Como en una intuición, más que en una percepción, por primera vez en su vida adivinó la hermosura de todo aquello que sus ojos contemplaban. Y con la visión de esa hermosura oculta se deslizaba agudamente en su alma, clavándose en ella, un sentimiento de soledad hasta entonces para él desconocido.
El peso del tesoro que la naturaleza le confiaba era demasiado para su sólo espíritu aún infantil, porque aquella riqueza parecía infundir en él una responsabilidad y un deber, y le asaltó el deseo de aliviarla con la comunicación de los otros. Mas luego un pudor extraño le retuvo, sellando sus labios, como si el precio de aquel don fuera la melancolía y aislamiento que lo acompañaban, condenándole a gozar y a sufrir en silencio la amarga y divina embriaguez, incomunicable e inefable, que ahogaba su pecho y nublaba sus ojos de lágrimas.
Belleza Oculta, Ocnos, Luis Cernuda
Les hablaba, hace unas cuantas entradas, de mi admiración por la poesía de Cernuda, ya desde tiempos de mi adolescencia, cuando me encontré con su obra durante las clases escolares de literatura. No les oculte tampoco que mis preferencias se centran en sus dos libros tempranos, Los placeres prohibidos y Donde habite el olvido, de los que me arrebataba el torbellino de ideas y palabras, de pasiones y sentimientos, de surrealismo tránsido de significado, que había causado su creación y regido su forma definitiva.
La poesía posterior de Cernuda se apartó de ese modelo juvenil, para aquietarse y serenarse, volviéndose clásica, aunque sin recurrir a las formas clásicas. Así, en su nuevo modo, logró continuar siendo moderno, pero sin muchos de los aspavientos de la vanguardia. Ese cambio formal es comprensible, ya que las cumbres de aquellos dos poemarios difícilmente podían volver a ser alcanzadas. De hecho, el propio Cernuda llegó a repudiar en cierta medida aquellos dos libros, al considerarlos un ejercicio de exhibicionismo sentimental, indigno de lo que él pretendía con su poesía.
Independientemente de esta consideración, lo cierto es que, comparada con aquellas dos tempestades en verso, la obra posterior de Cernuda pierde un tanto. Sigue habiendo poemas definitivos, relámpagos en cielo sereno - nunca mejor dicho - pero la mayoría de su versos tienen un carácter de normal, de familiar, que contrasta fuertemente con su poesía anterior. Esos dos libros primeros quedan así constituidos como excepción, quiebro y desvío, impidiendo con su singularidad que podamos juzgar correctamente al Cernuda de todos los días posteriores, ese poeta que se sobrevivió a sí mismo - y a la guerra y al exilio - y continuó escribiendo durante muchas décadas más.
Y luego esta Ocnos, la otra excepción en su obra.
Ocnos es un libro de poemas en prosa, concebido en su exilio escocés, tierra tan lejana y ajena a su Andalucía Natal, que a partir de un núcleo original de los años cuarenta, fue creciendo y completándose en las décadas sucesivas, en el sur de Inglaterra, en los EEUU, en México. Parte de su excepcionalidad radica precisamente en su carácter de prosa poética, tan rara y escasa en castellano, de la que apenas se me ocurre otro ejemplo que no sea el de Platero de Juan Ramón Jiménez
La comparación no es del todo apropiada y puede llevar a confusión. Platero, a pesar de lo bien escrito que está y de su belleza formal, no puede liberarse de un aire de sensiblería y cursilería, de libro dedicado a la infancia que deviene ejercicio de infantilismo - piénsese en el abismo que lo separa de Le Petit Prince de Saint-Exupéry -. Ocnos, por el contrario, está escrito desde la madurez y el exilio, como constatación de un doble alejamiento, de la patria y de la juventud, que se adivina y teme eterno, definitivo. El libro es así un largo ejercicio de rememoración, que no de nostalgia, en el que se visitan los paisajes sentimentales de la niñez y juventud en busca de las razones que llevaron al poeta, a Cernuda, a devenir poeta. Esta búsqueda de los orígenes, de los momentos claves que decidieron su destino, se torna al mismo camino de maravillas y via dolorosa.
