martes, 2 de julio de 2013

Under the shadow of postmodernism (y II)

Alfonso VI, el rey castellano que comenzaba a gobernar en Castilla-León en 1072 iba a tener un largo e importante reinado. No está de más, sin embargo, una breve recapitulación sobre sus antecedentes, tal y como se han venido desgranando en páginas anteriores. Un hermano suyo languidecía en prisión (Garcia), otro (Sancho II) había muerto mientras combatía a una hermana (Urraca). Un tío materno suyo (Vermudo III de León), hermano de su madre (Sancha) , había muerto combatiendo contra su padre (Fernando I), a otro tío paterno (García Sanchez III de Navarra) - hermano de su padre - le había ocurrido lo mismo, también luchando contra su padre; otro tío (Ramiro I de Aragón) - había perecido combatiendo contra los aliados de su padre y, finalmente, un primo (Sancho Garces IV de Navarra) - hijo del tío paterno ya mencionado -  había sido asesinado tirado por un barranco... Aunque pueda parecer que los miembros de la familia de Alfonso VI eran personajes de una enloquecida tragedia, en realidad eran todos monarcas de lo que algunos historiadores insisten en considerar gloriosos reinos.

Epocas Medievales, Eduardo Manzano Moreno, Historia de España Fontana/Villares

Releía la primera entrada de esta serie dedicada a la reciente Historia de España Fontana/Villares y me he dado cuenta que parte de mis quejas podían tomarse en un sentido político bastante desagradable, especialmente si se tiene en cuenta el ruido mediático que ciertos periódicos "liberales" están haciendo con la reedición de la Historia de España de Jose María Pemán. Esa historia, publicada en los años 40, es el mejor ejemplo de la síntesis fascista-nacional-católica que promovió el Franquismo, en la que cada de una de sus páginas sirve para remachar la (falsa) tesis de que, ya desde Altamira, España estaba destinada a ser una unidad de ésas de destino en lo universal, con la misión de defender la religión católica allá donde fuera, preferentemente con la espada.


Como puede entenderse, reclamar una historia de "España" que se adentre en tiempos anteriores a la fundación oficial de ese estado (es decir, la primera mitad del siglo XVI) puede sonar a las reivindicaciones de aquel nacionalismo centralista para el que Viriato, Séneca, Trajano y Adriano eran españoles de pura cepa y además militantes del PP. Nada más lejos de mi ideario, como saben los que me conocen. Ocurre simplemente que la arqueología y los tiempos oscuros,  toda investigación histórica que cubra de los "inicios" hasta bien entrada la baja edad media, es uno de mis grandes amores, lo que me lleva a despotricar cuando no se los aborda con la suficiente amplitud. Exacerbado además cuando la historia de los reinos medievales peninsulares es una de las más interesantes - y complejas - del Occidente Europeo, y  a que la mayoría de los habitantes actuales de esa región geográfica la desconoce por completo, al menos en una versión limpia de mitos y reivindicaciones nacionales.

Esta afición mía por las penumbras de la historia justifica mi indignación con el plan general de la historia Fontana/Villares y con su primer tomo, pero hay que reconocer que también fui un poco injusto y precipitado, ya que el segundo tomo, el que cubre el inmenso periodo que media entre el el 400 y el 1500, es todo lo que deseaba y un poco más. Un libro que me ha fascinado y al que se debe que haya descuidado mis vehículos habituales de promoción internetera, este blog y mi tumblr.

Les debo decir que tenía bastante aprensión a emprender la lectura de este libro, dada la decepción sufrida con el primer tomo. El autor no era un desconocido para mí, ya que de él había leído una magnífica historia de los tres primeros siglos de conquista árabe, la titulada Conquistadores, Emires y Califas. Esa historia conseguía un pequeño milagro, ofrecer un relato equilibrado en que las diferentes fuentes y aspectos, crónicas y arqueología, hechos políticos y sociales, se equilibraban y reforzaban, de manera que por primera vez el lector conseguía tener una visión clara y estructurada de esa época, deshaciendo de paso muchos de los mitos que los detractores de ese tiempo,  los proponentes de la España eterna que soñaba Pemán, y sus admiradores, transfugas de occidente o conversos a nacionalismos prefabricados, han ido depositando sobre los sobrios - y desengañadores - hechos históricos.

Mis temores estaban completamente infundados,.

Eduardo Manzano consigue salir más que airoso del reto de prensar 1000 años de historia en apenas 700 páginas, triunfo que se puede resumir en dos puntos principales. En primer lugar, su historia no es una narración de entidades aisladas, en la que los diferentes estados medievales (el emirato/califato cordobés, los reínos de Castilla, León, Aragón y Navarra, el condado de Barcelona) existen en un aislamiento impenetrable, como si los separasen miles de kilómetros. En el relato de Manzano, estos reinos, las personas que los habitan se hayan intimamente conectados, en muchos casos por lazos familiares, como la dualidad Arista/Banu Qasi, entre la Navarra cristiana y la Zaragoza musulmana, del siglo IX; el complicado árbol genealógico de los Omeyas, trufado de madres procedentes de los territorios cristianos,  o la familia extendida de Sancho III el mayor, que acabó gobernando, y matándose entre sí, casi toda la Hispania cristiana en el siglo XI.

