Langfristig beeinflusste der Frieden von Brest-Litowsk durch seine Wahrnehmung in Deutschland auch das Bild Osteuropas als einen Möglichkeitsraum deutscher Herrschaft - das reicht weit über das Kriegsende 1918 und den Zusammenbruch der Verwaltung von Ober Ost hinaus. Das imaginierte Bild des Ostens und des Ostseeraums veränderte sich unter diesem Umständen: Weitreichende Pläne für die koloniale Gestaltung dieses Gebietes provozierten neue Vorstellungen, die langfristig um die Kategorien "Volk" und "Raum" kreisen sollten. Der Zusammenbruch der deutschen Besatzungsstrukturen von Ort ging aber auch mit der Vorstellung eines weitgehend unstrukturierten, ja chaotischen Raumes und einer zivilisatorisch wie rassisch unterentwickelten Bevölkerung einher. Trotz der Aufhebung des Vertrages von Brest-Litowsk 1919 blieb der Friedensschluss für Osteuropa im Gedächtnis der deutschen Öffentlichkeit fest verankert. Hier, so die verbreitete Auffassung, stellte der erfolgreiche Ausgang ein für alle Mal unter Beweis, was das Deutsche Reich in diesem Weltkrieg hätte erreichen können. In dieser Perspektive enthielt der Friedensvertrag auch eine wichtige ideologische Komponente: Mit der Sieg über Russland habe Deutschland, so Golo Mann, eine "ungedankte, europäische Leistung des Krieges" erbracht, nämlich die Eindämmung Russlands und der Bolschewiki, an die es in Zukunft wieder anzuknüpfen galten. Wenn Osteuropa als Koloniesirungsgebiet mit den Krieg eingeleiteten Mitteln nicht kultiviert und zivilisiert werden konnte, so folgerten viele Deutsche, dann müssten in Zukunft radikalere Mittel eingesetzt werden. Vor allem viele "Baltikumer", die Angehörige der im Baltikum eingesetzten Freikorps. entwickelten nach Kriegsende Fantasien einer nationale Wiederauferstehung Deutschland im Osten
Jörn Leonhard, La caja de Pandora
A largo plazo, la paz de Brest-Litowsk influyó mediante su percepción en Alemania la imagen de Europa oriental como un espacio de oportunidades para el dominio alemán - algo que se extiende más allá del fin del conflicto en 1919 y el desmoronamiento de la administración alemana en el este. La imagen imaginada del este y del espacio del már Báltico se transformó debido a esas circunstancias: los planes de largo alcance para la administración colonial de esa región causaron nuevas expectativas que a largo plazo se mezclarían con las categorías de Pueblo y Espacio. El hundimiento de la estructura de ocupación alemana sobre el terreno se conjugó también con la idea de un espacio caótico y una población atrasada tanto en sus aspectos culturales como raciales. A pesar de que el tratado de Brest-Litowsk fue declarado nulo en 1919 su imagen como conclusión pacífica quedó fijada en la memoria de la opinión pública alemana. En ella, según la versión más extendida, quedaba probada de una vez por todas la salida victoriosa que el Imperio Alemán podría haber alcanzado en el conflicto. Desde esa perspectiva, el tratado de paz contenía también importantes componentes ideológicas: con la victoria sobre Rusia Alemania había, según Golo Mann, realizado un servicio europeo que no se la había agradecido, en concreto, la contención de Rusia y los bolcheviques, con lo que en futuro de nuevo habrían de enzarzarse. Si la Europa del este como zona colonial no podía ser civilizada y cultivada con métodos utilizados en la guerra, concluían muchos alemanes, deberían usarse en el futuro medios más radicales. Ante todo muchos "Balticos", miembros de los "Freikorps" usados en el Báltico, desarrollaron en la postguerra fantasías de una regeneración nacional de Alemania en el este.