Camino de maravillas, porque esas claves, esos instantes decisivos no deben entenderse al modo habitual, como serie de triunfos tan caros al ethos modernos, sino como encrucijadas espirituales donde el mundo perdió su consistencia, su realidad y solidez, para dejar ver a su través otra realidad más real, más digna y noble, donde el mundo, el tiempo, sus afanes y urgencias, dejaban de tener importancia y validez, mientras que otro camino, sin destino ni recompensas definidas, se abría ante el futuro poeta, que no podía hacer otra cosa que andarlo, que recorrerlo.
Camino de dolores, porque esos instantes de eternidad, de significado pleno, de promesas vagas de tesoros inciertos, pronto se revelaban como lo que son, como lo que siempre han sido y serán. Espejismos, ensoñaciones, irrealidades, imposibles de vivir, efímeros, quebradizos y mentirosos. Pasados esos momentos de arrebato, descritos con la serenidad, el cariño y la amargura de los desencantados, sólo queda seguir viviendo, recorrer el camino de la existencia, del cual todas esas experiencias, todas esas revelaciones, están prohibidas, deben ser expulsadas, como mucho disfrutarse en lugares ocultos y escondidos, allá donde no llega la luz del sol, ni la curiosidad de las gentes.
Pero hay destinos peores, incluso para los que han sido maldecidos con esa sensibilidad extraña y extrema. Los hay que, como Cernuda, junto con ese destino, reciben también la misión de contarlo, no sólo a los creyentes, sino a los que jamás podrán concebir esas ideas, ni imaginar que puedan ser sentidas. Y desde ese instante, escribirán y escribirán, sin importar que haya quien los lea, sin importar como se los juzgue, porque, una vez vislumbrado aquel otro mundo, poco importa lo que en éste quede u ocurra.
Hay destinos humanos ligados con un lugar o con un paisaje. Allí en aquel jardín, sentado al borde de una fuente, soñaste un día la vida como embeleso inagotable. La amplitud del cielo de acuciaba a la acción; el alentar de las flores, las hojas y las aguas, a gozar sin remordimientos.
Más tarde habría de comprender que ni la acción ni el goce podrías vivirlos con la perfección que tenían en tus sueños al borde de la fuente. Y el día que comprendiste esa triste verdad, aunque estabas lejos y en tierra extraña, deseaste volver a aquel jardín y sentarte de nuevo al borde de la fuente, para soñar otra vez la juventud pasada
Jardín Antiguo, Ocnos, Luis Cernuda
El peso del tesoro que la naturaleza le confiaba era demasiado para su sólo espíritu aún infantil, porque aquella riqueza parecía infundir en él una responsabilidad y un deber, y le asaltó el deseo de aliviarla con la comunicación de los otros. Mas luego un pudor extraño le retuvo, sellando sus labios, como si el precio de aquel don fuera la melancolía y aislamiento que lo acompañaban, condenándole a gozar y a sufrir en silencio la amarga y divina embriaguez, incomunicable e inefable, que ahogaba su pecho y nublaba sus ojos de lágrimas.
Belleza Oculta, Ocnos, Luis Cernuda
Les hablaba, hace unas cuantas entradas, de mi admiración por la poesía de Cernuda, ya desde tiempos de mi adolescencia, cuando me encontré con su obra durante las clases escolares de literatura. No les oculte tampoco que mis preferencias se centran en sus dos libros tempranos, Los placeres prohibidos y Donde habite el olvido, de los que me arrebataba el torbellino de ideas y palabras, de pasiones y sentimientos, de surrealismo tránsido de significado, que había causado su creación y regido su forma definitiva.
La poesía posterior de Cernuda se apartó de ese modelo juvenil, para aquietarse y serenarse, volviéndose clásica, aunque sin recurrir a las formas clásicas. Así, en su nuevo modo, logró continuar siendo moderno, pero sin muchos de los aspavientos de la vanguardia. Ese cambio formal es comprensible, ya que las cumbres de aquellos dos poemarios difícilmente podían volver a ser alcanzadas. De hecho, el propio Cernuda llegó a repudiar en cierta medida aquellos dos libros, al considerarlos un ejercicio de exhibicionismo sentimental, indigno de lo que él pretendía con su poesía.