Únase a esto que el autor no pierde de vista que está escribiendo una obra de divulgación. Demasiadas veces, el erudito hace a referencia a los fenómenos que historia sin explicarlos, suponiéndolos conocidos por todos, mientras señala que ese fenómeno, no descrito, tuvo gran importancia en tal época. Este defecto, que sólo sirve para frustrar al lector curioso, puede resolverse las más de las ocasiones con una simple frase, precisamente la que Manzano nunca olvida de añadir. Así, ésta puede ser la primera vez que he sido capaz de identificar correctamente las repercusiones que para Castilla y Aragón tuvieron las pretensiones al trono de los infantes de la Cerda, la guerra civil entre los esposos Urraca de Castilla y Alfonso I el Batallador de Aragón o el papel determinante que tuvo María de Molina en Castilla durante el primer cuarto del siglo XIII, a lo que hay que añadir que por primera vez en una historia de España las mujeres se convierten en protagonistas de pleno derecho.

Por otra parte, Manzano no tiene piedad con todos los mitos con los que los diversos nacionalismos, centrales y periféricos, han violentado la historia de la península ibérica, ni con las ensoñaciones que derechas e izquierdas han proyectado sobre ese pasado para justificar sus programas políticos. Nada queda en su relato, por ejemplo, del mito de las tres culturas conviviendo en armonía, que se revela tolerancia siempre provisional a merced del poder político de turno, ni de un Al-Andalus afeudal y paradiasico, que surge por el contrario como un estado fuertemente estructurado y con una inmensa presión fiscal, la necesaria para convertirse en la potencia hegemónica de la península. Por otra parte, la idea de una reconquista, objetivo único y último de la cristiandad patria, es hecha pedazos por la constatación de unos soberanos cristianos que no tenían recursos para costosas expediciones de conquista y que preferían exprimir, con parias y razzias, a sus vecinos, tanto cristianos como musulmanes.

Podría seguir acumulando virtudes de esta obra ejemplar, como por ejemplo, su análisis del supuesto desierto que según algunos autores era el valle del Duero en los siglos VIII al X, pero que en realidad de lo único que estaba vacío era de instituciones estatales, fueran cristianas o musulmanas. Sería ya demasiado remachar en algo evidente para todo lector del libro. Quiero, no obstante, acabar señalando lo que puede ser el único defecto de esa obra: su extensión. El lector se queda con ganas de profundizar más en cada periodo, siguiendo las líneas apuntadas por Manzano, pero parece que, por demasiadas razones, entre las que las políticas no son las menores, nos quedaremos con las ganas.

5 comentarios:

Nonsei dijo...

"Alfonso VI, el rey castellano que comenzaba a gobernar en Castilla-León en 1072 iba a tener un largo e importante reinado".

Hablando de mitos nacionalistas, sé de algún leonés que se subiría por las paredes al leer esto. No sé si era castellano de nacimiento, y de ahí el comentario, pero Alfonso VI era rey de León, hijo del rey de León, que no asumió la corona de Castilla hasta la muerte de su hermano Sancho (aquel supuestamente asesinado por el famoso Vellido Dolfos, hijo de Dolfos Vellido) precisamente en 1072.

David Flórez dijo...

Bueno, teniendo en cuenta que Alfonso era hijo de Fernando, que conquistó por las armas el reíno de León desde Castilla, el que era hijo del monarca navarro Sancho (cuyo reino se extendía de Castilla a Aragón), las cuestiones identitarias quedan un poco diluidas. Aparte de que su corona fuera de un sitio u otro, dudo mucho que ellos se sintieran leoneses o castellanos hasta la médula... o qué pensar del reíno de sancho el castellonavarrogones...

Si que es cierto que la frase más correcta debería ser el rey leones, pero sólo por accidente histórico en el reparto que hizo Fernando...

Nonsei dijo...

Pero Fernando no era rey, sino conde de Castilla. El primer rey de Castilla fue su hijo Sancho.
Alfonso debería denominarse rey leonés, más que por accidente histórico porque el reino de León era el importante, el prestigioso y el que daba legitimidad a la Corona. Castilla, como reino, fue un invento de su padre.
Se suele despreciar la historia de León y sobrevalorar la de Castilla.
No sé si este es el caso o si estoy sacando el comentario fuera de contexto, pero de ahí venía mi comentario sobre que los leoneses a menudo se tendrían que subir por las paredes al ver cómo los historiadores suelen contar la historia de España.
Un saludo.

David Flórez dijo...

Bueno, de hecho la ironía del autor del libro iba más contra la supuesta grandeza de los orígenes de Castilla y del fundador de la dinastía, Fernando, al narrar el inmenso embrollo dinástico que era la familia de Sancho III...y la manera en que Fernando I eliminó, directa o indirectamente, a todos sus competidores familiares. Siento que mi intención al incluir ese pasaje no haya quedado clara.

Dejando aparte el desliz, tengo que decir que el propósito de Eduardo Manzano era narrar una historia del medievo peninsular que no fuera castellanocéntrica, en la que las páginas dedicadas a la historia musulmana resultan, por ejemplo, bastante más extensas de lo habitual y, sobre todo, realizar esa labor transversal en la que los diferentes reinos aparecen fuertemente interrelacionados y en competición, sin que uno aparezca como hegemónico - bueno, el califato sí - hegemonía que, en sus propias palabras, sólo ocurre en el siglo XV, cuando casi todas las cabezas reinantes de la penñinsula, son, en cierta medida, Trastámaras






David Flórez dijo...

Y se me olvidaba decir que, por parte de padre, yo también tengo raíces leonesas, siendo León ciudad que visité más de una vez de joven y en la que nunca fallaba en visitar San Isidoro y su panteón real...