Como todos los domingos, continúo con mi revisión de la lista de cortos animados realizada por el misterioso profesor Beltesassar. Esta vez ha llegado el turno de The Saint Inspector (El inspector de santidades, podría ser la traducción),
realizado en 1996 por el animador británico Mike Booth.
Buscando en la Internet sobre Mike Booth, su perfil parecía responder a un patrón común a los animadores británicos de finales del siglo XX. La bonanza creativa propiciada por Channel 4 le permitió crear un puñados de cortos en la década de 1990, complementado con colaboraciones en la productora Aardman, motor y excepción de la animación europea. Sin embargo, hay algo diferente en su carrera, tal y como la recoge imdb. Del 2000 al 2015, Booth no participó en ningún proyecto animado, y cuando volvió a hacerlo fue como guionista. Este hiato puede tener causas perfectamente normales, como sería la colaboración en la industria del videojuego, auténtico refugio para muchos animadores, pero es imposible no tener la triste impresión de que el talento de Booth no ha sido aprovechado. Talento que le sobraba, como puede apreciarse en el corto que les comento hoy.
En sí, The Saint Inspector, como demasiados cortos, no es sino la ilustración de una breve anécdota: las muchas pruebas a las que es sometido un pretendido santo para comprobar la santidad. El resultado, para el examinador y el público, viene a mostrar que por debajo de la serenidad imperturbable del santo se oculta un torbellino de deseos salaces y fuerzas destructivas, pero precisamente por eso es aprobado, casi con honores. Sin embargo, como ya deberían saber, en toda obra animada la historia viene a ser lo de menos. Lo que importa es precisamente la ilustración, cómo se traduce en imágenes esa anécdota y qué técnica es la elegida en esa traducción.
En el caso de este corto, Booth elige la animación fotograma a fotograma, pero mezclando dos de sus variantes: la animación de plastilina y la de muñecos, dejando a la vista las características propias de cada material. En la primera queda patente como la plasticidad de esa masilla de modelar permite crear acciones imposibles, como el momento en que el muñeco robótico estira de la cabeza del santo hasta abrirle, literalmente, la tapa de los sesos, o cuando le aplica el marchamo de santidad que queda grabado en su piel permanentemente.
En la segunda, por el contrario, Booth explota la paradoja que descubrió la escuela checa con Jiri Trnka: como una marioneta sin rasgos faciales móviles, inexpresiva y estática, puede llegar a ser el mejor actor, si esto se suple con la iluminación, el lenguaje corporal y las estrategias interpretativas de la pantomima. Sin hacerle ascos, además, a convertir los defectos propios del material utilizado en construir la marioneta en virtudes expressivas, como las arrugas que surgen en el cuero al girar la cabeza del muñeco, que le confieren la impresión de ser algo realmente vivo.
En la segunda, por el contrario, Booth explota la paradoja que descubrió la escuela checa con Jiri Trnka: como una marioneta sin rasgos faciales móviles, inexpresiva y estática, puede llegar a ser el mejor actor, si esto se suple con la iluminación, el lenguaje corporal y las estrategias interpretativas de la pantomima. Sin hacerle ascos, además, a convertir los defectos propios del material utilizado en construir la marioneta en virtudes expressivas, como las arrugas que surgen en el cuero al girar la cabeza del muñeco, que le confieren la impresión de ser algo realmente vivo.
El resultado no es una obra maestra, pero sí, como les adelantaba, un corto notable, anuncio de logros mayores que nunca se materializaron. Llegado este momento, sería el turno de comenzar mis jeremiadas sobre la animación y el olvido en que se halla sumida, pero se lo voy a ahorrar, que ya las han oído demasiadas veces. Como siempre, les dejo aquí el corto. Disfrútenlo y piensen en cuanta falta nos hace que se conozcan estas obras y que de verdad se fomente la animación
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