Y cuando la obscuridad del atardecer se hizo mayor, mientras la mayor parte de los nuestros se esforzaba en el fragor de la lucha, aunque la fortuna se nos mostraba todavía esquiva, escondiéndome con otros dos en una parte recóndita de la ciudad, protegido por la obscuridad de la noche, escapamos por una puerta trasera que no era vigilada por nadie y, gracias a mi conocimiento de estos abruptos lugares y a la ayuda de mis ágiles compañeros, recorrí finalmente una distancia de diez millas.
Historia 19.8.5, Amiano Marcelino.
Una de las primeras entradas de este blog estaba dedicada precisamente a este historiador romano, el último de su estirpe en más de un sentido, como historiador, romano y pagano. Si he venido a recordarlo ahora, has sido gracias a la lectura del libro que les presente la semana pasada, el magnífico Legions of Rome de Stephen Dando Collins, el cual, en sus secciones finales recoge y amplia el apasionante relato del sitio de Amida por parte de los persas, del cual Amiano Marcelino fue testigo presencial.
Precisamente, una de las características más atractivas de Amiano Marcelino, es precisamente su cualidad de testigo presencial de los sucesos que narra o al menos de contemporáneo suyo, lo que le convierte en algo muy poco usual en la historiografía grecorromana conservada, una fuente primaria. En efecto, la mayoría de los historiadores latinos y griegos que nos han llegado escriben muchos años después, normalmente siglos enteros, de los acontecimientos que relatan, piensen por ejemplo en Tito Livio, Plutarco o Diodoro de Sicilia, dando posibilidad a que estos hayan sido distorsionados y modificados por el paso del tiempo. Si a esto unimos que las obras tardías tienden a convertirse en una amalgama de trabajos anteriores, los cuales se cortan y pegan a capricho del compilador, o que la historia se consideraba una de las artes, exigiendo del historiador más creatividad que rigor, es comprensible que haya que coger lo que se nos cuenta con pinzas.
Situación que es realmente desesperante en los casos en que un autor como Plutarco o Diodoro de Sicilia, constituye nuestra única fuente, enturbiando nuestra visión de los sucedido la intención moralista del primero o la afición a lo maravilloso y excepcional del segundo.
Como ya he dicho, en lo conservado es bastante rara obtener la versión de un contemporáneo o un protagonista del tiempo. Se ha perdido la narración de Tácito del reinado de Domiciano, durante el cual tuvo cargos políticos de importancia, igual que el relato de las guerras civiles que debía ocupar los últimos libros de Livio. Los libros finales de la Historia de Polibio, en las que el autor era protagonista y asistió a las convulsiones de la repúiblica romana justo antes de las guerras civiles, nos han llegado en forma de fragmentos, al igual como los tomos finales de Dion Casio, que relataban los sucesos inmediatamente anteriores a la crisis del siglo III.
Prácticamente, nuestra reseña de testigos presenciales se reduce a Tucídides y Jenofonte, entre los griegos con el balance a favor del viejo Tucídides, junto a César y Veleyio Paterculo ente los romanos, con el pobre Veleyio casi olvidado.
Y por supuesto Amiano. El último de los romanos como indiqué en esa ocasión. El testigo de tantas campañas, tantas guerras indecisas e infructuosas, civiles y externas, que sólo condujeron a debilitar el imperio, narradas con un desapego que llega a repeler al lector
Fue ese desapego, esa manera suya de narrar como si lo visto y presenciado no tuviera importancia, la que más me sorprendió y extrañó la primera vez que lo leí. Ese sitio de Amida, al que hacía referencia al comenzar la entrada, que duro 76 días, en el cual fueron destruidas 7 legiones romanas, aunque como las del bajo imperio, de apenas 1000 hombres, y que supuso la muerte de casi 30.000 enemigos, es relatado por Amiano con una sobriedad, casi parquedad, de detalles, que parece como si no hubiera tenido importancia alguna, a pesar de que el propio protagonista estuvo a punto de morir varias veces en su transcurso, se vio encerrado en la ciudad debido a un cúmulo de infortunios y consiguió escapar de la manera menos gloriosa posible.
O quizás es precisamente por eso. Porque Amiano, como último de los romanos, es también el último de los estoicos, y para ellos ninguna de las desgracias humanas en realidad tiene importancia, sino que basta con disociarse de ellas, con separar la mente del cuerpo, para que placer y dolor no puedan afectarnos ni involucrarnos.
Y así es capaz de narrar con absoluta frialdad, sin ninguna pasión, como si aquello le hubiera ocurrido a otra persona y no a él.
Historia 19.8.5, Amiano Marcelino.
