Siguiendo con la revisión de las recopilaciones de cortos animados realizadas por el misterioso profesor Beltesassar, le ha llegado el turno a Blackfly, realizado en 1991 por Christopher Hinton para la National Film Bureau of Canada, o en corto, NFB.
Los que siguieran mi revisión de la lista de 100 mejores cortos animados del festival de Annecy, sabrán que es imposible escribir una historia de la animación mundial sin dedicar un amplio espacio al papel jugado por esta institución. Cualquier elogio que se dedique a la NFB es más que merecido, ya que desde su fundación, en 1940, ha mantenido una política de subvenciones que ha permitido que muchos grandes nombres de la animación, empezando por Norman McLaren, hayan podido desarrollar su obra con cierta seguridad y continuidad. Algo que, no se olvide, hubiera sido posible en un entorno de producción cinematográfica dominado por el libre mercado y para el que la animación sigue siendo un producto barato y prescindible orientado únicamente para el entretenimiento infantil... opinión que desgraciadamente es compartida por la mayoría de la crítica especializada, cuyo desdén por la animación es tristemente conocido.
Christopher Hinton es uno de esos creadores que tuvieron la suerte de recibir el apoyo financiero de la NFB. Blackfly es su obra más conocida y vista- en estas notas tendremos la oportunidad de revisar también Blowhard, mucho más política y comprometida -, fama que puede resultar extraña si se tiene en cuenta que en términos estéticos y técnicos, este corto no supone un paso adelante en el desarrollo de la forma, ni se caracteriza por ser experimental o vanguardista. No obstante, la importancia de Blackfly es otra. Como muchos otros cortos de las últimas décadas del siglo XX, pertenece a un tiempo en el que el reinado de la animación tradicional - lo que ahora llamamos 2D - era aún indiscutible, sin haber sufrido la erosión provocada por la 3D y los CGI, y disfrutando de todo un siglo de logros, trucos y técnicas que estaban a disposición de todo creador con un poco de talento.
Blackfly se consitituye así como un resumen de todo lo bueno de la animación pasada. Un resumen que presupone un conocimiento histórico, o al menos la costumbre de ver animación tradicional, no sólo en el creador, sino especialmente en un espectador que es capaz de reconocer lo que el animador le presenta y anticipar su evolución y desarrollo. Es debido a esta complicidad, similar a la que existe entre una orquesta y los danzarines, por lo que los grandes cortos de esta época suelen estar cargados de una alegría desbordante, subrayada cuando, como es el caso, se parte de una composición musical que la animación se encarga de ilustrar y glosar.
Hay que tener cuidado con las palabras. Hablar de ilustración evoca imágenes de formas menores, indignas, de grabados perdidos entre las páginas de un libro que no merecen mayor atención y enseguida se olvidan. Por el contario, cuando hablamos de ilustrar en animación se intenta decir que se utiliza el material de partida, la canción o el cuento popular, como medio sobre el que crear todo un edificio visual que tome lo que apenas está implícito y lo desarrolle hasta su últimas consecuencias visual, haciendo uso de esa libertad, de esa falta de fronteras físicas y corporales, que es la esencia última de la animación desde sus inicios. Es aquí donde radica la dificultad, el resto y la belleza de la animación tradicional, porque esa tarea sólo está al alcance de unos pocos y cuando realmente se da en el blanco, puede ser disfrutado por cualquiera.
En mi opinión Hinton sale completamente airoso del lance y Blackfly, como demuestra su inclusión en compilación tras compilación, es uno de los cortos que han quedado grabados indeleblemente en la memoria del aficionado, independientemente de su audacia formal, experimental o vanguardista. Sin embargo, esta es sólo mi opinión, así que aquí les adjunto el corto para que se formen la suya.
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