Cuando se habla de la Alemania posterior a la Primera Guerra Mundial, se suele restringir la atención a las duras condiciones del tratado de Versalles, especialmente el tema de las reparaciones, que junto con la leyenda de la "Puñalada por la espalda" sirvieron de combustible y justificación a los muchos movimientos de extrema derecha de la república de Weimar, entre ellos los nazis. Sin embargo, se suelen dejar de lado los sucesos que tuvieron lugar en la Europa del Este, fuera de la revolución Rusa y la guerra civil posterior, que tanta o más influencia tuvieron en la Alemania de postguerra como el tratado de Versalles.
En concreto, el tratado de Brest-Litovsk de febrero de 1918 entre la Alemania guillemina y la Rusia Bolchevique prefigura, sólo que a la inversa, el tratado de Versalles. Como éste, Brest-Litovks era una paz dictada, en la que a uno de los bandos sólo le quedaba agachar la cabeza y aceptar sin rechistar sus condiciones, si quería seguir manteniendo su existencia como estado. Al igual que Versalles, el tratado contenía clausulas durísimas, tanto geográficas, puesto que las fronteras del Imperio Ruso retrocedían hasta las de la Rusia postsoviética actual, como económicas, según las cuales Rusia y los territorios desgajados del Imperio Ruso quedaban convertidos en suministradores forzados de materias primas al Imperio Alemán, para que este pudiese continuar la lucha contra los aliados occidentales.
Europa Oriental quedaba así configurada como un espacio colonial, donde los actuales países bálticos, Polonia y Bielorrusia, la misma Ucrania e incluso algunas de las repúblicas transcaucásicas quedaban bajo directa administración militar alemana, como substituto y reemplazo de las colonias que el Imperio Alemán había perdido en África. El adjetivo colonia puede parecer exagerado, pero hay que recordar que la guerra en el este era muy distinta de la guerra en el oeste, tanto, que para 1918 había adoptado unos rasgos racistas y de violencia extrema que eran impensables en el frente occidental, a pesar de la inmensa matanza mecaniza que tenía lugar en él.
Para muchos soldados alemanes, el avance hacia el este supuso un auténtico choque cultural. Mientras que las sociedades de Europa occidental eran básicamente monoculturales, unificadas por el idioma y una historia más o menos común, las sociedades de Europa occidental eran esencialmente multiculturales, con las diferentes comunidades separadas por diferencias insalvables, pero al mismo tiempo compartiendo un mismo espacio, sin que fuera posible trazar entre ellas fronteras claras y sencillas. Únase a esta mescolanza inextricable el hecho de que el impacto de la Revolución Industrial no había llegado a unas sociedades mayoritariamente rurales, con lo que es posible entender que para muchos de los soldados alemanes los habitantes del este les resultarán tan extraños, tan ajenos, tan incompresibles, como los negros de África.
Por otra parte, esa misma multiculturalidad en las que no había apenas comunicación, tránsito, entre las diferentes comunidades, llevaba aparejada una tradición de violencia entre ellas, de estallidos periódicos que sólo la existencia de una autoridad exterior podía impedir, pero que el caos de la Primera Guerra Mundial, el continuo ir y venir de los ejércitos, contribuyó a exarcerbar. De esa manera, la guerra en el este adquirió una dureza desaconstumbrada en el Oeste, ya que la violencia bélica no se limitó a las zonas de guerra y a los combatientes, sino que se extendió rápidamente a la población civil, llegando incluso a derivar en atrocidades, tanto más frecuentes a medida que los estados supranacionales iban cayendo víctimas de la evolución del conflicto.
Así, en la mentalidad alemana fueron cristalizando, conjugándose, diferentes ideas. Una, que esos espacios del este, por su atraso y por su barbarie sólo podían ser gobernados de forma militar, con la violencia y mediante la violencia, estableciendo en ellos un régimen similar al de las colonias extraeuropeas. De ahí se derivaba, en segundo lugar, que sí esos países no podían pasar de meras colonias, dado su nivel de desarrollo, nada podía impedir a Alemania que se aprovechase económicamente de ellas, que transformase esas sociedades en fuentes de suministro, cuya organización y dinámica estuviesen destinados únicamente a servir a Alemania. Un nuevo orden donde los intereses y bienestar de esas poblaciones ocupadas serían secundarias.