Una de las primeras entradas de este blog estaba dedicada precisamente a este historiador romano, el último de su estirpe en más de un sentido, como historiador, romano y pagano. Si he venido a recordarlo ahora, has sido gracias a la lectura del libro que les presente la semana pasada, el magnífico Legions of Rome de Stephen Dando Collins, el cual, en sus secciones finales recoge y amplia el apasionante relato del sitio de Amida por parte de los persas, del cual Amiano Marcelino fue testigo presencial.
Precisamente, una de las características más atractivas de Amiano Marcelino, es precisamente su cualidad de testigo presencial de los sucesos que narra o al menos de contemporáneo suyo, lo que le convierte en algo muy poco usual en la historiografía grecorromana conservada, una fuente primaria. En efecto, la mayoría de los historiadores latinos y griegos que nos han llegado escriben muchos años después, normalmente siglos enteros, de los acontecimientos que relatan, piensen por ejemplo en Tito Livio, Plutarco o Diodoro de Sicilia, dando posibilidad a que estos hayan sido distorsionados y modificados por el paso del tiempo. Si a esto unimos que las obras tardías tienden a convertirse en una amalgama de trabajos anteriores, los cuales se cortan y pegan a capricho del compilador, o que la historia se consideraba una de las artes, exigiendo del historiador más creatividad que rigor, es comprensible que haya que coger lo que se nos cuenta con pinzas.
Situación que es realmente desesperante en los casos en que un autor como Plutarco o Diodoro de Sicilia, constituye nuestra única fuente, enturbiando nuestra visión de los sucedido la intención moralista del primero o la afición a lo maravilloso y excepcional del segundo.
Como ya he dicho, en lo conservado es bastante rara obtener la versión de un contemporáneo o un protagonista del tiempo. Se ha perdido la narración de Tácito del reinado de Domiciano, durante el cual tuvo cargos políticos de importancia, igual que el relato de las guerras civiles que debía ocupar los últimos libros de Livio. Los libros finales de la Historia de Polibio, en las que el autor era protagonista y asistió a las convulsiones de la repúiblica romana justo antes de las guerras civiles, nos han llegado en forma de fragmentos, al igual como los tomos finales de Dion Casio, que relataban los sucesos inmediatamente anteriores a la crisis del siglo III.
Prácticamente, nuestra reseña de testigos presenciales se reduce a Tucídides y Jenofonte, entre los griegos con el balance a favor del viejo Tucídides, junto a César y Veleyio Paterculo ente los romanos, con el pobre Veleyio casi olvidado.
Y por supuesto Amiano. El último de los romanos como indiqué en esa ocasión. El testigo de tantas campañas, tantas guerras indecisas e infructuosas, civiles y externas, que sólo condujeron a debilitar el imperio, narradas con un desapego que llega a repeler al lector
Fue ese desapego, esa manera suya de narrar como si lo visto y presenciado no tuviera importancia, la que más me sorprendió y extrañó la primera vez que lo leí. Ese sitio de Amida, al que hacía referencia al comenzar la entrada, que duro 76 días, en el cual fueron destruidas 7 legiones romanas, aunque como las del bajo imperio, de apenas 1000 hombres, y que supuso la muerte de casi 30.000 enemigos, es relatado por Amiano con una sobriedad, casi parquedad, de detalles, que parece como si no hubiera tenido importancia alguna, a pesar de que el propio protagonista estuvo a punto de morir varias veces en su transcurso, se vio encerrado en la ciudad debido a un cúmulo de infortunios y consiguió escapar de la manera menos gloriosa posible.
O quizás es precisamente por eso. Porque Amiano, como último de los romanos, es también el último de los estoicos, y para ellos ninguna de las desgracias humanas en realidad tiene importancia, sino que basta con disociarse de ellas, con separar la mente del cuerpo, para que placer y dolor no puedan afectarnos ni involucrarnos.
Y así es capaz de narrar con absoluta frialdad, sin ninguna pasión, como si aquello le hubiera ocurrido a otra persona y no a él.
2 comentarios:
los historiadores latinos son capaces de reinventarse.
En el caso de Amiano es especialmente correcto, puesto que tenemos a un pagano que escribe en un tiempo en el que el el cristianismo es la religión oficial del imperio...y se las arregla para no decir nada del cristianismo y dejar bien claras sus preferencias por las antiguas religiones. Un militar experimentado que es curiosamente parco y sobrio en sus descripciones bélicas, de manera que parecen narradas no por un testigo presencial sino por alguien muy lejano y apartado. Y por último, un miembro de la elite política romana, convencido de que el Imperio Romano es el culmen y el destino de la humanidad, que habla con abierto escepticismo y desengaño de su tiempo y sus contemporáneos...
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