sábado, 12 de noviembre de 2016

Buscando al otro


Si bien la exposición dedicada a los Fauves en la fundación Mapfre me parecía un poco más de lo mismo, no me ocurre lo mismo con la de dedicada al fotógrafo Bruce Davidson en su sede vecina. Por suerte, la Mapfre sigue con su vocación de trazar la historia entera del arte de la fotografía, lo que para los que apenas sabemos algo de ese arte constituye una auténtica bendición.

Aparentemente, Davidson pertenecería a esa región limítitrofe entre el fotoperiodismo declarado y la crónica social. Una zona estética que, como sabrán, suele concebirse como la tierra nativa de las esencia de ese arte - y de otros como el cinematográfico -, muy alejada y contrapuesta de los caminos de la abstracción y el preciosismo, ambas variantes de ese arte por el arte que tan buenas cosechas ha producido en otros ámbitos estéticos. Es cierto que las fotografías de Davidson tienen como tema central al ser humano, junto con los ambientes que habita, pero no es menos cierto que su estilo no acaba de concordar con lo que sería un arte testimonial y documental, mucho menos con aquel que propone denuncia y combate.


Esto se debe a que en los ámbitos fotoperiodísticos suele quedar como residuo un poso de alejamiento, la consciencia de que la cámara está de paso por las escenas que retrata, de que el fotógrafo no tiene relación alguna con aquellas personas que son sus modelos. Sin embargo, las fotografías de Davidson podrían clasificarse como humanistas, o mejor dicho, por no utilizar un término que en nuestros tiempos cínicos puede interpretarse como insulto, como fraternales. Si a hay algo que caracterice a la imágenes de Davidson es precisamente una sensación de estar ahí, como uno más. Como si hubieran sido tomadas por uno de los participantes, quien expresaría así, de esa manera, su visión del mundo.

No es un resultado causal, sino uno pretendido, y uno que se consigue con largas horas de preparación. Las series fotográficas de Davidson no surgen de visitas fugaces a los lugares que retrata. Han exigido antes extensas sesiones de aclimatación, para así poder sentir y experimentar lo mismo que sus modelos. Unas personas que, además, siempre han sido conscientes de la presencia del fotógrafo y de la existencia de su cámara. Que han consentido, por tanto, en que su imagen fuera capturada, no asaltados y robados de repente y sin consetimiento.

Esta aclimatación y consentimiento lleva a que en en algunas de estas series, como la del metro de Nueva York de los años ochenta, la cámara de Davidson adopte la mirada cansada y aburrida de los propios viajeros. Más allá de la peligrosidad del metro de esa ciudad en este tiempo, de su estado de abandono, de la incomodidad visible, lo que más destaca es esa sensación de provisionalidad, de lugar de paso entre el trabajo y casa, de tiempos perdidos y malgastados. De vida que se va. en definitiva, sin servir a ningún provecho.

Es sólo un ejemplo, pero significativo del arte de Davidson, porque en todas sus series lo que destaca es la persona y el ambiente que habita, pero sobre todo la cercanía repentina en la que nos hallamos respecto a ello, como si pudiéramos hablarles, como sí realmente les conociéramos.

Un pequeño milagro que casi nadie ha logrado y que delata a un maestro.


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