Ese imperio colonial en el Este se haría realidad durante un breve periodo de poco más un año, de Febrero de 1918 a Junio de 1919, pero, como indica Leonhard, su recuerdo quedaría fijado en la mentalidad colectiva alemana, especialmente en los partidos de ultraderecha. De hecho, las ideas de Hitler en Mein Kampf, la definición de un espacio vital que debería lograrse expandiéndose hacia el este o su profundo odio hacia los eslavos, superado sólo por el que tenía a los judíos, no son otra cosa que una radicalización del recuerdo de ese imperio perdido, que en la imaginación, se tornaba cada vez más real y necesario.
Y es esa una de las herencias más terribles de la Primera Guerra Mundial. Porque ese imperio de amos alemanes y siervos eslavos, llevaría a Hitler a lanzar la invasión de la URSS, transformando su sueño de un Imperio Alemán en el este en un infierno real de muerte y destrucción.
Jörn Leonhard, La caja de Pandora
A largo plazo, la paz de Brest-Litowsk influyó mediante su percepción en Alemania la imagen de Europa oriental como un espacio de oportunidades para el dominio alemán - algo que se extiende más allá del fin del conflicto en 1919 y el desmoronamiento de la administración alemana en el este. La imagen imaginada del este y del espacio del már Báltico se transformó debido a esas circunstancias: los planes de largo alcance para la administración colonial de esa región causaron nuevas expectativas que a largo plazo se mezclarían con las categorías de Pueblo y Espacio. El hundimiento de la estructura de ocupación alemana sobre el terreno se conjugó también con la idea de un espacio caótico y una población atrasada tanto en sus aspectos culturales como raciales. A pesar de que el tratado de Brest-Litowsk fue declarado nulo en 1919 su imagen como conclusión pacífica quedó fijada en la memoria de la opinión pública alemana. En ella, según la versión más extendida, quedaba probada de una vez por todas la salida victoriosa que el Imperio Alemán podría haber alcanzado en el conflicto. Desde esa perspectiva, el tratado de paz contenía también importantes componentes ideológicas: con la victoria sobre Rusia Alemania había, según Golo Mann, realizado un servicio europeo que no se la había agradecido, en concreto, la contención de Rusia y los bolcheviques, con lo que en futuro de nuevo habrían de enzarzarse. Si la Europa del este como zona colonial no podía ser civilizada y cultivada con métodos utilizados en la guerra, concluían muchos alemanes, deberían usarse en el futuro medios más radicales. Ante todo muchos "Balticos", miembros de los "Freikorps" usados en el Báltico, desarrollaron en la postguerra fantasías de una regeneración nacional de Alemania en el este.
Cuando se habla de la Alemania posterior a la Primera Guerra Mundial, se suele restringir la atención a las duras condiciones del tratado de Versalles, especialmente el tema de las reparaciones, que junto con la leyenda de la "Puñalada por la espalda" sirvieron de combustible y justificación a los muchos movimientos de extrema derecha de la república de Weimar, entre ellos los nazis. Sin embargo, se suelen dejar de lado los sucesos que tuvieron lugar en la Europa del Este, fuera de la revolución Rusa y la guerra civil posterior, que tanta o más influencia tuvieron en la Alemania de postguerra como el tratado de Versalles.
En concreto, el tratado de Brest-Litovsk de febrero de 1918 entre la Alemania guillemina y la Rusia Bolchevique prefigura, sólo que a la inversa, el tratado de Versalles. Como éste, Brest-Litovks era una paz dictada, en la que a uno de los bandos sólo le quedaba agachar la cabeza y aceptar sin rechistar sus condiciones, si quería seguir manteniendo su existencia como estado. Al igual que Versalles, el tratado contenía clausulas durísimas, tanto geográficas, puesto que las fronteras del Imperio Ruso retrocedían hasta las de la Rusia postsoviética actual, como económicas, según las cuales Rusia y los territorios desgajados del Imperio Ruso quedaban convertidos en suministradores forzados de materias primas al Imperio Alemán, para que este pudiese continuar la lucha contra los aliados occidentales.
