And that plague for which everyone now is dying
And that mansion where our fathers once so quaintly stood
And that wrench for which no bolt was ever invented
And that science of murder in which the would have us excel
And that devil lark whose wings span the seven disorders
And that comedian upon whom the curse of Christ fell
And that intensity of the wakefulnes from which there is no recovery
And that blood-sick beast which tracks man to his cave
And that hooting and screaming and stamping and barking
And with the nose and the eye and the leg and the cock and folding bed
We are still not able to tame that fabulous kingdom of the Word
For the word is to put it plainly unlettered
The word is the way something floats which cannot be seen
The word is the call of the tribe from down under the water
The word is the thing the wind says to the dead
The word is the white candle at the foot of the throne.
Kenneth Patchen, The Journal of Albion Moonlight
He estado leyendo durante estas últimas semanas una de las novelas que escribió el poeta americano Kenneth Patchen. Se trata de The Jpurnal of Albion Moonlight, una compleja alegoría de la situación política y personal del autor en el verano de 1940, tras que la máquina de guerra Nazi aplastara a Francia y casi a Inglaterra, haciendo casi inevitable que ese conflicto europeo afectara de lleno a los EEUU.
Supongo que a la mayoría de los lectores castellanos, el nombre de Kenneth Patchen no les dirá mucho. De hecho, incluso en su país de origen su nombre permanece semiolvidado, penumbra que se debe en parte al hecho de ser un poeta nacido a destiempo. Sus primeros libros se publicaron a finales de los años 30, entreverados de un fuerte compromiso político marxista, además de un ansia de liberación personal, por lo que en muchos aspectos se le puede considerar un precursor de la generación Beat de los años 50, quienes le consideraron una especie de padre adoptivo. Sin embargo, y a pesar de los muchos puntos de contacto entre Patchen y los escritores de ese movimiento, el poeta americano pronto se encontró incómodo entre ellos y comenzó a juzgarlos críticamente, undesapego fundado tanto en la falta de seriedad política de esta generación como en que su fama eclipsó bastante de la de Patchen.
En lo que a mí respecta, tengo que confesarles que descubrí a Patchen casi por casualidad, gracias a unos poemas suyos convertidos en cómic y que ya comenté hace unos cuantos años. Lo que leí de su personaje público me fascino, especialmente su afán por construir jam sessions poéticas, en las que improvisaba versos que eran puestos en música allí mismo por músicos de Jazz. De ese primer encuentro, adquirí un volumen de su poesía recopilado por el mismo autor, que desgraciadamente se convertió en uno de tantos de mis libros que esperan inútilmente que los lea. Afortunadamente, tuve un segundo encuentro decisivo, gracias a una adaptación cinematográfica al modo experimental de The Journal of Albion Patchen, realizada en 1951 con el nombre de The Plague Summer, cuya visión finalmente me motivó no solo a comprar la novela, sino a embarcarme en la aventura de leer a Patchen.
Acabada la lectura, tengo que admitir cierta desilusión, aunque sería mejor definirla como desorientación. The Journal... se ha convertido en uno de esos libros que tengo que volver a leer, pronto, no porque me haya gustado más o menos, sino porque no me veo en disposición de emitir un juicio. Por resumir las razones de mi confusión, mi viaje a través del libro se ha visto distorsionado en gran medida por mi experiencia previa del corto, impidiendo que pueda disfrutarlo en lo que es. A esta desviación de los presupuestos estéticos y narrativos de la novela se ha unido además el descubrimiento de que mis convicciones ideológicas acerca de la segunda guerra mundial son muy distintas a los de Patchen.
Como consejo: si van a leer el libro, les recomiendo que no vean primero el corto. Este último no es sino una versión muy, muy condensada del libro, en la que una peripecia lineal, ciertamente racional, comprensible y descifrable, es adornada con arabescos visuales surrealistas. El corto es malo, incluso se puede considerar como una variación notable obre los temas de la novela, pero no hace justicia alguna a la riqueza y complejidad de la escritura de Patchen o de su pensamiento. Lo primero que sorprende de The Journal.., el autor se olvida pronto de las excusas argumentales,la guerra en Europa, el viaje de Albion a través de unos EEUU devastada por la plaga y la guerra..., para romper cualquier asomo de linea argumental, lógica interna o secuencia temporal que pueda ser reconstruida por el lector. La novela se transforma así en un inmenso caleidoscopio donde sucesos separados temporal y espacial, incluso lógicamente, se embuten bajo la anotación del mismo día, donde se contradicen y combaten.
