Tras la primera parte, dedicada a los prolegómenos del exterminio, el capítulo de esta semana de The World at War aborda lo que sería propiamente la maquinaria del exterminio, el modo en que los nazis convirtieron el asesinato en masa de los judíos - y los gitanos y de los polacos y de los rusos y de tantos otros europeos - en una operación industrial, regida por los mismos niveles de calidad que la fabricación de tornillos o bicicletas.
El desencadenante de solución normal es aterradoramente simple. Tras haber lanzado la operación barbarroja, los nazis se encontraron con que habían "adquirido" no ya los tres millones de judíos polacos, sino los muchos millones más de la Rusia europea - en concreto los que habitaban los estados actuales de Estonia, Letonia, Lituania, Bielorrusia y Ucrania. La continuación del estado de guerra, tras el revés sufrido frente a Moscú en diciembre de 1941, impedía recurrir a la quimera de la deportación a Madagascar, así que no quedaba otra solución que erradicar al judaísmo de sus lugares de cría, según los nazis. Una operación que en su ideología desquiciada equivalía a acortar y ganar la guerra, ya que este conflicto había sido impuesto a los buenos arios por los parásitos hebreos.
Los primeros pasos para lograr este objetivo habían sido ya dados durante el verano y otoño de 1941. Siguiendo a las tropas victoriosas de la Wehrmacht, los Einsatzkommandos de la SS se habían aplicado en serio en la eliminación de todos los enemigos - reales e imaginarios - del nazismo, empezando, como puede imaginarse por los judíos. Las cifras son imprecisas, pero el número de civiles asesinados por estas unidades pudo llegar a un millón y medio. Cantidad aterradora, casi inimaginable, más aún si se tiene en cuenta que los Einsaztkommandos apenas llegaban a unos pocos centenares de soldados y que esta operación se realizo con métodos completamente artesanales: el tiro en la nuca frente a fosas excavadas previamente por los propios ejecutados.
Incluso para tropas tan fanatizadas y adoctrinadas políticamente como los miembros de las SS, el impacto psicológico de asesinar a decenas de miles de civiles indefensos se hizo intolerable. Decenas de esos buenos alemanes - lo mejor de la raza aria - estuvieron a punto de volverse locos o, en el caso mejor, de continuar esas actividades criminales en otros ámbitos. En ese punto, en la transición entre 1941 y 1942 Himmler y el cuadro mayor de las SS decidieron buscar un método más impersonal y "científico", que consiguiese asegurar el equilibrio mental de sus tropas.
La solución estaba a la vuelta de la esquina. Se trataba simplemente de los técnicos de la sección T4, los responsables de la operación eutanasia, que habían asesinado a decenas de miles de enfermos mentales alemanes desde 1939 mediante el uso de cámaras de gas. El "problema" por tanto era adaptar esos métodos utilizados a pequeña escala - unos cuantas decenas de víctimas cada vez - de manera que la cifra alcanzase la de varios miles, permitiendo eliminar de una sola vez un tren completo de refugiados.
Este incremento cuantitativo debía ir acompañado de una mejora cualitativa. La posibilidad de eliminar trenes enteros en un periodo breve impedía que las víctimas pudieran darse cuenta de lo que iba a ocurrirles e intentar algún tipo de resistencia. Por otra parte, debía conseguirse el objetivo de eliminar toda traza de lo ocurrido en unas pocas horas, de forma que las pertenencias de estas personas fueran retiradas y clasificadas en un breve periodo de tiempo - permitiendo la admisión de nuevos cargamentos humanos para su procesado - mientras que los cuerpos debían haber sido convertidos en ceniza en ese mismo plazo, como si nunca hubieran existido e impidiendo que alguien pudiera luego encontrarlos y acusar a los nazis de genocidio. Por último, pero no menos importante, todas estas tareas debían ser realizadas por un selecto grupo de prisioneros, a los que se libraría de la muerte hasta que la operación hubiera concluido con éxito, reduciendo así el impacto psicológico sobre los buenos arios de las SS.
Las líneas maestras de la operación de exterminio estaban así trazadas, pero su enormidad requería esa organización industrial, sólo al alcance de una gran potencia, a la que hacía referecencia. Primero había que contabilizar el número de personas a las que había que "procesar", objetivo que se alcanzó en la conferencia de Wansee en enero de 1942, con un objetivo final de 11.000.000 de judíos europeos. Esta conferencia además sirvió para poner en contacto a las entidades involucradas ya que si se quería tener éxito había que, primero, crear una red de campos de tránsito por toda Europa para concentrar y distribuir a los judíos consignados para el exterminio. Luego organizar los transportes ferroviarios de forma que no interfiriesen con el esfuerzo bélico aleman, o como bien se señala en The World at War, crear algo similar a los servicios de suministro y avituallamiento de una tercera campaña militar, además de las dos, contra rusos y aliados, que Alemania estaba librando en ese instante.
Por último, el sistema de campos de exterminio no tenía que ser una carga económica para el estado alemán, de forma que como mínimo fuera autosuficiente y en el mejor de los casos, sirviera de refuerzo al esfuerzo bélico alemán. Todas las propiedades de los ejecutados, incluyendo sus dientes de oro y su pelo, eran enviados a Alemania para su reaprovechamiento en las industrias de guerra. No sólo eso, pasado los primeros momentos en los que todos los judíos eran ejecutados sin excepción, los aún aptos para trabajar empezaron a ser seleccionados y enviados a trabajos forzados. Esta selección, como se puede imaginar, no constituía una promesa ni una esperanza de salvación, con una dieta de hambre, sin ropa de abrigo, en trabajos extenuantes y sometidos a palizas constantes, no se esperaba que sobrevieran más allá de tres meses, ni por supuesto a las condiciones del invierno.
Esta selección de judíos como mano de obra esclava constituyó la última perversión de la solución final. Porque estos campos no eran simplemente eriales en medio de la nada dedicados al exterminio masivo, pronto, a su alrededor empezaron a construir grandes instalaciones industriales, siderurgias, refinerías, arsenales, de las que grandes empresas y nombres industriales alemanas conseguían pingues beneficios. Así, en poco tiempo, el veneno de la solución final no quedó restringido a los pocos miembros de los Einsatzkomandos o los guardias de los campos de concentración, sino que a afecto a Alemania entera, en la que pocos quedaron que pudieran alegar ignorancia de lo que estaba ocurriendo.
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