Una y otra vez, en estas entradas decicadas a Vertov, he subrayado como su cine no se puede comprender sin su carácter de propaganda de un régimen muy concreto: La Rusia Soviética en su transición hacia el Estalinismo. Si esas características eran más que visibles en las obras ya reseñadas, son innegables en Entuziazm: Simfoniya Donbassa (Entusiasmo: Sinfonía Donbassa, 1930), que no es otra cosa que un elogio del Primer Plan Quinquenal soviético, por entonces en su tercer año.
Este esfuerzo de justificación del régimen de Stalin - y de convencimiento de la población de la URSS - no se circunscribe a esta película sino que es un rasgo común de otras obras del periodo, como es el caso de Zemlyá (1930) de Alexander Dovjenko, Schastye (La Felicidad, 1934) de Alexander Medvenkin o de la inacabada, debido a la censura, Bezhin lug (El prado de Bezhin, 1937) de Serguéi Eisenstein. En ellas se muestra la necesidad de proceder a la colectivización del mundo rural para así modernizarlo, barriendo tanto a los Kulaks, supuestos labradores enriquecidos, como a la Iglesia Ortodoxa Rusa, cuyas iglesias fueron confiscadas y adaptadas a nuevos usos... procesos que confluyeron en una de las peores hambrunas que ha conocido el siglo XX y una destrucción no menos trágica del patrimonio histórico mundial.
Dejando aparte estos hecho, demasiado bien documentados, innegables para todo aquel que no esté ciego, lo que importa aquí es como la película de Vertov se adapta a esas consignas de los tiempos. Aunque el campesinado y la colectivización están presentes en su metraje, no son el centro de atención, expcepto para mostrar el bienestar que el plan quinquenal estaba trayendo a la población soviética. Su centro de atención es doble y casi siempre urbano e industrial. Por un lado la campaña contra la religión, identificada como uno de los poderes fácticos del pasado, que se expresa en el largo montaje en paralelo que equipara borrachos con fieles - arriba mostrado - ilustrando la idea marxista de religión como opio del pueblo. Por otro, la industrialización a marchas forzadas, convertida en auténtico frente de batalla, donde los obreros son soldados civiles y su movilización completa y total, sin que ningún sacrificio les sea ahorrado.
El coste humano, lo repito otra vez, fue enorme y la película lo confiesa a regañadientes, al evitar hablar de mejores condiciones de vida para poner el acento en el heroísmo y el sacrificio, en el esplendoroso futuro que surgirá de esa lucha y ese combate, de ese plan quinquenal cuyos resultados serán alcanzados en cuatro años - ironía involuntario -. Un análisis político de ese tiempo, de sus mentiras que se hicieron pasar por verdades, sería más que interesante, no sólo por determinar lo ocurrido en esa época, sino por señalar como sus métodos y maneras han sido heredadas por ideologías completamente opuestas, como el neoliberalismo, para el que morir trabajando en el puesto por la empresa es tan glorioso e obligatorio como lo era para el estalinismo perecer para que se alcanzasen los objetivos del plan quinquenal.
No obstante, es necesario volver a lo elementos estéticos, casi más importantes que los otros, porque son los que han asegurado que la obra de Vertov siga viéndose. Aún más, que su cine siga influyendo en el cine actual, permaneciendo como ejemplo y enseñanza.
Entuziazm: Simfoniya Donbassa es la primera película sonora rusa y, en un giro muy Vertov, se puede definir como un elogio emocionado a la nueva técnica y sus posibilidades, en el que el director y su público devienen niños que desenvuelven un nuevo juguete. Las primeras imágenes del filme se muestran así casi completamente disociadas, autónomas, del desarrollo posterior de la obra. Son únicamente la descripción del descubrimiento del sonido, ilustradas por la joven que se coloca unos auriculares, y de repente oye lo que sus ojos ven. Sólo ese arranque, mágico y único, bastaría para colocar a la película en un lugar especial, pero Vertov continua en esa línea, creando una sinfonía visual, una película muda al estilo de sus obras anteriores, donde reínan el ritmo y el contrapunto como en una partitura musical, pero en la que la música de las imágenes ha sido completada por la música de los sonidos. No añadiendo una banda sonora completa o pegando simplemente el sonido ambiente, sino incluyendo aquí allá, en los momentos precisos, ese ruido, ese chasquido, ese rechinar, ese golpetear, que caracterizan y distinguen lo visto.
Diferencias sutiles que resultan difíciles de apreciar hoy en día, que pueden parecer triviales, banales, pero que son de una importancia capital, un paso más en un cine que quisiera ser arte total, en el sentido de integrar todas las artes, pero liberado de la necesidad de narrar una historia. Un cine que se limitase voluntariamente a ver lo que ocurre diariamente en nuestras casas y los hogares, pero que tampoco fuera objetivo o ramplón, sino que dejase traslucir la personalidad, las ideas, de aquel que vio, guardó y seleccionó. Que fuera en fin semejante a una conversación íntima, a alguien que nos narrase, con sus propias palabras, con sus dejes, sis giros y sus tics, lo que el vio y nosotros no pudimos.
Y es en ese caleidoscopio de imágenes y sonidos, que trasciende y anula su contenido propagandístico, donde Entuziazm: Simfoniya Donbassa, se erige como lo que es, una obra mayor de un cineasta mayor. De alguien como Vertov, siempre en continua evolución y experimentación, a quien sólo pudo torcer, malear y doblegar un totalitarismo como el estalinista.
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