Sugimoto Hiroshi, seascape |
Estoy seguro que cuando a finales de año se escriban las consabidas listas de mejores exposiciones del año, no figurará en ellas la del fotógrafo Sugimoto Hiroshi en la Mapfre. Lo digo porque otras muestras están a rebosar de público, mientras que en ésta, esta mañana, estábamos yo y dos despistadas. Incluso, en ocasiones, parecía que los propios vigilantes habían desaparecido.
Circunstancias que, por cierto, le hacían mucho bien a la exposición.
Un ejemplo de lo que digo es el Seascape (Marina) que abre esta entrada. La foto no puede ser más sencilla, una instantánea de la superficie del mar de noche, iluminada, suponemos por la luna. Apenas dos amplias manchas de color, el negro de la noche y el blanco del mar, levemente enturbiado por las olas y las corrientes. Sugimoto incluso incumple una regla básica de composición, la de los tercios, dejando el horizonte a la mitad, para que ninguna de las dos regiones, cielo y mar, aparezca más importante que la otra.
Tendríamos así una mala fotografía, de aficionado, pero por el contrario esta imagen posee un irresistible poder de seducción que no sé muy bien a que se debe, quizás porque sus causas son múltiples y algunas sólo estén en mi cabeza. Quizás la semejanza con las abstracciones de Rothko, con las que comparte también un formato enorme, y que nos fuerza a observar sin contemplaciones una nada que amenaza con absorbernos y arrebatarnos. Quizás el hecho de que el mar se desnaturaliza, se torna irreconocible, se vuelve sólido, capaz de sostenernos. Camino hacia la nada, hacía esa negrura de tinta donde seguro no encontraremos satisfacción a nuestros afanes, pero cuya ruta deberemos tomar inevitablemente.
Hiroshi Sugimoto, Theaters |
O esos cines fantasmales, fotografiados con una exposición que dura lo mismo que la película que se proyectaba y que por eso mismo nos la hurta por completo. En vez de ello, de esas historias en imágenes, sean comerciales o experimentales, ligeras o profundas, para todos los públicos o sólo para las élites, sólo queda el vacío, una blancura impoluta e impenetrable, aterradora en su pureza y carácter sobrenatural. A su alredor, retazos de la sala de proyección, de las filas de butacas, de la decoración del cine, pero muy raramente seres humanos.
Es como si ésas películas nunca hubieran tenido público, mejor dicho, como si la proyección de una película inexistente sólo pudiera ser presenciada por un público también inexistente. Nos volvemos testigos así de un fenómeno que no debería haber tenido lugar, más bien que no debería tener testigos, como ocurre en los cuentos de hadas y los mitos. Una posibilidad que incrementa su carácter inquietante, puesto que en esas mismas leyendas, el resultado de haber presenciado lo prohibido era inevitablemente el castigo irremisible, sin indulgencias ni atenuantes
O esas imágenes de descargas eléctricas tomadas sin cámara, con el destello impresionando directamente el celuloide. Campos de obscuridad impenetrable donde la luz y la electricidad hacen surgir lo que nunca estuvo allí.
Formas vegetales, terciopelo, pieles de animales.
Sugimoto Hiroshi, Lightning Field |
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