursiones en toda regla que entran por caminos diferentes para confundir y dispersar a las fuerza enemigas.
La reconstrucción de Collins que incluyo arriba me parece una de las mejores y más completas en lo referido a esos años. No es definitiva, ni exenta de errores - de hecho, me parece que en su rigor metodológico se ha ligado demasiado a la crónica. Si que debe servir de aviso de que al estudiar el siglo VII nos enfrentamos en un terreno sin caminos trazados, en el que los senderos son traicioneros y en el que es necesaria una aproximación multidisciplinar, entre los medievalistas de la Europa Cristiana y los arabista, único medio de crear una versión en la que se aúne las diferentes versiones y noticias, vengan de donde vengan.
More important than the matter of dating are the implications of this account for the sequence of events themselves. Firstly, there were a series of initial destructive Arab raids on southern Spain. Secondly, in 711 there were two Arab forces operating in the peninsula: One, and this was probably the first to arrive, was the army of Arabs and Berbers led by Tariq 'and others', and the other was the army under his superior, Musa, which landed at Cadiz and made its way to Toledo. Thirdly, continuing to follow the chronicler's chronology, in 712 the first of these armies defeated the main forces of the Visigothic king Roderic, who seems previously to have been engages in a struggle for power with internal rivals. His own fate is not here recorded, but a later reference, c.715, to his widow suggests a death in battle or soon after. Fourthly, Musa at Toledo executed an unspecified number of members of the indigenous aristocracy for their involvement with the former brother of a former king (Witiza). A reasonable guess may be that this latter had been chosen or even consecrated as king himself at this time. His fate is uncertain but may have been the same as theirs. Fithly, in this period 711/712 Musa and his deputies established control over not only the former Visigothic capital and parts of the centre and south of the peninsula, but also extended their authority as far as the Ebro valley and Zaragoza. These events, and the accompanying local struggles and civil war produced considerable destruction and loss of life.
Roger Collins, The Arab Conquest of Spain
En la entrada anterior, había comentado como la sombra de los visigodos sigue pesando sobre la idea que tenemos de España. Parte de esa influencia inesperada de un reino medieval, largo tiempo desaparecido y sin relación con nosotros, sobre nuestra concepción del presente se debe a que la intelectualidad hispana ha visto siempre la historia como la crónica de una decadencia. La misión de la historia era por tanto encontrar el punto en que las cosas se torcieron, rastrear las raíces del fracaso y aplicar las medidas correctivas necesarias, aunque fuera completamente absurdo intentan resolver los problemas políticos del siglo XX con medios imaginarios que permitirían salvar el imperio mundial hispano del siglo XVI.
En ese sentido la fecha del 711, la invasión árabe del reíno visigodo y la destrucción fulminante de ese estado, siempre ha sido un punto de referencia obligado en esas crónicas de la pérdida del Edén en las que parece haberse especializado la historiografía hispana. En este caso particular, la llegada de los árabes se explicaba como una especie de castigo divino a los pecados de los gobernantes visigodos - idea difícil de conciliar con su calidad de modelo al que había de volver - de manera que la historia de España, a partir de ese instante, era tanto reconquista como reconstrucción, restauración y recuperación, en la que la esencia de España, cristiana y una, era finalmente rescatada del yugo árabe, paréntesis que en nada había alterado lo que España realmente significaba.
Quisiera decir que esas ideas son ya cosa del pasado. Saben que no es así, pero afortunadamente han quedado limitadas a círculos políticos e ideológicos muy concretos. Lo que las últimas décadas han permitido es contemplar la historia medieval de España no como una excepción aislada, sino como un ejemplo de fuerzas y procesos de escala global, euroasiática, de los que la península no sería más que un ejemplo concreto. Adoptada esa postura, la invasión árabe sigue conservando su rasgo de hecho determinante en la historia peninsular, pero al contrario de lo que nuestros antecesores pensaban.
Digámoslo claro, si el Califato Omeya no se hubiera derrumbado sobre sí mismo a principios del siglo XI, la reconquista probablemente no habría tenido nunca lugar y España habría evolucionado a lo que ahora mismo es Siria o Egipto, países de religión musulmana y habla árabe, donde aún perviven pequeñas minorías cristianas que conservan la lengua de antes de la conquista para usos litúrgicos. Puede resultar exagerado, pero las excavaciones recientes - como es el caso de los cementerios- demuestran que a finales del siglo IX se estaba produciendo un fenómeno de islamización espontánea en todo el ámbito de Al-Andalus, que estaba casi completado a finales del siglo X.
España, por tanto había dejado de ser cristiana para convertirse en Musulmana, y si no hubiera sido por el hundimiento del Califato y la Reconquista, no seríamos un país Europeo orientado hacia el norte y al Atlántico, sino un país Mediterráneo, con su ejemplo en el Oriente del que surgió su religión. Darse cuenta de esta pequeña diferencia en el destino de un país es crucial, ya que nos muestra lo equivocadas que son todas las visiones teleológicas - puesto que España existe ahora, surgió necesariamente - o esencialistas - nuestro pasado es nuestro presente y siempre hay que volver ahora -. Por otra parte, subraya como el azar es un actor preminente de la historia - nada está prefijado, nada está determinado - y que el tiempo todo lo destruye, de manera que los sujetos históricos que ahora conocemos dejarán de ser en el futuro, única ley existente en los procesos históricos.
