Frecuentemente se suele decir que el anime - o en otras palabras, la escuela japonesa de animación - comienza en los años 60 con las producciones de Tezuka Osamu. Como todas las verdades, esta afirmación no es otra cosa que una mentira a medias, ya que la animación japonesa contaba por aquellos años con varias décadas de existencia, de manera que la auténtica importancia de Tezuka es el de hacerla visible al mundo exterior, al igual que Kurosawa, Mizoguchi y Ozu habían asombrado al mundo en los 50 con un cine perfecto que parecía surgir de la nada (y sería muy interesante hablar de cuantos dogmas críticos se han construido sobre ese malentendido fundacional).
Al igual que ocurrió con la animación norteamericana, piénsese en Gregory La Cava, por ejemplo, nombres importantes del cine japones dieron sus primeros pasos en esta forma. El más importante de ellos, Ichikawa Kon llegó a confesar, muy tarde ya en su carrera, que aún se sentía un animador y un mangaka. Ichikawa abandonó la animación a finales de los 40, pero la animación japonesa había empezado mucho tiempo atrás en los años 20 y 30, una historia que se puede seguir en la compilación Japanese Anime Classic Collection, publicada a mediados de la década pasada en Japón, aunque con subtítulos en Inglés
Tengo que decir que esta colección, centrada básicamente en el periodo 1928 - 1941 es particulamente extraña, tanto por su contenido como por su formato. Como pueden ver en las capturas, se ha optado por no llenar el espacio útil del DVD (que al partir de un formato NTSC es aún más reducido que el PAL) dejando un espacio negro en la parte inferior para los subtítulos. Si se tratase de cortos en formato 1,66:1 (por ejemplo) adaptados a 4/3 sería algo disculpable, pero al tratarse de cortos clásicos en 1,33:1 no tiene excusa alguna, ya que se está malgastando el espacio útil y reduciendo la nitidez y claridad con que se presentan estos cortos, imposibles de encontrar en otras decisiones.
Esta decisión de reencuadrar los cortos resulta aún menos justificada, si se piensa que el público al que va destinada la compilación son precisamente los espectadores japoneses, quienes no iban a hacer uso de los subtítulos, y por tanto sólo verían una amplia zona negra en la parte inferior de sus televisores. Más sorprendente, pero quizás más justificada, es la inclusión en muchos de los cortos mudos, de una narración que explica y glosa, con chistes e imitación de voces, lo que ocurre en la pantalla. Dicho así, puede sonar a una auténtica profanación de estos cortos, al estilos de las versiones sonoras remontadas de los cortos de Chaplin, pero en este caso puede tener una justificación con claras raíces históricas.
Se sabe, por ejemplo, que Meliés utilizaba narraciones realizadas desde detrás la pantalla, para explicar los sucesos que tenían lugar en sus cortos. El texto de muchas de ellas se ha conservado y se ha incorporado a las reediciones modernas, así que existía una cierta tradición de narración textual, similar a la del acompañamiento musical en vivo o el tintado de los fotogramas, para dotar a las películas mudas del sonido y el color del que carecían. Esta posible justificación se ve reforzada por la inclusión en la compilación de lo que recibe el nombre de Kamishibai, cómicos ambulantes japoneses, que iban presentando escenas pintadas al público, mientras las comentaban realizando una auténtica actuación teatral en la que representaban con su voz a todos los personajes.
El Kamishibai se convierte así en una forma mixta entre cine y manga, un claro predecesor de lo que sería luego la animación, de manera que muchos directores de anime la han aceptado como parte de su tradición y homenajeado en sus obras. Sin embargo, esta conclusión no dejan de ser una especulación mía, ya que la compilación carece de folletos que nos expliquen porque se han tomado esas decisiones y no otras, o las razones históricas y/o académicas que las justifiquen. Este descuido en la presentación y en la contextualización se extiende a los propios cortos recopilados, una colección muy dispar, en la que se encuentran pequeñas obras maestras, como el Shojoji no Tanuki Bayashi Ban: Danemon (La caza de monstruos de Danemon en el templo Shojoji), frente a otras que son completamente prescindibles, bien por un tosqueda y torpeza fuera de lugar en fechas ya tan tardías como los años 30, o por que sólo nos ha llegado una copia cortada, remontada y prácticamente incomprensible.
Aún así, la colección es fascinante. Ver como era el anime antes del anime, cuando la animación japonesa era desconocida fuera de ese país y esa forma no tenía consciencia de dirigirse a un público de rango mundial, sirve para demoler muchos de los mitos y dogmas que los aficionados y los enemigos de esa escuela le han atribuido muchas veces. En primer lugar, la temática de estos cortos es abiertamente tradicional, reimaginando una y otra vez los mitos y leyendas tradicionales japonesas, sea en su forma tradicional o al mundo moderno y tecnificado de primeros de siglo, como es el caso del héroe infantil Momotaro convertido en piloto de aviación o capitán de submarinos.
Si bien desde el punto de vista temático esta animación primera es esencialmente japonesa, desde un punto de vista estético no lo es, ya que se inspira directamente en la animación americana de su tiempo, especialmente en la inmensa producción Fleischeriana, (y piénsese como cuando Tezuma crea su estilo es precisamente a los Fleischer a los que tiene como modelos) del que copian personajes y movimientos completos, hasta el extremo de que en algunos cortos veremos aparecer a la mismísima Betty Boop (y a Mickey y Donald). Esta inspiración en la animación americana de los años veinte provocará que la animación japonesa tenga un aspecto primitivo y anticuado, incluso tosco y burdo, hasta fechas muy tardías, cuando en America, Disney ya era el soberano absoluto y el color un complemento irrenunciable.
Lástima como digo, que la edición no se complemente con un libro en que el se analicen los cortos reunidos en ella. Un ojo aconstumbrado a la animación descubrirá que, como ocurré con el anime moderno, bajo un aparente acabado común e inconfundible se esconden multitud de estilos y personalidades, o que ciertos dejes en la manera de reproducir un movimiento delatan a un mismo animador, especialmente cuando la precisión y expresividad con la que están tratados no están al alcance de cualquiera. De ahí que la falta de ese estudio histórico comparativo se convierta en el mayor de los defectos de una colección más que interesante y reveladora.
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