Independientemente de esta consideración, lo cierto es que, comparada con aquellas dos tempestades en verso, la obra posterior de Cernuda pierde un tanto. Sigue habiendo poemas definitivos, relámpagos en cielo sereno - nunca mejor dicho - pero la mayoría de su versos tienen un carácter de normal, de familiar, que contrasta fuertemente con su poesía anterior. Esos dos libros primeros quedan así constituidos como excepción, quiebro y desvío, impidiendo con su singularidad que podamos juzgar correctamente al Cernuda de todos los días posteriores, ese poeta que se sobrevivió a sí mismo - y a la guerra y al exilio - y continuó escribiendo durante muchas décadas más.
Y luego esta Ocnos, la otra excepción en su obra.
Ocnos es un libro de poemas en prosa, concebido en su exilio escocés, tierra tan lejana y ajena a su Andalucía Natal, que a partir de un núcleo original de los años cuarenta, fue creciendo y completándose en las décadas sucesivas, en el sur de Inglaterra, en los EEUU, en México. Parte de su excepcionalidad radica precisamente en su carácter de prosa poética, tan rara y escasa en castellano, de la que apenas se me ocurre otro ejemplo que no sea el de Platero de Juan Ramón Jiménez
La comparación no es del todo apropiada y puede llevar a confusión. Platero, a pesar de lo bien escrito que está y de su belleza formal, no puede liberarse de un aire de sensiblería y cursilería, de libro dedicado a la infancia que deviene ejercicio de infantilismo - piénsese en el abismo que lo separa de Le Petit Prince de Saint-Exupéry -. Ocnos, por el contrario, está escrito desde la madurez y el exilio, como constatación de un doble alejamiento, de la patria y de la juventud, que se adivina y teme eterno, definitivo. El libro es así un largo ejercicio de rememoración, que no de nostalgia, en el que se visitan los paisajes sentimentales de la niñez y juventud en busca de las razones que llevaron al poeta, a Cernuda, a devenir poeta. Esta búsqueda de los orígenes, de los momentos claves que decidieron su destino, se torna al mismo camino de maravillas y via dolorosa.
Camino de maravillas, porque esas claves, esos instantes decisivos no deben entenderse al modo habitual, como serie de triunfos tan caros al ethos modernos, sino como encrucijadas espirituales donde el mundo perdió su consistencia, su realidad y solidez, para dejar ver a su través otra realidad más real, más digna y noble, donde el mundo, el tiempo, sus afanes y urgencias, dejaban de tener importancia y validez, mientras que otro camino, sin destino ni recompensas definidas, se abría ante el futuro poeta, que no podía hacer otra cosa que andarlo, que recorrerlo.
Camino de dolores, porque esos instantes de eternidad, de significado pleno, de promesas vagas de tesoros inciertos, pronto se revelaban como lo que son, como lo que siempre han sido y serán. Espejismos, ensoñaciones, irrealidades, imposibles de vivir, efímeros, quebradizos y mentirosos. Pasados esos momentos de arrebato, descritos con la serenidad, el cariño y la amargura de los desencantados, sólo queda seguir viviendo, recorrer el camino de la existencia, del cual todas esas experiencias, todas esas revelaciones, están prohibidas, deben ser expulsadas, como mucho disfrutarse en lugares ocultos y escondidos, allá donde no llega la luz del sol, ni la curiosidad de las gentes.
Pero hay destinos peores, incluso para los que han sido maldecidos con esa sensibilidad extraña y extrema. Los hay que, como Cernuda, junto con ese destino, reciben también la misión de contarlo, no sólo a los creyentes, sino a los que jamás podrán concebir esas ideas, ni imaginar que puedan ser sentidas. Y desde ese instante, escribirán y escribirán, sin importar que haya quien los lea, sin importar como se los juzgue, porque, una vez vislumbrado aquel otro mundo, poco importa lo que en éste quede u ocurra.
Hay destinos humanos ligados con un lugar o con un paisaje. Allí en aquel jardín, sentado al borde de una fuente, soñaste un día la vida como embeleso inagotable. La amplitud del cielo de acuciaba a la acción; el alentar de las flores, las hojas y las aguas, a gozar sin remordimientos.
Más tarde habría de comprender que ni la acción ni el goce podrías vivirlos con la perfección que tenían en tus sueños al borde de la fuente. Y el día que comprendiste esa triste verdad, aunque estabas lejos y en tierra extraña, deseaste volver a aquel jardín y sentarte de nuevo al borde de la fuente, para soñar otra vez la juventud pasada
Jardín Antiguo, Ocnos, Luis Cernuda
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