El capítulo de esta semana de The World at War, dedicado a cuál fue el destino final de los cuerpos de Adolf Hitler y Eva Braun es doblemente interesante, ya que se convierte en un ejercicio de metahistoria sobre la fragilidad del relato histórico que hubiera hecho las delicias de los postmodernos.
La cuestión es que la versión que ha llegado hasta nosotros es que Adolf Hitler se suicidó en el bunker de la cancillería el 30 de Abril de 1945 y que su cadáver fue incinerado por los fieles que le rodeaban, antes de intentar la huida, para luego ser encontrado e identificado por los rusos. Lo asombroso es que esta versión es muy posterior al final del conflicto, ya que para los aliados occidentales, Hitler desapareció por completo unos días antes - con ocasión del mensaje radiado en que anunciaba la intención permanecer en el Berlín asediado por los rusos - mientras que el gobierno soviético se negaba a hacer declaración alguna sobre el destino del dictador tras que las tropas rusas entrasen en el bunker de la cancillería, llegando incluso a acusar a los británicos de mantener escondidos a Hitler y Eva Braun.
La situación se embrolló aún más ya que los Rusos no tuvieron ningún empacho en mostrar los cadáveres del matrimonio Goebbels, suicidado al día siguiente de la muerte del Führer, con lo que dieron pábulo a toda clase de rumores que apuntaban a una fuga con éxito del Führer, el cual seguiría vivo en alguna parte del mundo, quizás rumiando su venganza, como un malo de opereta o película de James Bond. Fue el silencio de los rusos y su obstinación en culpar a otros, los que forzaron al gobierno británico a encargar al historiador Hugh Trevor-Roper que investigara los últimos días de Hitler. Aún en esa fecha tan temprana Trevor-Roper consiguió localizar a los testigos de la vida en el Bunker que estaban en manos de los aliados y construir un relato coherente que se vería confirmado cuando los soviéticos, a mediados de los 50 tras la muerte de Stalin, liberasen al resto de testigos que estaban en su poder.
Fue en ese clima post-Stalin cuando los soviéticos finalmente admitieron que el Führer se había suicidado el día 30 y que habían encontrado unos cuerpos carbonizados que podían ser el suyo y el de Eva Braun. Estos cadáveres se habían sometido a una autopsia en la cual se había utilizado la dentadura del cadáver, prácticamente intacta, para comprobar si correspondía a la de Hitler, utilizando el testimonio de la enfermera del Führer. Los resultados fueron publicados en Occidente, pero los dibujos eran tan pobres que resultaba difícil emitir un juicio sobre ellos, especialmente por la pérdida del historial dental de Hitler, hasta que un descubrimiento afortunado sacó a la luz dos radiografías de Hitler, tomadas en los últimos meses del conflicto.
El resultado no dejaba lugar a dudas. La dentadura reconstruida a partir de las radiografías coincidía con el informe de los forenses rusos, por lo que ése cadáver sólo podía ser el del Führer.
Quedaba un último giro argumental, propio de las novelas de misterio. Según el testimonio unánime de los testigos que habían vivido en el bunker de la cancillería, Hitler se había pegado un tiro, según los forenses soviéticos, había sido el veneno. Una de las dos partes estaba mintiendo, bien los alemanes para dar una muerte gloriosa al Führer, bien los rusos, para hacerle morir envenenado como las ratas. La pregunta no tiene respuesta, ya que el cadáver de Hitler fue hecho desaparecer antes de la muerte de Stalin, pero independientemente de como se suicidara Hitler, lo que nos queda es una historia fascinante sobre la obsesión mutua que ambos dictadores tenían uno por el otro, que llevó a los soviéticos a ocultar celosamente al mundo sus hallazgos en la cancillería, como si el dictador del Kremlin se negase a aceptar la realidad, temiese que su enemigo seguía vivo y quisiera pruebas - cualquier prueba - más solidas y contundentes.
2 comentarios:
Se seguirá caminando en círculos. Fue un disparo?, se envenenó?, realmente murió ?, debate en lo incierto cuando cada día aparecen más señales que Hitler vivió y murió en la Patagonia Argentina bajo todo un manto de protección.
Bueno, la situación parece de lo más claro... y lo sería aún más si la paranoia de Stalin no le hubiera llevado a ocultar las pruebas encontradas en el Bunker, algo que dio pábulo a todo tipo de teorías sin fundamento, como la suya.
Publicar un comentario