jueves, 6 de marzo de 2014

History is Literature

















En mis anteriores comentarios sobre la obra de James Benning, señalaba como es posible construir una definición precisa de lo que es un documental de ese autor. Ese modo de pensar, de acotar críticamente, estaría en consonancia con ciertas posiciones de la crítica francesa (Cahiers y aledaños) según las cuales un auténtico autor sería el portador de una única idea, que desarrollaría, profundizaría y depuraría a lo largo de su carrera. Los ejemplos paradigmáticos serían Ozu y Bresson, filmadores constantes de la misma película, y en tiempos más recientes, Benning.

Ya demostré no hace mucho lo variado y multiforme que es Ozu, más allá de esos tics de estilo que tantos se esfuerzan inútilmente en replicar, pero debo confesar que me había dejado seducir por la "definición" en lo que se refiere a Benning, a pesar de que películas suyas como Landscape Suicide (1986) o American Dreams (1984), no pueden estar más alejadas del modelo. Afortunadamente, mi visión este domingo de Deseret (1995) ha servido de adecuado recordatorio y correctivo.

Si los escasos lectores de este blog se limitan a las capturas que abren la entrada, fotos fijas de paisajes rurales y urbanos, vacíos de presencia humana, podrían pensar que se trata de una nueva iteración del modelo Benning. Es cierto que Deseret anuncia el estilo que este documentalista adoptará en la primera década del siglo XXI, pero existe una diferencia esencial: cada plano apenas dura unos segundos - luego comentaré el porqué -, en vez de los largos minutos de su estilo tardío. La película acaba así por contar con más de 600 planos diferentes que se suceden a un tempo vivo - casi Allegro en terminos musicales - evitando la sensación de estatismo, imperturbabilidad y casi eternidad de filmes posteriores, pero sin que en principio sea posible determinar una hilazón entre ellos, una regla común que las una.

La explicación se halla en un elemento ausente en estas capturas y en el estilo final de Benning: la palabra. Ya he señalado que la auténtica clave del modo en que Benning se aproxima al género documental es su interés, casi obsesión, por la historia y los cambios que ésta produce en las sociedades humanas. Una transformaciones que expresadas en el paisaje - el landscape - en el que viven los humanos, tanto el primigenio que encuentran a su llegada a un lugar, como el antropomorfizado que ellos crean. En el caso de Deseret, Benning traza la historia de uno de los estados del oeste de los EEUU, Utah, desde el momento de la llegada a mediados del siglo XIX de los primeros inmigrantes europeos, los fieles de la religión siempre perseguida, los mormones, hasta los tiempos modernos, en que esa variante del cristianismo parece haberse transformado en una creencia respetada y respetable.

Como pueden imaginarse la aproximación de Benning a los procesos históricos no es la acostumbrada en el  género, tal y como vemos una y otra vez en la televisión. En ese medio se pretende que de las entrevistas con los protagonistas o la relectura de los testimonios escritos se habrá de obtener la verdad de los hechos, o al menos una aproximación bastante veraz. En la obra de Benning, al contrario, se filtran influencias de ese desengaño que los postmodernistas convertirían en el núcleo de sus doctrinas. Nos guste o no, especialmente a aquellos que como yo amamos la Historia, ésta no es nada más que algo escrito, una recopilación de los relatos que unos desconocidos hicieron de sucesos de los que con demasiada frecuencia no fueron testigos.  Unas historias, dicho así en minúscula, que se hallan por tanto plagadas de errores e inexactitudes, cuando no de manipulaciones interesadas, a las que el tiempo y la ausencia de versiones alternativas, transforma en la única "verdad" posible.

Existe un camino de salida, aunque sea estrecho y traicionero, sin promesa de un destino final. Se trata simplemente de presentar los testimonios del pasado, centrándose en los contemporáneos a los hechos, sin proceder a su comentario o explicación, evitando así una nueva manipulación y distorsión: la nuestra, ya sea voluntaria o involuntaria. Ésa es la política adoptada por Benning en Deseret, en la que se nos leen artículos del New York Time referentes al estado de Utah, con los cuales se crea esa crónica de la historia de ese estado desde 1850 al presente del filme. Simultáneamente, las palabras se ilustran con tomas del paisaje de ese estado en la actualidad - una imagen por cada frase pronunciada, no otro es el secreto de su duración -, exentas y limpias de cualquier intencionalidad turística, la de la guía de viajes o del travelogue que dicen los ingleses, sino con la idea de que sintamos, aprehendamos, el marco geográfico en el que tuvieron lugar aquellos hechos.

El resultado de la aplicación de estos presupuestos estéticos es doble. Por una parte, de esa acumulación de artículos periodísticos aparentemente inconexos surge la imagen de un estado que tiene su razón de ser en la oposión al gobierno de los EEUU, fruto de la huida de los fieles de una religión perseguida desde su invención a principios del siglo XIX. Este rasgo fundacional se expresa en un continuo conflicto entre ambos centros de poder, que llega incluso a la intervención armada y al derramamiento de sangre, y que se extiende hasta finales del siglo XIX, con la incorporación a los EEUU del territorio de Utah como nuevo estado de la unión, aunque no con el nombre, Deseret, que los mormones deseaban. Esta unión del estado díscolo con la república americana parece desembocar en una cierta reconciliación, como indicarían las noticias mas "normales" del siglo XX, pero debajo de ellas se oculta una historia latente de conflicto, señalada tanto por la continua emergencia de expresiones radicales del mormonismo, como del uso del estado como campo de pruebas militares y atómicas por parte del gobierno de la nación.

El segundo aspecto al que me hacía referencia se expresa en la larga serie de vistas del Utah que constituyen el armazon de la película. Su importancia no estriba en que en su variedad parezcan pertenecer a lugares completamente separados del mundo, sino que de vez en cuando, sin avisar, Benning incluye una vista moderna del espacio en el que la noticia leída tuvo lugar, a modo de cita. Como puede esperarse, pocas pistas hay en el aspecto contemporáneo de ese paisaje de los sucesos que una vez tuvieron lugar en él, mucho menos para un público que en su mayoría sólo conoce de Utah su nombre. La idea subyacente, sin embargo, es mucho más profunda, y afecta a la realidad cotidiana de todos sus espectadores.

Se trata simplemente de que cualquier paisaje por el que transitamos no es inocente. Aunque no lo sepamos, está cargado de significado, del recuerdo de los múliples hechos, triviales o cruciales, transcendentales o intrascendentes, que una vez tuvieron lugar allí, y que, nos guste o no, siguen influyendo en nuestro presente, determinándolo, puesto que sin ellos, probablemente ese lugar sería muy distinto.

Y eso, precisamente, es lo que la cámara de Benning quiere descubrir. Más importante aún, que nosotros lo descubramos a su vez. No sólo en sus películas, sino en nuestra vida diaria.

(Re)Aprender a ver, en definitiva. Cesar de ser ciegos voluntarios.


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