domingo, 11 de octubre de 2020

Hasta el extremo lógico

 





























Supe de la existencia de Hausu (Casa, 1977) de Nobuhiko Obayashi gracias a la red de blogs de animación. En sí, no es estrictamente una película de animación, pero sí contiene insertos, determinantes en el acabado final de la película, que valen para granjearle un puesto de honor en esa forma. Ya veremos más adelante el porqué, pero el caso es que a pesar de la fama y buenos comentarios con que venía precedida, rayanos en el entusiasmo, no me había puesto a verla aún. Hasta ayer mismo, que decidí empezar a revisar películas de animación que tenía acumulando polvo en la pila de ver.

Pues bien, me ha sorprendido. Gratamente, además. Me suele ocurrir que estas películas de las que todos se hacen lenguas acaban defraudándome un tanto. En especial porque, en este mundo de streaming a todas horas y desde cualquier lugar, se acaba por haber visto el par de escenas que valen la pena del film, mientras que el resto no llega, ni por asomo, al talento que se vislumbraba en esos extractos. Sin embargo,  Hausu no adolece de ese defecto. Sus escenas cruciales -como la que abre esta entrada- no están aisladas en un desierto creativo. Hay muchos otros momentos magníficos y todos están bien enhebrados en un conjunto coherente, sin especiales altibajos.

Lo primero que hay que decir que es que Hausu es y no es un film de terror. En 1977, el género tenía ya la suficiente antigüedad como para haber sufrido varias revoluciones estilísticas. De hecho, un espectador de ese tiempo estaría más que habituado a los clásicos de la Universal y la Hammer, además de haber asistido al inicio de la  nueva época gore, abierta por The Texas Chain Saw Massacre  (La matanza de Texas, 1974, Tobe Hopper) o Night of the living dead (La noche de los muertos vivientes, 1968, George A. Romero). El género acumulaba, por tanto, un buen número de constantes, reglas y tics como para dar lugar a demasiadas películas rutinarias, cuando no explotadoras.

Hausu, de manera posmoderna, es una película consciente y sabedora de todo este pasado y de sus tópicos . Casi podría decirse que los utiliza de manera paródica, puesto que su argumento es la manida historia de las seis adolescentes - identificadas sólo por apodos y de personalidades más delgadas que una hoja de papel- que van a ser devoradas, literalmente, por la casa que da título a la cinta. Sin embargo, calificarla de parodia es injusto. Lo que Obayashi hace es tomar estos estereotipos y elevar su saturación al máximo. Lo que tienen de cutre y hortera esas películas, debido a su escaso presupuesto y su carácter de desechable, no sólo se torna visible, sino incluso fluorescente.

Obayashi, por tanto, no intenta ocultar ese sabor a falso de todo el cine de terror, ni mucho menos intenta ennoblecerlo, para buscarle un puesto de honor entre las obras de cine serio. Sabe que todo es trampa y cartón, que de hecho lo que nos gusta es esa tosquedad e inmadurez.  Esa cutrez no le molesta en absoluto, al igual que, en el pasado, ha habido grandes directores que no han tenido reparos en rodar melodramas infumables, pero con el cuidado y la dedicación que merecería una obra de gran profundidad y ambiciones, caso de Frank Borzage. La comparación no es ociosa, puesto que al tiempo que Obayashi lleva los tópicos del cine de terror a su absurdo lógico, los va a acompañar de una serie de audacias que rayan con el cine vanguardista, cuando no sencillamente experimental.

¿Exagero? Quizás, pero no se me ocurre otra forma de referirme a una obra que mete una historia estereotipada de terror en una batidora psicodélica, salida de un viaje alucinante producto de las drogas. Una película que juega continuamente con el formato, haciendo visible el celuloide e incluso el proyector, asumiendo los modos del cine mudo, haciéndonos penetrar, de manera lógica, en absurdos visuales o dejando a la vista el cartón piedra de los decorados. Enmarcados a su vez, en otros decorados aún menos verosímiles, como si la realidad misma no fuera otra que una ficción.

Y, para terminar, con una animación enloquecida, protagonista en escenas cruciales, que casa muy bien con el sentir general de la película, al aportarle ese grado más de locura que sirve para completarla. No tanto completarla, sino hacer que se salga de todas las escalas, de todas las clasificaciones, hasta compensar todos sus excesos, tropiezos y autocomplacencias.

Hasta conseguir ser emocionante, cosa en la que fallan la inmensa mayoría de películas de terror.

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