sábado, 31 de octubre de 2020

Atrincherados en nuestras mentes (yII)

Los primeros conquistadores (y el propio Cristóbal Colón) buscaban sacar provecho del descubrimiento; para explorar las minas y el suelo, necesitaban mano de obra. Isabel la Católica prohíbe la esclavitud de los indios, exige que sean considerados como súbditos libres de la Corona, jurídicamente iguales a los españoles. Los colonos sortea ese problema: se llega al trabajo forzado, a los «repartimientos» justificados por la necesidad de explotar el suelo y el subsuelo y por el rechazo de los indios a convertirse en asalariados. Esto provoca numerosos abusos, contra los que toman posición, sobre todo, los dominicos de Santo Domingo. De ahí las leyes de Burgos (1512-1513): se reglamenta la encomienda para limitar los abusos, pero, de resultas de ello, se da fuerza legal a las prácticas cotidianas.

En teoría, la encomienda se esfuerza en conciliar tres objetivos:

1º El estatuto jurídico del indio, un súbdito libre de los reyes de Espala. El indio encomendado no es jurídicamente un esclavo, el encomendero no es un señor jurisdiccional, tal como existe en España. La encomienda tampoco implica la propiedad del suelo, no es lo mismo que la hacienda.

2º El propósito de la colonización: la evangelización, de la que están encargados los encomenderos.

3º Los imperativos económicos: las prestaciones que los indios encomendados deben a los encomenderos. La encomienda es un poder delegado por la Corona a los colonos, autorizados a percibir tributos y a utilizar la fuerza de trabajo de los indios.

En realidad, las leyes de Burgos no solucionaron nada. Consagraron de derecho una institución de hecho; legalizaron el trabajo forzado, pero los abusos siguen siendo los mismos. Es en este contexto donde hay que situar la acción de Las Casa.

Joseph Pérez. Mitos y tópicos de la historia de España y América.

En una entrada anterior, les comentaba la visión distorsionada de la historia que está intentando imponer la derecha española renacida. El problema no es tanto su intencionalidad política, sino su confianza absoluta en mitos que no tienen fundamento histórico. Se trata de espejismos que, por su sencillez, tienen un gran poder de convicción, pero que nos hurtan la complejidad esencial de todo proceso histórico. Esas luces y sombras consustanciales a todo hecho pasado, que impiden un fácil juicio moral, pero que, a cambio, nos sirven para estudiar con más atención ese tiempo y sus repercusiones. A contemplar, ademas, con las mismas precauciones y distanciamiento nuestro presente, donde no hay explicaciones simples y sencillas, sino infinidad de facetas. La razón puede que no esté de nuestra parte, que estemos equivocados y confundidos, como le acontecía a la gente del pasado.

Como reacción, han aparecido obras de historiadores -de auténticos historiadores- que intentan despejar esos mitos, mostrando como no obedecen a los hechos a los que remiten, sino a reelaboraciones interesadas posteriores. Por ejemplo, la esencialidad de una nación española existente desde la prehistoria, un mito que tiene mucho de las historias de padres fundadores mitológicos del medievo y la edad moderna, caso del Túbal de la Biblia, de quien se decía que había sido el primer poblador de la península; pero que luego fueron reutilizadas durante la fiebre nacionalista del siglo XIX, cuando se buscaba crear células estatales estancas que pudiesen ser diferenciadas basándose en lengua, religión e historia comunes. 

Sin embargo, la tensión actual ha llegado a tal extremo, que libros en apariencia inocentes y neutrales han sido desplazados hasta hacerlos coincidir con uno de los bandos del debate. Tal es el caso de este Mitos y tópicos de la historia de España y América, del hispanista Joseph Pérez, recientemente fallecido. En origen, sólo se proponía aclarar una serie de ideas preconcebidas que todos tenemos sobre el Imperio Español y la expansión por tierras de América, sin pretender ser una obra polémica, mucho menos una de combate. Cosas que, por desgracia, ha acabado siendo, puesto que sus conclusiones se oponen frontalmente a las de esa nueva derecha.

Un ejemplo muy claro es el que abre esta entrada. Parta nuestra derecha nacionalista patria, la conquista de América fue un hecho positivo. el Imperio Español un ejemplo para el resto de la humanidad. Los españoles llevamos allí la civilización, simbolizada por el número de universidades que fundamos, además de la verdadera religión, aunque esto sólo se diga de pasada. Frente al salvajismo de los naturales del país, la conquista se llevó a cabo con un mínimo de pérdidas humanas, a la que siguió una abrumadora batería de leyes de protección de los indígenas, a los que se reconocían los mismos derechos, las mismas protecciones legales, que a cualquier otro Español.

Lo que se suele callar es que las diferentes leyes de Indias, con demasiada frecuencia, quedaron en papel mojado o fueron "adaptadas" a conveniencia de los conquistadores. Es cierto que hasta bastante tiempo después no hubo algo similar en la historia europea, así como que otros colonialismos posteriores jamás reconocieron rango de persona a las poblaciones sometidas, caso de los Indios del territorio de los EE.UU actuales. No menos llamativo es que estas leyes fueron promulgadas de manera temprana, al poco del descubrimiento, durante el reinado de los reyes católicos, para luego ir siendo sometidas a diferentes revisiones, hasta tomar forma definitiva en la década de 1550.