Aún con esas dificultades puestas en el camino del lector, la obra podría haberse quedado en una mera novela-rompecabezas, de ésas que tanto apasionan a los que las descubren a cada generación, sin darse cuenta de que ya son un invento más que viejo, camino trillado entre los trillados a pesar de su aparente dificultad. En el caso de Patchen, su modo de abordar está tópico de la modernidad está fuertemente influenciado por el surrealismo, lo que implica necesariamente, que lo más seguro es que no exista una solución al Puzzle, es más, ni siquiera exista ningún rompecabezas. Esta conclusión desesperanzada y desesperada, es un reflejo necesario del estado desquiciado del mundo en medio del guerra mundial y se ve confirmada a mitad de la novela, cuando un segundo narrador - trasunto del propio poeta - se hace dueño del hilo narrativo e interpela directamente con el lector, eclipsando a Albion y sus peripecias, que no volverán a aparecer hasta casi el final del libro.
Son precisamente esas secciones de diálogo directo con el mundo exterior las más interesantes del libro, o al menos así me lo ha parecido en mi primera lectura, puesto que en ellas queda perfectamente claro el pensamiento de Patchen. Este autor era fervientemente pacifista, y el impulso último para escribir The Journal... parte precisamente su convencimiento íntimo, como poeta, de su inutilidad en un mundo que se dirigía inevitablemente hacia la guerra, estado de la civilización, o mejor dicho, de la barbarie, dónde sólo valdrían aquellos que destacaran en el asesinato de otros seres humanos. Su repulsa hacía la conversión del ser humano en asesino celebrado y santificado le movió a oponerse frontalmente y sin concesiones a cualquier intervención en el conflicto mundial... postura polñitica que se halla en clara contradicción con la que los nacidos tras la segunda guerra mundial hemos heredado: la necesidad absoluto de combatir al nazismo.
Sorprendente, pero necesario, aunque sólo sea para poner en tela de juicio opiniones que consideramos fuera del ámbito de la duda, propias e irrenunciables de nuestro posicionamiento idelógico, y que por eso mismo nunca hemos analizado en la profundidad que requieren. Puede parecer extraño hoy en día, pero al igual que para gran parte de derecha europea de los años 40, Hitler no parecía una amenaza, sino un mal menor incluso necesario, muchos miembros como Patchen de una izquierda en esos tiempos casi siempre marxista, en mayor o menor grado, no percibían apenas diferencias entre las democracias liberales, cómplices de la explotación capitalista, y un fascismo rampante que constituía una evolución lógica de esos sistemas. No es que estos intelectuales fueran partidarios del régimen soviético, muy al contrario , muchos de ellos, como el mismo Patchen, habían descubierto el horror que el paraíso Estalinista ocultaba, claro para cualquier que tuviera ojos y no prefiriera la servidumbre espiritual a la libertad de pensamiento.
La repulsa a cualquier intervención bélica, compartida por Patchen y muchos intelectuales progresistas, estribaba en que no podían contemplar pasivamente, ni mucho menos colaborar, como el mundo se dirigía hacia la catástrofe, mejor dicho, hacía un estado bélico en el que todo, seres humanos, ciencia, arte, sería destinado, consagrado a la destrucción de la civilización y del progreso; mientras que todos ellos que no colaborasen o no jaleasen ese absurdo serían segregados, perseguidos y condenados, incluso ejecutados. Ésa y no otra, es la raíz del profundo asco que siente Patchen ante la guerra y una posible intervención de su país, y de ahí asimismo proviene que The Journal, en los pasajes que se dejan interpretar, se convierta en un descenso al infierno de la destrucción y el asesinato, todo ello inmerso en la narración de un viaje sin destino ni fin, sin narración o reconstrucción posible.
Como ese mundo del presente de Patchen en 1940 en el que todo lo bello iba a ser sacrificado en el altar de la guerra.
