Les había comentado ya lo muy diferentes que fueron los caminos del matrimonio Agnes Varda-Jacques Demy durante su viaje a los EE.UU, en plena revolución de los sesenta, el amor libre, el consumo de drogas y la contracultura sin trabas. La película que Demy rodó en ese país, Model Shop (Estudio de modelos, 1969, demuestra su admiración por esas tierras, así como su conocimiento del mundillo cultural alternativo, pero fue incapaz de escapar de su corsé neorromántico, de manera que los insertos de la vida diaria chirrían en el contexto de la trama principal. Por el contrario, Varda cayó enamorada de esa efervescencia cultural, que tan cercana le parecía a su modo de cultivar el cine. Acepto sus formas, sin criticarlas, las integró en su manera creativa y se mimetizó por completo con ese otro ambiente. Tan lejano y tan próximo a un tiempo.
El resultado, en forma de largometraje, fue Lions Love (... and lies) de 1969. Una película inclasificable, acúmulo de muchos ingredientes distintos que en principio deberían ser inmiscibles entre sí. Tómese, en primer lugar a tres personalidades de gran fama de aquel tiempo, precisamente por sus actividades en obras estandarte de la contracultura, como Hair, o su colaboración con el divo del Pop Art, Andy Warhol. Añádase una personalidad señera del cine independiente USA, como fue Shirley Clark. Créense dos tramas paralelas con ellos, apenas cogidas con alfileres: por un lado, la vida en común de estas tres personas, menage a trois dentro de una casa que más parece de un millonario que de una comuna hippy ; por otro, los intentos de Clark para rodar un film experimental dentro de un estudio de Hollywood, mientras los productores le escatiman el presupuesto y le arrebatan el control creativo.
Adérecese con digresiones documentales, excursos sobre la naturaleza del arte -como el que abre esta entrada- mini ensayos fílmicos, chistes visuales, improvisaciones, momentos contemplativos... y casi cualquier locura que se le ocurría a los participantes. Añádanse imágenes tomadas de la televisión, las de el asesinato del candidato demócrata Bob Kennedy y el atentado de Valery Solanas contra Andy Warhol, que se supone ocurren en el tiempo del filme y vienen a anunciar, aunque no se formule así, el fin de la utopía de los sesente.. Culminando con que Varda permite que los actores se dirijan a la cámara, interpelen al público o incluso se nieguen a interpretar su papel, obligando a la directora a entrar en el cuadro y enseñarnos, al actor y a nosotros, que sólo es una película, donde todo es posible y todo debe ser posible. Lección que nunca se debe oklvidar
Con esto no se si harán una idea, pero creo que podrán apreciar que se trata de una película libérrima, que huye de tener una historia definida o una estructura que la sustente -y al mismo tiempo la encorsete-, para permitirse explorar/invadir todos los elementos de una realidad como la de la década de los sesenta. Demasiado rica y multiforme como para poder ser resumida en las casi dos horas que dura esta cinta, pero que que debe y puede ser reflejada. Aunque sea de manera parcial, pálida e imperfecta. Sólo el intento, sólo mostrar que uno se ha contagiado de ese mismo espíritu, que se desea convertir el cine el juego, romper todas las reglas, merece la pena. Porque sólo así se podrá volver a los inicios, ser un pionero como los de antaño y reinventar el lenguaje fílmico.
¿Arriesgado? Mucho. Y muchos han sido los que se han estrellado intentando ese salto mortal. Y sin embargo, Varda obra un milagro. Lions Love (... and lies) no parece forzada en ningún momento, fluye con la mismo ímpetu, el mismo entusiasmo incontenible que esa realidad que intenta retratar, reconstruir y transmitir. Todo ello, más milagroso aún, sin acelerar jamás el pulso, sino con un paso firme y seguro que ya quisieran para sí otros directores grandes.
Esto sí son los sesenta y no la fantasía masturbatoria con que Tarantino nos obsequió el año pasado.
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