The head of the judiciary, Masavi-Ardebili, seems to have queried the order, asking whether it was meant to be applied only to those who had already been condemned to death or whether it was really to be applied to those who had been tried and given lesser sentences. Khomeini replied curtly, saying that it must be applied to all those who maintained their support for the MKO and ordering: "Annihilate the enemies of Islam immediately". In Tehran, Nayyeri, Eshraqi, and Mostafa Purnohammadi (for the MOIS) set about their interrogations, and similar commissions went to work in provincial prisons. The prisoners had no inkling initially that their answers meant life or death. -they were told that the commission was preparing materials for an amnesty settlement and that the purpose was to distinguish Muslims from non-Muslims-. Those who declare themselves openly still to support the MKO were sent straight for execution. Those who responded to questioning by saying they had changed their view and recanted were asked tougher questions to test their sincerity. Would they denounce other MKO supporters, for example. Other were asked whether they would be prepared to pull on the rope to hoist up their former colleagues to hang them and, if they demurred, they were sent off for execution themselves, on the basis that they seemed still to hold their old allegiance. Very few of the MKO prisioners escaped death. In an echo of the prison massacres of the French Revolution in 1792 and other mass killing in the previous decades and centuries, Nayyeri in Tehran indicated the verdict in each case by saying 'take them to the left' (those fortunate few whose recantation was accepted were sent out of door to the right). The condemned were allowed to write a will, and they were hanged in batches of six. There was no drop, so they strangled slowly; some taking fifteen minutes to die.
Michael Axworthy,. Revolutionary Iran, A History of the Islamic Republic
Parece que el jefe del poder judicial, Masavi-Ardebili, cuestionó la orden, preguntando si estaba concebida para sólo aquéllos que ya habían sido condenados a muerte o si debía extenderse a aquéllos ya juzgados y condenados penas menores. Jomeini respondió sucintamente, indicando que debía extenderse a todos aquéllos que aún mantuviesen su apoyo por el MKO (Organización de los Muyahidines del Pueblo de Irán), y ordenó: «aniquilad de inmediato a los enemigos del Islam». En Teherán, Nayyeri, Eshraqi, and Mostafa Purnohammadi (del MOIS, ministerio de inteligencia) se pusieron manos a la obra con los interrogatorios, al tiempo que comisiones similares se organizaban en las prisiones provinciales. En principio, los prisioneros no tenían indicación alguna de que su vida dependía de sus respuestas -se les dijo que la comisión estaba reuniendo material para un acuerdo de amnistía y que su propósito era distinguir entre musulmanes y no musulmanes-. Quienes declaraban seguir apoyando al MKO eran enviados de inmediato al patíbulo, mientras que quienes respondían señalando haber cambiado sus ideas y abjuraban eran sometidos a cuestiones más comprometedoras para evaluar su sinceridad. Por ejemplo, ¿denunciarían a otros miembros del MKO? A otros se les pedía si estarían dispuestos a sujetar la soga de la horca en la que se ejecutaría a sus antiguos compañeros. Si titubeaban, se le enviaba al patíbulo a ellos también, basándose en que parecían seguir siendo fieles a su antigua militancia. Casi ninguno de los miembros del MKO se libró de la muerte. Al igual que las masacres carcelarias de la Revolución Francesa, en 1792, o otras matanzas generales de décadas y siglos anteriores, Nayyery, en Teherán, señalaba la sentencia diciendo «llevadlo a la izquierda». Los afortunados cuya abjuración se aceptaba salían por la puerta de la derecha. A los condenados se les permitía escribir su testamento y luego eran ahorcados en grupos de seis. La altura era la justa, así que se asfixiaban con lentitud. A algunos, morir les llegó a llevar hasta quince minutos.
Me resulta intranquilizador, casi turbador, leer historia que pertenece a mi tiempo vital. Por un lado, demuestra lo frágil que son nuestros recuerdos. Aunque sean hechos cruciales, que creemos grabados de forma indeleble en nuestra memoria, lo que en realidad nos queda no son más que unos pocos datos aislados, con frecuencia mezclados y distorsionados. En realidad, la secuencia de los acontecimientos y su imbricación han desaparecido por completo, sin olvidar que la información de partida era ya incompleta y parcial, teñida de intereses, cuando no directamente propaganda. Así, de la Revolución Islámica en Irán, objeto del libro que les comento, recordaba algunos nombres -el Shah, los presidentes Bani-Sadr o Sapur Bajtiar, Jomeini por supuesto- y algunos hechos aislados de la guerra Irán-Irak -como los ataques a los petroleros o el uso de gas mostaza en el frente-. Mi sorpresa fue mayúscula al ir leyendo este libro y descubrir que hechos decisivos se habían desvanecido por completo de mi mente, como cuando en 1980 el MKO (Organización de los Muyahidines del Pueblo de Irán) decapitó la cúpula de la revolución, en varios atentados gigantes simultáneos.
Asímismo, la lectura de la historia que una vez fue contemporánea me hace sentirme cada vez más viejo, próximo ya la ancianidad. Esos acontecimientos cruciales -de los setenta, de los ochenta, de los noventa-, parte de mi biografía y de mi formación como persona, no tienen ninguna relación directa con las generaciones más jóvenes, aquéllas menores de treinta años. Son ya, como se suele decir, historia antigua, anteriores a la doble cisura que supuso la caída de la URSS en 1991 y los atentados contra las torres gemelas en 2001. Y sin embargo, como ya les he indicado en otras ocasiones, el rayo en un cielo sereno que fueron esos atentados no fue tal. Esos hechos serían inconcebibles sin el impacto que supuso la Revolución Islámica en el mundo musulmán: por primera vez en el siglo XX surgía una opción política válida que no se inspiraba en occidente, a la vez antiliberal, anticapitalista y anticomunista, y cuyo fundamento era la religión. La marea del laicismo comenzaba a bajar, mientras que la de la religión cobraba nuevas fuerzas, incluso en un occidente mayoritariamente láico y escéptico.