Europa Oriental quedaba así configurada como un espacio colonial, donde los actuales países bálticos, Polonia y Bielorrusia, la misma Ucrania e incluso algunas de las repúblicas transcaucásicas quedaban bajo directa administración militar alemana, como substituto y reemplazo de las colonias que el Imperio Alemán había perdido en África. El adjetivo colonia puede parecer exagerado, pero hay que recordar que la guerra en el este era muy distinta de la guerra en el oeste, tanto, que para 1918 había adoptado unos rasgos racistas y de violencia extrema que eran impensables en el frente occidental, a pesar de la inmensa matanza mecaniza que tenía lugar en él.
Para muchos soldados alemanes, el avance hacia el este supuso un auténtico choque cultural. Mientras que las sociedades de Europa occidental eran básicamente monoculturales, unificadas por el idioma y una historia más o menos común, las sociedades de Europa occidental eran esencialmente multiculturales, con las diferentes comunidades separadas por diferencias insalvables, pero al mismo tiempo compartiendo un mismo espacio, sin que fuera posible trazar entre ellas fronteras claras y sencillas. Únase a esta mescolanza inextricable el hecho de que el impacto de la Revolución Industrial no había llegado a unas sociedades mayoritariamente rurales, con lo que es posible entender que para muchos de los soldados alemanes los habitantes del este les resultarán tan extraños, tan ajenos, tan incompresibles, como los negros de África.
Por otra parte, esa misma multiculturalidad en las que no había apenas comunicación, tránsito, entre las diferentes comunidades, llevaba aparejada una tradición de violencia entre ellas, de estallidos periódicos que sólo la existencia de una autoridad exterior podía impedir, pero que el caos de la Primera Guerra Mundial, el continuo ir y venir de los ejércitos, contribuyó a exarcerbar. De esa manera, la guerra en el este adquirió una dureza desaconstumbrada en el Oeste, ya que la violencia bélica no se limitó a las zonas de guerra y a los combatientes, sino que se extendió rápidamente a la población civil, llegando incluso a derivar en atrocidades, tanto más frecuentes a medida que los estados supranacionales iban cayendo víctimas de la evolución del conflicto.
Así, en la mentalidad alemana fueron cristalizando, conjugándose, diferentes ideas. Una, que esos espacios del este, por su atraso y por su barbarie sólo podían ser gobernados de forma militar, con la violencia y mediante la violencia, estableciendo en ellos un régimen similar al de las colonias extraeuropeas. De ahí se derivaba, en segundo lugar, que sí esos países no podían pasar de meras colonias, dado su nivel de desarrollo, nada podía impedir a Alemania que se aprovechase económicamente de ellas, que transformase esas sociedades en fuentes de suministro, cuya organización y dinámica estuviesen destinados únicamente a servir a Alemania. Un nuevo orden donde los intereses y bienestar de esas poblaciones ocupadas serían secundarias.
Ese imperio colonial en el Este se haría realidad durante un breve periodo de poco más un año, de Febrero de 1918 a Junio de 1919, pero, como indica Leonhard, su recuerdo quedaría fijado en la mentalidad colectiva alemana, especialmente en los partidos de ultraderecha. De hecho, las ideas de Hitler en Mein Kampf, la definición de un espacio vital que debería lograrse expandiéndose hacia el este o su profundo odio hacia los eslavos, superado sólo por el que tenía a los judíos, no son otra cosa que una radicalización del recuerdo de ese imperio perdido, que en la imaginación, se tornaba cada vez más real y necesario.
Y es esa una de las herencias más terribles de la Primera Guerra Mundial. Porque ese imperio de amos alemanes y siervos eslavos, llevaría a Hitler a lanzar la invasión de la URSS, transformando su sueño de un Imperio Alemán en el este en un infierno real de muerte y destrucción.
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