martes, 5 de julio de 2011

Misanthropy

Munch, Melancolía
Ningún viaje a Oslo puede estar completo sin realizar una visita a Munch, el otro pintor expresionista de finales del XIX, cuya obra está desperdigada por diferentes instituciones, museos colecciones privadas de Noruega. Por supuesto, a pesar de que la obra de Munch sea más que conocida y de que el aficionado esté harto de ver reproducciones de sus obras, nada puede substituir la visión directa de una obra, cuyos detalles y matices son irreproducibles, aparte de que siempre se puede llevar uno la sorpresa y encontrar esa obra maestra que nunca había visto antes.

Eso mismo me ha ocurrido a mí con mi visita a la Galería Nacional de Oslo, donde en la sala dedicada a Munch me he topado con el cuadro que encabeza esta entrada.

Para todo aquél que conozca la obra de Munch el tema le será familiar. No es otra cosa que una de las muchas versiones de un cuadro que siempre recibe el nombre de Melancolía, y donde el pintor o algún familiar suyo aparece con la vista perdida en un punto indefinido, rodeados de un paisaje de inmensa belleza que son incapaces de ver. Esa actitud es uno de los síntomas de esa enfermedad que parecía afectar a la familia de Munch, entonces llamada Melancolía, hoy conocida como depresión, y muestra uno de los síntomas característicos de ese síndrome que cualquiera que la haya sufrido, aunque sea en sus formas más leves, conoce íntimamente.

Se trata de un sentimiento de estar separado del mundo, incapaz de disfrutar de él aunque todos los placeres imaginables estén al alcance de la mano. Un sentimiento involuntario e irrefrenable, natural en el enfermo, que en esta versión se ve subrayado por un simple cambio de postura, ya que en las otras versiones, el artista contempla el mundo sin verlo, mientras que ahora aparta la mirada y se esconde, en un claro gesto de despreció y asco, renunciando a la belleza y a su goce.

Un gesto que muestra otro rasgo del pintor y de su forma de abordar la vida, su profunda misantropía, su acendrado pesimismo.

Munch, Luz de Luna
Una misantropía y un pesimismo que le hace descubrir la sombra de la muerte, siempre acechante, en cualquier momento de la vida, como es el caso de otra de sus ideas fijas, representada en múltiples versiones, la luz de luna que transforma al modelo en un fantasma andante, a punto de disolverse ante nuestros ojos, y que convierte a la sombra que proyecta sobre la pared en una  realidad más tangible y sólida que la misma persona, un auténtico dopplegänger, reflejo de todo aquello que la persona niega de sí mismo, y que acabará por substituirle y reemplazarle.


Munch, Claro de Luna

Un mundo, el de Munch, donde la belleza se revela ilusión, sueño provocado por alguna substancia estupefaciente, tan falto de realidad como el humo, siempre a punto de disolverse, cuajado de presagios y malos augurios que no tardarán en tornarse en realidad. Un mundo, por tanto, que es una mentira completa y que está corrompido hasta sus mismas raíces, trampa que sólo busca mantenernos vivos un instante más, con promesa vacuas, hasta golpearnos y arrojarnos en la tumba.


Munch, La danza de la vida
Pesimismo profundo y acendrado, es cierto. Pero un pesimismo que no es exclusivo de Munch, sino extensivo a toda la sociedad de su tiempo, y que no deja de ser una de las más curiosas paradojas históricas, ya que la sociedad europea de ese tiempo se hallaba en la cúspide de su poder, habiendo extendido su dominio hasta los rincones más alejados del planeta y obligado a todo el resto de sociedades a aceptar o adaptar sus ideas si querían seguir sobreviviendo.

Pero aún así, la sociedad europea se veía al borde del abismo, abocada a una decadencia irreparable, en la cual se vería sumergida y disuelta por toda una serie de fuerzas destructoras, desde ese oriente temido, de fronteras cambiantes, sumido y perdido en un sueño milenario e incapaz de crear por si mismo, sólo de parasitar, a una idea de la mujer en la que un contacto repetido con ella llevaba a la caída y destrucción del hombre, y en la que se mezclaban de forma inseparable, y al mismo tiempo como materias opuestas e inmiscibles, un espíritu femenino concebido como  ideal inalcanzable, que se disolvería a tocarlo, una rabiosa sensualidad y sexualidad que al mismo tiempo atraía y repugnaba, y por supuesto, la muerte como destino final de toda la humanidad y única amante fiel.

Munch, Los tres estados de la mujer
Sería muy sencillo calificar estos temores compartidos por la sociedad del final de siglo XIX, como xenofobía, racismo o misoginia. En realidad, lo  que rebelan es una profundo temor a la vida, de raigambre cristiana y especialmente exacerbado en el protestastismo, por el cual todo placer, por muy inocente o leve que fuera, no deja de ser pecado y por tanto acarrea un castigo inminente, lo cual lleva a contemplar al mundo como una inmensa trampa de la que es imposible escapar si no es por medio de la muerte, donde la felicidad es imposible, el sufrimiento seguro, cualquier seguridad o felicidad falsa y pasajera.

Un horror, en nosotros, en los demás, en el mundo, que la pintura de Munch representa a la perfección, como corresponde a un misántropo melancólico.

2 comentarios:

anarkasis dijo...

¿le importa si le tomo la imagen de los tres estados de la mujer...? la noto más fresca

David Flórez dijo...

Bueno. No era mía para empezar, así que no me importa mucho.