viernes, 9 de agosto de 2019

En busca de Bergman (XXXVI): Aus dem Leben der Marionetten (De la vida de las marionetas, 1980)



















































En entradas anteriores, les había comentado lo insatisfactorias que son las incursiones internacionales de Ingmar Bergman. Bien su genio quedaba enterrado, ahogado y sofocado, por la holgura de presupuesto, como en el caso de The Serpent's Egg (El huevo de la serpiente, 1976); bien la traslación de sus obsesiones personales quedaba empantanada en una incómoda tierra de nadie, la que media entre dos idiomas, el propio y uno extraño, e impide expresarse con plenitud en ese último, como ocurría en Beröringen (La carcoma ,1972). Con esos antecedentes, poco podría esperarse de la aventura alemana de este director, Aus dem Leben der Marionetten (De la vida de las marionetas, 1980), que con seguridad se vería afectada por uno de los dos extremos anteriores. Sin embargo, esta película no sólo es un Bergman de cabo a rabo, personal y sincera, desbordante de sus miedos y obsesiones, sino que puede considerarse una de sus obras mayores. Al menos en mi opinión.

La premisa es engañosamente sencilla. En la primera escena, presenciamos como el protagonista, un hombre de negocios de mediana edad, asesina brutalmente a una prostituta, sin razón aparente. El resto de la película, como si fuera un policiaco, se embarca en una búsqueda por hallar explicaciones a ese acto, entremezclando testimonios de otros personajes - la mujer, el psiquiatra, compañeros de trabajo del matrimonio - según éstos declaran ante el juez, además de confesiones escritas del protagonista y escenas intimas que sólo han podido ser conocidas por un narrador omnipotente, ese Dios inexistente que escucha, sin intervenir. todos nuestros pensamientos. No obstante, esas indagaciones no conducen a ningún resultado -hay una hiriente ironía en escuchar el informe final del psiquiatra, compendio de lugares comunes aplicables a cualquier caso, pero errados por completo en esta situación-, mientras que las piezas del rompecabezas no acaban de encajar, dejándonos aún más desconcertados, extraviados, que al principio.

¿O es quizás es que estamos resolviendo el enigma equivocado? Lo que va desprendiéndose de las diferentes conversaciones -y confesiones  secretas y públicas-, es que el protagonista tenía todo para ser feliz, pero que no lo era en absoluto. La fortuna le favorecía en los negocios, la relación con su mujer, incluyendo en ello el sexo, no tenía tacha aparente, permitiéndose incluso gozar de una libertad similar a lo que hoy llamaríamos una relación abierta. Sin embargo, a pesar de todos esos triunfos burgueses, lo cierto es que el personaje principal se veía encajonado, aprisionado y asfixiado, sin salida y sin opciones, amenazado y enjuiciado. No sólo él, puesto que ese hastío inextinguible, esa derrota sin paliativos, esa  hiriente amargura se extienden al resto de personajes.

Todos ellos se ven víctimas de fuerzas que no pueden controlar, de exigencias que les obligan a ser lo que quizá no deseen, lo que quizá les repugne y asquee. La mujer del protagonista, por ejemplo, se siente alienada -como es obvio de las capturas que he elegido- de su papel en la vida, obligada, lo quiera o no, a ser amputada de lo que la sociedad y ella misma, consideran es su esencia. Su  amigo/colaborador -uno de los primeros personajes homosexuales que no es decorativo, ni alivio cómico, sino alguien con problemas comunes a toda la humanidad - siente avanzar su vejez de forma inexorable, mientras que sus pulsiones,  ya sean sensuales o meramente de obtención de un poco de calor humano, le fuerzan a actuar de manera contraria a sus ideales más queridos. A rabajarse y traicionarse a sí mismo. A él, a los que más  quiere, estima y ansía.

Todos los personajes se ven, por tanto, empujados y forzados a un callejón sin salida. Poco importan sus desesos, sus anhelos, sus convicciones y creencias. La realidad, la sociedad, el curso de los acontecimientos. les fuerzan a actuar de una forma determinada y obligada, que poco tiene que ver con sus apetencias y afinidades, sobre la que -y esto es lo peor- no tienen control alguno. Son semejantes a marionetas sin alma, como bien señala el título,  a merced de otros, de su deseo de jugar y divertirse, de su olvido e indiferencia definitivos. Peor aún, sin que exista un marionetista, alguien contra quien revolverse y ejecutar su venganza. Cualquier rebelión se perderá en el vació, en la nada, sin poder asestar sus golpes, sin poder disipar su frustración y su odio, contra nadie en concreto.

Si no es contra algún inocente. Contra quien tenga la mala suerte de encontrarse a nuestro lado, en el momento de nuestro estallido.

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