Sin la victoria de Jomeini en 1979 serían impensables fenómenos como Al-Qaeda, el Califato, los talibanes de Irak, la extensión del terrorismo islámico por el mundo, el mismo proceso de resilamización, tanto dentro como fuera de los países musulmanes, o el ascenso de la derecha fundamentalista en Occidente. Cierto que gran parte de esos procesos y formaciones son contrarias a Irán, al proceder del mundo suní, cuyos radicales son tanto antioccidentales, como antichiiés, pero no es menos cierto que Irán ha sido, y sigue siendo, el ejemplo a seguir por todas las fuerzas integristas, dado su éxito, su resistencia frente a amenazas exteriores e interiores, así como su inesperada pervivencia, de ya de más de cuatro décadas. Sin olvidar que, en nuestro mundo globalizado, hipercomunicado e hipertecnificado, ningún integrismo es puro, ni puede aspirar a restituir la pureza original, del siglo VIII en el caso islámico, a la que aspira. Hace poco leí que el fascismo no es más que un conservadurismo con armas y tecnologías contemporáneas, etiqueta que conviene muy bien a todos los islamismos. No hay que olvidar que si los mujaidines de Afganistán consiguieron derrotar al Ejército Rojo fue, en parte, porque los EE.UU les dotaron de misiles antiaéreos Stinger.
Dicho esto, no es menos sorprendente -e inquietante- la ignorancia que en nuestro país se tiene sobre esta la revolución iraní. Por ejemplo, desde la derecha se acusa a fuerzas de izquierda, como Podemos, de ser financiadas por la República Islámica, mientras que éste partido se vengó, a su manera, cuando descubrío que VOX, la ultraderecha patria, había recibido subvenciones del ya citado MKO. Unas alianzas que no dejan de ser contranatura, ya que la derecha reaccionaria occidental está favoreciendo un movimiento, como el MKO, que busca unir Islam y Marxismo; mientras que la izquierda es indulgente ante un régimen, como el iraní, que presume de ser una teocracia, es claramente antifeminista y homófobo, además de haber aniquilidado, ejecuciones en masa includidas, a los partidos tradicionales de izquierda, como el comunista Tudeh.
Por desgracia -y hablo de la rama ideológica que más me toca-, en la izquierda tendemos a considerar de nuestra rama a cualquier movimiento en contra de nuestros enemigos ideológicos favoritos: ergo, los EE.UU.. Una ceguera que contribuyó, por cierto, a la caída del Tudeh, partido comunista de larga historia e implantación en el Irán del siglo XX. Durante los primeros años de la Revolución Islámica, incluidos los de la Guerra Irán-Irak, este partido mantuvo una posición de neutralidad, cuando no de tibio apoyo, a la cúpula religiosa que estaba consolidando su dominio absoluto en Irán. Como tantas veces en la historia de los movimientos marxistas, creían que los beneficiarios de una crisis estatal serían ellos, como representantes de la clase obrera, cuando, salvo excepciones muy contadas, el derrumbe social sólo ha beneficiado a las derechas. Así, cuando la cúpula islámica se sintió con la fuerza suficiente, aupado sobre su resistencia victoriosa contra Sadam Hussein y la reacción patriótica que inspiró, no dudo en ajustar cuentas con el Tudeh. Para entonces, este partido ya se había quedado solo, sin medios de comunicación ni capacidad de movilización, de manera que no costó mucho aplastar a su militancia.
Si no fuera ateo, me vería tentado a considerar la intervención de la providencia divina. En cada una de las crisis sucesivas a las que se enfrentó la república iraní tras la caída del Sha, quien siempre salió reforzada fue la facción de Jomeini, en versiones cada vez más radicales. La división de la oposición al Sha, en 1979, y el evidente carisma del Ayatolla, le colocaron en un puesto de árbitro del proceso, con la potestad de un soberano para otorgar su favor y retirarlo. Los mismos atentados cataclísmicos del MKO sólo sirvieron para que ascendiese una nueva generación de líderes, más despiadados e intransigentes que sus antecesores. La guerra de agresión lanzada por Sadam, en vez de provocar le derrumbe del régimen, sólo consigio unir al pueblo iraní en torno a Jomeini, justicando cualquier medida represiva, por muy sangrienta que ésta fuera, caso del asesinato de opositores en las cárceles recogido en el párrafo que abre esta entrada.
Porque no hay que olvidar nunca el auténtico carácter del régimen iraní, durante el tiempo de Jomeini y con sus sucesores. En aras de restaurar el orden ideal y con la seguridad de tener a dios de su lado, no tuvieron, ni tienen, reparo alguno en aplastar disidencia y oposición con cualquier arma a su alcance. Incluyendo el ejército, las represalias, la cárcel y la pena de muerte. Cierto que, a pesar de esa reperasión , las tradiciones progresistas que han caracterizado al pueblo iraní en el siglo XX han demostrado una capacidad de resurrección impensable, consiguiendo incluso, gracias al barniz democrático con el que gusta disfrazarse el regimen, llevar a dirigientes más aperturistas al gobierno, como ocurrió con Mohammad Jatamí. Intentos que, por desgracia, se han demostrado frágiles y pasajeros.
Quienes detentan el poder siguen siendo los mismos, la élite islámica que no sólo defiende su fe, sino sus muchos privilegios, y que también ha aprendido de sus reveses recientes. A mantenerse de manera perenne al mando del país.
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