And that mansion where our fathers once so quaintly stood
And that wrench for which no bolt was ever invented
And that science of murder in which the would have us excel
And that devil lark whose wings span the seven disorders
And that comedian upon whom the curse of Christ fell
And that intensity of the wakefulnes from which there is no recovery
And that blood-sick beast which tracks man to his cave
And that hooting and screaming and stamping and barking
And with the nose and the eye and the leg and the cock and folding bed
We are still not able to tame that fabulous kingdom of the Word
For the word is to put it plainly unlettered
The word is the way something floats which cannot be seen
The word is the call of the tribe from down under the water
The word is the thing the wind says to the dead
The word is the white candle at the foot of the throne.
Kenneth Patchen, The Journal of Albion Moonlight
He estado leyendo durante estas últimas semanas una de las novelas que escribió el poeta americano Kenneth Patchen. Se trata de The Jpurnal of Albion Moonlight, una compleja alegoría de la situación política y personal del autor en el verano de 1940, tras que la máquina de guerra Nazi aplastara a Francia y casi a Inglaterra, haciendo casi inevitable que ese conflicto europeo afectara de lleno a los EEUU.
Supongo que a la mayoría de los lectores castellanos, el nombre de Kenneth Patchen no les dirá mucho. De hecho, incluso en su país de origen su nombre permanece semiolvidado, penumbra que se debe en parte al hecho de ser un poeta nacido a destiempo. Sus primeros libros se publicaron a finales de los años 30, entreverados de un fuerte compromiso político marxista, además de un ansia de liberación personal, por lo que en muchos aspectos se le puede considerar un precursor de la generación Beat de los años 50, quienes le consideraron una especie de padre adoptivo. Sin embargo, y a pesar de los muchos puntos de contacto entre Patchen y los escritores de ese movimiento, el poeta americano pronto se encontró incómodo entre ellos y comenzó a juzgarlos críticamente, undesapego fundado tanto en la falta de seriedad política de esta generación como en que su fama eclipsó bastante de la de Patchen.
En lo que a mí respecta, tengo que confesarles que descubrí a Patchen casi por casualidad, gracias a unos poemas suyos convertidos en cómic y que ya comenté hace unos cuantos años. Lo que leí de su personaje público me fascino, especialmente su afán por construir jam sessions poéticas, en las que improvisaba versos que eran puestos en música allí mismo por músicos de Jazz. De ese primer encuentro, adquirí un volumen de su poesía recopilado por el mismo autor, que desgraciadamente se convertió en uno de tantos de mis libros que esperan inútilmente que los lea. Afortunadamente, tuve un segundo encuentro decisivo, gracias a una adaptación cinematográfica al modo experimental de The Journal of Albion Patchen, realizada en 1951 con el nombre de The Plague Summer, cuya visión finalmente me motivó no solo a comprar la novela, sino a embarcarme en la aventura de leer a Patchen.
Acabada la lectura, tengo que admitir cierta desilusión, aunque sería mejor definirla como desorientación. The Journal... se ha convertido en uno de esos libros que tengo que volver a leer, pronto, no porque me haya gustado más o menos, sino porque no me veo en disposición de emitir un juicio. Por resumir las razones de mi confusión, mi viaje a través del libro se ha visto distorsionado en gran medida por mi experiencia previa del corto, impidiendo que pueda disfrutarlo en lo que es. A esta desviación de los presupuestos estéticos y narrativos de la novela se ha unido además el descubrimiento de que mis convicciones ideológicas acerca de la segunda guerra mundial son muy distintas a los de Patchen.
Como consejo: si van a leer el libro, les recomiendo que no vean primero el corto. Este último no es sino una versión muy, muy condensada del libro, en la que una peripecia lineal, ciertamente racional, comprensible y descifrable, es adornada con arabescos visuales surrealistas. El corto es malo, incluso se puede considerar como una variación notable obre los temas de la novela, pero no hace justicia alguna a la riqueza y complejidad de la escritura de Patchen o de su pensamiento. Lo primero que sorprende de The Journal.., el autor se olvida pronto de las excusas argumentales,la guerra en Europa, el viaje de Albion a través de unos EEUU devastada por la plaga y la guerra..., para romper cualquier asomo de linea argumental, lógica interna o secuencia temporal que pueda ser reconstruida por el lector. La novela se transforma así en un inmenso caleidoscopio donde sucesos separados temporal y espacial, incluso lógicamente, se embuten bajo la anotación del mismo día, donde se contradicen y combaten.
