En mi revisión semanal de la lista de cortos animados realizada por el misterioso profesor Beltesassar, ha llegado el turno de Baeus realizado en 1987 por el director de animación italiano Bruno Bozzetto.
Seguramente, a muchos cinéfilos el nombre de Bozzetto no les diga nada, un olvido sorprendente, comprensible a medias, pero totalmente injusto, ya que estamos hablando de un director de animación que en los años sesenta y setenta era considerado mundialmente como uno de los mejores del momento. En su producción se cuenta una obra maestra absoluta de la animación, Allegro non tropo, algunos cortos esenciales en el desarrollo de la forma y el único intento con éxito de la animación europea por crear un personaje, Il Signor Rossi, que hiciera sombra a los habituales de la animación americana, ya fueran Disney o Warner. Hay, no obstante, una explicación parcial a la penumbra que ha caído sobre su nombre: Bozzetto no era animador, sino director. Esto significa que que el acabado de su obra depende mucho de quién esté al cargo de la animación, partida en la que sus ultimas producciones dejan mucho que desear.
La situación era muy otra en su periodo de gloria. En ese tiempo, no sólo pudo contar con los mejores, a lo sino que la experimentación, la osadía visual y narrativa, estaban bien consideradas, todo lo contrario del conservadurismo estético que nos ha traído la revolución propiciada por el ordenador. En esa tarea, la de ser excéntrico y salirse de los caminos transitados por todos, el genio de Bozzetto brillaba con especial fuerza, de manera que era capaz, en un adelanto de la ironía postmoderna, de dar la vuelta a tópicos y estereotipos, para observarlos de manera irónica y desenfadada, sin que ello conllevase desapego o superficialidad. Como resultado, los cortos de Bozzetto eran especialmente atractivos para el público adulto, puesto que a pesar de ser producciones comerciales, apelaban a la inteligencia del espectador que esperaba productos con cierta profundidad y resonancia.
Boeus, de finales de los ochenta, es un corto tardío en el que aún pueden apreciarse los mejores rasgos del estilo de Bozzetto - el último último sería Cavalette (Saltamontes) de 1991. Característico del mejor Bozzetto es un estilo gráfico con tintes psicodélicos muy propio de los sesenta, y ya algo anticuado en los ochenta, pero que sirve para emplazar al espectador en un terreno, el de la animación, en el que todo es posible y nada está prohibido. En este caso, el imposible que pone en marcha la trama es el repentino enamoramiento de una cucaracha por un ama de casa abandonada por su marido, excusa argumental muy propia de Bozzetto al dar la vuelta a una situacíón cotidiana y llevarla por los caminos del absurdo.
En manos de otro director esta premisa argumental se hubiera quedado en un chiste alargado, pero Bozzetto es capaz de construir una progresión de chistes, con su prologo y un epílogo, de manera que el corto parece más lleno de incidentes de lo que realmente está, mientras que el final llega de improviso con pirueta final, no dejando otra reacción al espectador que no sea la carcajada. Como pueden suponer llevar a buen término algo así, requiere un complejo ejercicio constructivo, casi de relojero, en el que los gags se engarcen a la perfección unos con otros, siguiendo una línea lógica aunque esta lógica sea completamente absurda, pero sobre todo se resuelvan con esa soltura temporal tan difícil de conseguir que los anglosajones llaman timing.
Y es en eso, en conseguir el timing perfecto para cada gag, en lo que Bozzetto es un maestro. Él sabe, como los maestros del cine mudo, que la palabra es innecesaria, que todo puede conseguirse con imágenes, y que estas deben ser compuestas siguiendo métodos musicales, de forma que el espectador sea puesto en el estado de ánimo necesario, mediante la repetición y el ritmo de las imágenes, el cual exige, como en los tiempos de la Warner, una partitura que realmente hable al espectador, que no diga vaguedades, que no pueda ser intercambiada con otras producciones y que acabe por considerarse como una unidad inseparable con el corto.
Así ocurre en esta ocasión, de forma que esta obra menor en el corpus Bozzettiano, es más grande que muchos de los que hemos visto en otras entradas de esta seríe. No les diré nombres, pero seguro que los adivinan. Vean ahora el corto y disfrútenlo, que buena falta hace en estos tiempos.
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