domingo, 3 de mayo de 2015

La Lista de Beltesassar (XCIII): Little Nemo (1911) Winsor McCay

























Como todos los domingos, continúo mi con revisión de la lista de cortos animados realizada por el misterioso profesor Beltesassar. Esta vez ha llegado el turno a Little Nemo, corto realizado en 1911 por el dibujante de cómic y animador Winsor  McCay.

Si son aficionados al cómic, no necesito presentarles a una figura tan importante como la de Winsor McCay. Baste decir que fue uno de los pioneros de este arte, a principios del siglo XX, del que también llegó a ser uno de sus primeros maestros absolutos, convirtiéndolo, casi por si solo, en un medio de expresión artística que nada tenía que deber al resto de la artes. La energía y curiosidad de McCay no se detuvieron ahí, sino que también se atrevió con la animación, forma de la que también fue uno de sus inventores - con Emile Cohl, Segundo de Chomon o Ladislas Starevich - y donde dejó otra buena ración de obras maestras.

Como conviene a algo completamente nuevo, casi milagroso, los cortos de McCay suelen comenzar con una apuesta: conseguir que sus diseños cobren vida ante los ojos de los espectadores, los amigos de café y tertulia del propio autor. Esta propuesta es recibida con evidente hilaridad por los asistentes, que dudan de la cordura de su amigo, un tono festivo que se continúa con la ilustración del enloquecedor trabajo del animador, rodeado por miles de dibujos que tiene que poner en orden y de los que, al proyectarlos, debe surgir el movimiento.

Al final todo el trabajo llega a buen puerto y finalmente, ante el asombro de todos, lo que era estático se vuelve dinámico, actúa y siente, nos hace sentir y admirar. Resultado final que podría quedarse reducido a simple atracción de feria, sin más proyección futura que la de mera curiosidad histórica, pero que en manos de McCay adquiere rasgos fundacionales, porque la imaginación de McCay es tan fértil que se atreve a proponer audacias cuya resolución se tornaría después en leyes fundamentales de la animación.

La principal es, por supuesto, que la animación es una forma metamórfica, en donde cualquier cosa que se pueda dibujar puede ser animada, cobrar vida, ser integrada en la propia corriente de la narración del corto, incluyendo los propios signos gráficos propios de la sintaxis del cómic. No sólo esto, sino que nada le impide tornar flexibles los cuerpos, retorcerlos, transformarlos en objetos completamente distintos para devolverlos a a su forma original, como si nada hubiera ocurrido. O descomponerlos en sus partes fundamentales, las cuales aparezcan separadas y luego se unan, se fundan, en el personaje o en el objeto que conforman, el cual surgirá incólume, ileso y renovado de este nacimiento milagroso.

Todo eso y mucho más, pero siempre partiendo de una premisa. Que la animación es la representación del movimiento, mejor dicho, que es la verdad visible de ese movimiento, en mucha mayor medida que el cine de imágenes reales. Porque la esencia de la animación radica, precisamente, en el placer que experimentamos cuando se nos hace partícipes de la observación del movimiento, cuando alguien se toma el esfuerzo, la molestia, de analizar las acciones más triviales, descomponiéndolas en sus gestos individuales, para luego recomponerlas y mostrarnoslas.

Como si ese día y en ese momento, aprendiésemos a ver por primera vez.

No les entretengo más. McCay es uno de los grandes de la animación y este corto una de sus obras maestras, a la que no le pesan, ni se le notan, los cien años que nos separan de su filmación, que parece fue realizada ayer mismo.

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