Aún con esas dificultades puestas en el camino del lector, la obra podría haberse quedado en una mera novela-rompecabezas, de ésas que tanto apasionan a los que las descubren a cada generación, sin darse cuenta de que ya son un invento más que viejo, camino trillado entre los trillados a pesar de su aparente dificultad. En el caso de Patchen, su modo de abordar está tópico de la modernidad está fuertemente influenciado por el surrealismo, lo que implica necesariamente, que lo más seguro es que no exista una solución al Puzzle, es más, ni siquiera exista ningún rompecabezas. Esta conclusión desesperanzada y desesperada, es un reflejo necesario del estado desquiciado del mundo en medio del guerra mundial y se ve confirmada a mitad de la novela, cuando un segundo narrador - trasunto del propio poeta - se hace dueño del hilo narrativo e interpela directamente con el lector, eclipsando a Albion y sus peripecias, que no volverán a aparecer hasta casi el final del libro.
Son precisamente esas secciones de diálogo directo con el mundo exterior las más interesantes del libro, o al menos así me lo ha parecido en mi primera lectura, puesto que en ellas queda perfectamente claro el pensamiento de Patchen. Este autor era fervientemente pacifista, y el impulso último para escribir The Journal... parte precisamente su convencimiento íntimo, como poeta, de su inutilidad en un mundo que se dirigía inevitablemente hacia la guerra, estado de la civilización, o mejor dicho, de la barbarie, dónde sólo valdrían aquellos que destacaran en el asesinato de otros seres humanos. Su repulsa hacía la conversión del ser humano en asesino celebrado y santificado le movió a oponerse frontalmente y sin concesiones a cualquier intervención en el conflicto mundial... postura polñitica que se halla en clara contradicción con la que los nacidos tras la segunda guerra mundial hemos heredado: la necesidad absoluto de combatir al nazismo.
Sorprendente, pero necesario, aunque sólo sea para poner en tela de juicio opiniones que consideramos fuera del ámbito de la duda, propias e irrenunciables de nuestro posicionamiento idelógico, y que por eso mismo nunca hemos analizado en la profundidad que requieren. Puede parecer extraño hoy en día, pero al igual que para gran parte de derecha europea de los años 40, Hitler no parecía una amenaza, sino un mal menor incluso necesario, muchos miembros como Patchen de una izquierda en esos tiempos casi siempre marxista, en mayor o menor grado, no percibían apenas diferencias entre las democracias liberales, cómplices de la explotación capitalista, y un fascismo rampante que constituía una evolución lógica de esos sistemas. No es que estos intelectuales fueran partidarios del régimen soviético, muy al contrario , muchos de ellos, como el mismo Patchen, habían descubierto el horror que el paraíso Estalinista ocultaba, claro para cualquier que tuviera ojos y no prefiriera la servidumbre espiritual a la libertad de pensamiento.
La repulsa a cualquier intervención bélica, compartida por Patchen y muchos intelectuales progresistas, estribaba en que no podían contemplar pasivamente, ni mucho menos colaborar, como el mundo se dirigía hacia la catástrofe, mejor dicho, hacía un estado bélico en el que todo, seres humanos, ciencia, arte, sería destinado, consagrado a la destrucción de la civilización y del progreso; mientras que todos ellos que no colaborasen o no jaleasen ese absurdo serían segregados, perseguidos y condenados, incluso ejecutados. Ésa y no otra, es la raíz del profundo asco que siente Patchen ante la guerra y una posible intervención de su país, y de ahí asimismo proviene que The Journal, en los pasajes que se dejan interpretar, se convierta en un descenso al infierno de la destrucción y el asesinato, todo ello inmerso en la narración de un viaje sin destino ni fin, sin narración o reconstrucción posible.
Como ese mundo del presente de Patchen en 1940 en el que todo lo bello iba a ser sacrificado en el altar de la guerra.
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