Hacía mucho años que no veía películas de Ozu. Entre los detalles borrados por el olvido se hallaba la especial capacidad del cineasta japones para la comedia, opuesto a la clara orientación dramática y trágica de su contemporáneo Mizoguchi. Entiéndase bien lo que digo, no la comedia entiendida al estilo cinematográfico - película para hacer reír - sino la comedia al estilo teatral, en lo que lo importante es la observación, normalmente amable, otra veces irónica, de la vida cotidiana, en la que los conflictos siempre alcanzan una resolución por muy embrollados que estén y son precisamente esos enredos argumentales - precipitados por una serie de casualidades y equivocaciones - los que añaden la parte cómica a la comedia.
En este sentido, Bakushu (Verano Temprano) dirigida por Ozu es una comedia perfecta, al estilo teatral. Un amplio elenco de protagonistas - la familia que es el centro de la trama, sus familiares, sus conocidos y sus compañeros de trabajo - se van turnando ante la cámara sin que nunca sepamos cual de ellos es el centro y el nudo de la peripecia que se supone va a tratar la película. Este rasgo de indefinición narrativa hasta muy avanzado la trama es típicamente de Ozu es especialmente llamativo en Bakushu, que parece no tratar de nada y de nadie - aparte de que como siempre en Ozu tendremos que asistir a la dispersión de una familia, frecuentemente iniciada por el casamiento de la hija -, y constituye uno de los rasgos más apreciados por los cinéfilos actuales que lo asocían con cierta modernidad cinematográfica encarnada en la renuncia al guión.
Sin embargo, como digo, esa falta de destino en realidad apunta a una larga tradición cómica teatral, en la que no había - especial - prisa por abordar los conflictos, de manera que se dedicaba largo tiempo a la presentación y caracterización de los personajes, de manera que el público se acostumbrara a su presencia y compañía - como si fueran alguien más de la familia, con lo que cual contratiempo que les acaeciese tendría una mayor resonancia. Un efecto que Ozu consigue con especial maestría en esta película, puesto que conseguirá engañarnos y hacernos creer en la permanencia del breve instante vital en que habitan sus personajes, de forma que cuando en el último tercio de la película uno de sus personajes adopte una decisión trascental - su decisión transcental - esta será como un rayo en el cielo sereno y sus consecuencias nos afectarán como al resto de sus familiares.
El párrafo - y las capturas anteriores - sirven de introducción y refuerzo de la idea que les comentaba anteriormente: Ozu como gran exponente de la comedia teatral, no de la comedia cinematográfica hollywoodiense. Simplemente porque a pesar de la aparente ligereza de su estilo, de que sus tramas - al menos de la postguerra - tengan lugar en un Japón ideal en el que la pobreza y la necesidad hayan sido desterradas, la presencia de la muerte y la decadencia son omnipresente. Sean las que sean nuestras seguridades actuales, sean cual sea la fuerza con la que deseamos que permanezcan, lo que somos ahora, lo que tenemos ahora habrá de cambiar irremediablemente, hasta que terminemos siendo completos extraños para nosotros mismos, como si eso le hubiese sucedido a otra persona, no a nosotros.
En pocas películas de Ozu es esto más patente que en Bakushu, en que la decisión personal de uno de sus personajes - que los espectadores sabemos acertada y que incluso tiene un punto de rebelión - acaba por tener repercusiones cataclísmicas en esa famila, que acaba dispersa y separada. Un nuevo estado que, como es habitual en Ozu no adquiere una exasperación dramática, pero que no deja de ser menos dolorosa y agría para cada uno de los personajes, a pesar de la felicidad que aspiren a conseguir en ese futuro que ellos mismos han elegido.
Y un último apunte. Ozu es uno de esos pocos directores que sabe dirigir a los niños, reflejando el mundo de la infancia sin ninguna condescendencia y mostrando en imágenes la gravedad que esos conflictos de la niñez revisten para sus protagonistas.
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