Estudiar, por tanto, el periodo de la invasión islámica es un deber ineludible, si sólo por conocer ese tiempo en que el resultado de la historia de España pudo haber sido muy distinto, opuesto al que conocemos ahora. Tal parece haber sido la intención la historia de España dirigida por John Lynch, en la que se ha reservado un tomo entero para los hechos del siglo VIII, del 711 al 790. No obstante, aquí nos encontramos con un problema, los tiempos decisivos en la historia universal antigua, aquellos que corresponden a periodos de crisis, suelen estar muy mal documentados. Todo historiador antiguo solía escribir bajo el patrocinio de algún magnate y por tanto dedicarse a cantar sus glorias, callando todo lo que pudiera suponer un descrédito de su figura.
Así ocurre que del siglo III en el Imperio Romano no tenemos testimonios contemporáneos, siendo casi todos de épocas posteriores, añadidos que sirven de introducción a la narración de los hechos gloriosos del nuevo conquistador, y lo mismo ocurre con las crónicas del siglo VIII en Iberia. Dicho así, puede resultar chocante, puesto que todos hemos sido educados en una versión que parecía completa y continua, pero el hecho es que es versión es un recosido de muy diversas fuentes, todas muy posteriores, y en las que se entremezclan hechos y leyendas sin que podamos distinguir unas de otra. Las fuentes árabes más antiguas, por ejemplo, son del siglo IX, compuestas en Egipto, y aparte de unos pocos hechos básicos, se contradicen en todo lo demás.
La primera fuente cristiana, por otra parte, son las crónicas compuestas en Asturias durante el reinado de Alfonso III en el siglo IX, y tienen la forma de los relatos de mitos fundacionales, muy detalladas al principio, reducidas a meras listas en los años sucesivos, hasta recuperar el detalle en los hechos contemporáneos, lo cual convierte poco fiable su narración de los hechos de la conquista, que al ser analizados en detalle muestran en sus muchos errores e imprecisiones que quien los compuso ya no sabía quienes eran los protagonistas de ese tiempo.
De esas fuentes se ha construido la versión que muchos conocemos, a base de eliminar las contradicciones entre ellas y recoser los datos que aparecían en una pero no en la otra. La conquista árabe sería por tanto terreno abonado para la crítica postmodernista, de forma que se acabase confesando que en realidad no sabemos nada de ese tiempo. Sin embargo, tenemos la suerte de contar con una crónica más o menos contemporánea, la llamada Crónica del 754, escrita a mitad del siglo VIII. Una bendición, por tanto, sino fuera porque mucho de los que nos cuenta no cuadra con la versión que ya teníamos.
El principal problema de laCrónica del 754 es que no sabemos muy bien a quien iba dirigida- o quien fue su redactor - , lo cual nos permitiría interpretar sus omisiones y silencios, de los que hay demasiados. Quienquiera que la escribiera - aprentemente un clérigo cristiano toledano - tiende a ser demasiado sucinto, a aportar apenas los datos esenciales para que se pueda seguir su narración, utilizando en demasiadas ocasiones expresiones ambiguas o de significado obscuro, que no sabemos como interpretar. La derrota del rey Rodrigo, por ejemplo, parece haber sido acelerada por disensiones dentro del poder visigodo, pero no queda claro si es que Rodrigo se hallaba luchando contra uno de los acostumbrados rebeldes cuando se produce la entrada de los árabes, o esta rebelión se produjo una vez entrados esta - lo que estaría más cerca de la versión tradicional de la traición en Guadalete de los inexistentes hijos de Witiza.
La extrañeza que nos provoca esta fuente única se acrecienta nos damos cuenta que aunque su relato se aproxima a los que nos narran las otras versiones tardía, ese núcleo común sin tintes novelescos al que me refería antes, la Crónica contiene muchos otros detalles que no nos cuadran y que más de un estudioso ha preferido rechazar. Entre los más llamativos está el retraso de la supuesta batalla de Guadalete al 712, la simultaneidad de las expediciones de Tarik y Muza, o la insistencia en que se habían producidos incursiones en Andalucía los años anteriores. Detalles que desmienten la idea de un reíno visigodo tomado por sorpresa - o por traición - y que apuntan a una conquista plenamente planificada, a la que a unos primeros tanteos de reconocimiento, siguen dos incursiones en toda regla que entran por caminos diferentes para confundir y dispersar a las fuerza enemigas.
La reconstrucción de Collins que incluyo arriba me parece una de las mejores y más completas en lo referido a esos años. No es definitiva, ni exenta de errores - de hecho, me parece que en su rigor metodológico se ha ligado demasiado a la crónica. Si que debe servir de aviso de que al estudiar el siglo VII nos enfrentamos en un terreno sin caminos trazados, en el que los senderos son traicioneros y en el que es necesaria una aproximación multidisciplinar, entre los medievalistas de la Europa Cristiana y los arabista, único medio de crear una versión en la que se aúne las diferentes versiones y noticias, vengan de donde vengan.
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