Old Painting, Hans Peter Feldmann |
Tengo la mala costumbre de pasarme de muy tarde en tarde por el Sofidú (MNCARS en terminología oficial) lo cual provoca que muchas de sus exposiciones las vea en extremo. La razón de este descuido es que por alguna razón este museo no suele publicar su muestrario de exposiciones en los periódicos y mi vagancia habitual me impide consultar su página web, a pesar de que sé perfectamente de que el hecho de tratarse de un museo de arte contemporáneo sin colección propia, le lleva a abordar disciplinas poco habituales, como el cine y montar muestras temporales más que interesantes, en las que se ilustran los caminos del arte (o de eso que aún llamamos arte) en los últimos decenios, una labor de actualización que todo aficionado debe llevar al día.
El caso es que dos de las exposiciones aún abiertas están en su última semana y, para mayor inri, son de aquellas que no debe uno perderse. La primera es la del cineasta experimental patrio, Val del Omar, una de las figuras más importantes y más olvidades de nuestro cine y a la que dedicaré una entrada en exclusiva cuando vuelva a ver su cortos, dentro de unas semanas, mientras que la otra es del artista postmoderno Hans Peter Feldmann, perfecto ejemplo de lo lejos que se encuentra la práctica del arte de lo que era el paradigma cuando yo me aficione a su disfrute, ese modernismo/formalismo que glosara tan bien Robert Hughes en The Shock of The New, que ya fuera objeto de una larga serie de entradas en este su blog.
Mi primera impresión al visitar la exposición es gran parte del placer que experimentaba se debía a algo tan trivial como saber el chiste. Uno de tantos rasgos que sirven para definir el postmodernismo, es que este movimiento es consciente de la muerte del arte, o mejor dicho de que no hay un límite que separe lo belleza de lo feo, lo importante de los intrascendente, de forma que gran parte de sus esfuerzos se destinan a constatar ese hecho, lo cual nos lleva al segundo rasgo característico, que al ser el postmodernismo un movimiento eminentemente literario, sus obras en las artes plásticas, se limitan a la ilustración de un concepto, que debe poder ser leído por el espectador, disfrazado y distorsionado en mayor o menor medida, y renunciando por tanto a cualquier tipo de valores formales o estéticos, los cuales no pueden ser perseguidos al haberse desvanecido el concepto de belleza.
De esta manera, Feldmann juega con nuestras percepciones e ideas preconcebidas, al colocar sobre pedestales objetos completamente banales, la quincallería, los objetos de consumo que se tiran al poco de comprarlos, para destruir la sacralidad que atribuimos al arte y a los recintos que lo albergan (de ahí el apelativo irónico de todas sus exposiciones). Esta postura ideológica llega, en mi opinión, a su máxima expresión el las llamadas Wunderkammer, unas vitrinas extráñamente similares a las de un museo arqueológico y en las que se guardan, perfectamente ordenadas, toda clase de objetos banales y pasados de moda, como si se quisiera mostrar al espectador que no seremos recordados por los supuestos logros de los que tanto nos enorgullecemos, sino por la basura que hemos dejado atrás.
Otra vertiente importantísima de Feldmann y del postmodernismo, es la descontextualización de los objetos, ya sea la imagen artística del pasado a la que se aplican los criterios sociales del presente, como es el caso de la imagen que encabeza esta entrada, en la que se ha protegido la identidad de la Venus de Urbino, ocultando sus ojos,o bien exponiendo en lugar preferente los objetos más banales, tal y como se hace con los tesoros del pasado. Así, las fotos individuales de los integrantes de la selección de fútbol alemana, son ampliadas, encuadradas y colocadas para que recuerden a los apostolados de la pintura del renacimiento y barroco, en una doble labor de zapa de los idolos presentes y pasados.
Sin embargo, no es posible evitar, una vez visitada la exposición, que a lo largo de sus salas, Feldmann se limita a ilustrar una y otra vez una única idea, la de la imposibilidad de separar arte de no arte, fealdad de belleza... lo cual consituye su mayor debilidad, ya que no deja de ser un concepto viejo y completamente agotado, surgido en los años 60 con el pop y los nuevos realismos, y que por tanto no constituye ninguna novedad o avance en la práctica artística.
Lo cual es, por cierto, otro rasgo postmoderno, ya que para los artistas de este movimiento el progreso ya no existe y la única posibilidad existente es la de repetir lo pasado, con la ironía y el desapego que otorga el conocer la historia por entero.
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