Sin embargo, la propia existencia de varias olas legislativas debería hacernos sospechar. Si el debate filosófico sobre el estatus legal de los indígenas se prolongó durante medio siglo es porque, en primer lugar, debía haber partidos poderosos dentro de la corona que no estaban de acuerdo con esa igualdad legal, mientras que, en segundo lugar, la aplicación real de esas normas era poca, cuando no nula. No se debe olvidar que el motor de la conquista, llevada a mano por particulares con licencia de la corona, era la adquisición de riquezas, acompañada por el intento de replicar la estructura feudal de los reinos castellano. Es decir, títulos nobiliarios, grandes propiedades, así como dominio completo sobre los pobladores, algo a lo que se oponía la corona, que no quería el surgimiento de una nueva nobleza levantisca al otro lado del Atlántico.

Es así como deben entenderse las medidas de la corona, orientadas a minar la base de poder de los conquistadores, tanto prohibiendo esclavitud como  la servidumbre, además de transformar la propiedad de la tierra en encomienda, que debería revertir a la corona en una o dos generaciones. Sin embargo, los colonos siempre se las arreglaron para dar la vuelta a las normas de la corona. La temprana prohibición de la esclavitud indígena en el Caribe -durante el periodo de 20 años que media entre el descubrimiento y la conquista de México-, tenía un agujero: la esclavitud era válida si se producía en caso de guerra. Esto llevó a los conquistadores a inventar el concepto del indio hóstil, el que no se sometía y contra el que la guerra era justa, e incluso el del caníbal, contra cuya monstruosidad antinátura era justo intervenir con la fuerza de las armas. 

Por supuesto, con los prisioneros de esas campañas luego se podía hacer lo que se quisiera. La sumisión del indígena, su uso como trabajo forzado, se volvieron normales, irrenunciables, durante esos veinte años,situación que sólo empeoraría una vez derribados los imperios azteca e inca. Los conquistadores procederían a repartirse la tierras entre sí y con ellas, los indios que los habitaban. Es en este punto cuando surge el concepto de encomienda, modo de legalizar una situación de hecho. Aunque el indio era una persona y no se le podía forzar al trabajo, la corona entregaba, de manera temporal unas tierras a un conquistador, de manera que las poblaciones locales tenían la obligación de servir a su nuevo amo. A cambio, el encomendero debía comprometerse a tratarles de manera humana y a evangelizarlos. 

Como pueden imaginar, poca de esos compromisos se hicieron realidad, de forma que los indios no eran más que mano de obra forzada para el encomendero, cuyos abusos y maltratos quedaban impunes. Esa situación fue la que llevó a la tercera ola legislativa, la impulsada por las Casas, que cristalizó, al final del periodo, en la abolición de la encomienda. Medida radical que si hubiese llevado a cabo habría hecho honor a la corona -y a los elogios de nuestros aduladores derechistas modernos-, pero que pronto quedó en suspenso. Cuando se tuvo noticia de ese propósito, el vierreinato del Perú se declaró en rebeldía y faltó poco para que se independizase. Imaginen el "what if" histórico.

Ante esa situación, la corona dio marcha atrás y mantuvo los derechos de los encomenderos con sólo una condición: la reversión al estado pasadas una o dos generaciones. Sin embargo, esta condición tampoco se cumplió: durante el siglo XVI, XVII y XVIII, los descendientes de los conquistadores fueron alargando su dominio con sucesivas prórrogas, que al final llevaron a la constitución de una nobleza americana de facto, aunque no de iure, similar en todo a la castellana. La encomienda, con su sola pervivencia, invalidaba gran parte de las leyes de Indias, puesto que muchas de sus previsiones no tenían validez en su interior. El trabajo forzado era una realidad corriente y los abusos quedaban impunes.

Pero no sólo fue la encomienda, otras instituciones, como el régimen de mita utilizado para mantener en marcha las minas de plata de Potosí, devinieron pronto una carga odiada. Los miteros enviados a las minas tenían pocas posibilidades de sobrevivir a su periodo de servidumbre, lo que llevaba a la despoblación de las regiones afectadas, seguida de la extensión de la mita a otras lejanas. Poco a poco, un circulo de desolación, con centro en Potosí, se iba extendiendo por todo el altiplano peruano, agravado por las medidas que los indígenas tomaban para substraerse a la mita. Entre ellas, la emigración a los centros urbanos o a regiones selváticas fronterizas y de difícil acceso.

En conclusión. Sí, las leyes de Indias fueron un triunfo de civilización, algo inusitado en el panorama europeo del siglo XVI -incluso de siglos posteriores-, que sirvió de acicate para creación del derecho de gentes internacional. Sin embargo, su aplicación fue muy limitada, ya que los conquistadores le buscaron las vueltas para dejarlas vacías de contenido. Regímenes como la encomienda y la mita perpetuaron las explotación y la discriminación del indígena hasta los tiempos de la independencia americana.

Y eso es lo que no nos cuentan los panegiristas de la derecha española.

1 comentario:

Jubei Kibagami dijo...

Muy cierto. Esto es lo que no cuentan muchos representantes del renacido nacionalismo español, que la aplicación de estas avanzadas leyes (que no sin un interés menos noble) tuvieron una aplicación muy limitada.

Un saludo