miércoles, 16 de mayo de 2012

Symbols
























Entre las series interesantes de esta temporada, se encuentra la última recreación de uno de los mitos de la animación de los 80, el afamado Lupin III, supuesto descendente del ladrón de guante blanco Lupin de las novelas decimonónicas, y especializado en la misma rama de trabajo que su antepasado.

...y aquí se acaba el parecido con la serie original...

La primera diferencia es que esta vez el foco no está sobre el propio Lupin, sino sobre uno de los personajes secundarios del manga/anime original, la también ladrona internacional Mime Fujiko. Este cambio en la perspectiva con que se observan las aventuras de Lupin se ve también acompañado por una modificación en la atmósfera que se había hecho habitual en todas las encarnaciones de la serie: el hecho de que los robos imposibles de Lupin se convertían en una excusa para invitar al espectador a un auténtico espectáculo circense, en el que el más difícil todavía se plasmaba en planes inverosímiles por su complicación, trufadas de sorpresas y golpes de efecto, que culminaba en una huida/persecución donde todas las leyes de la lógica y de la física eran puesta un lado... un estilo que supieron recrear a la perfección el tándem Miyazaki/Takahaka en su magistral el Castillo de Cagliostro.

El primer capítulo de esta entrega de Lupin parecía basarse y obedecer a esas constantes no escritas de toda la franquicia, con toda la acción desenfrenada que le era inseparable. Sin embargo, ya en esa primera entrega llamaba la atención, que la tensión sexual había sido elevada a un extremo insospechado en la serie original y por tensión me refiero a su carácter explícito, que no se temía mostrar a la protagonista desnuda en cualquier situación posible o imaginable, ya desde el propio intro de la serie, en esta ocasión desprovisto de la usual canción pop y transformado en una acumulación de símbolos que la hacen una de las mejores de esta serie.

Aún así, esa tendencia de la protagonista a quedarse desnuda en las ocasiones más inoportunas, sin que esto supusiera ningún inconveniente a su eficacia como ladrona, podía aún entrar dentro de ese modelo ideal de Lupín, entendido como desenfado en todos los sentidos, temático y narrativo, en el cual cabían todos los imposibles y todas las hipérboles . No obstante, lo que sí ya era diferente era una clara deriva hacia la seriedad, inusual en el Lupín de los años 80, pero especialmente llamativa en los capítulos siguientes de esta nueva versión, en los que se fabulaban una serie de historias que nos explicaban el modo, tiempo y lugar en que Mine Fujino conoció al resto de los secundarios.

Este giro hacía la seriedad y la obscuridad culminaba, para la sorpresa de muchos de los aficionados al Lupín de los años 80, en el giro de 180 grados que sufría la personalidad de algunos de los personajes, que en vez de pertenecer a una película de Lupín, parecían salidos de algún filme del cinéma noir, en el que reinaban el cinismo y la corrupción más absoluta, mientras que la integridad y los ideales eran artículos de lujo al alcance sólo de los ricos, fuera por tanto de las posibilidades de los "pequeños" que habitaban el mundo del crimen.

En ese sentido, la nueva serie se resiente un tanto por la coexistencia en ella de dos mundos que parecerían opuestos y sin comunicación, el de el Lupin desenfadado de antaño y el de esta versión negra y desencantada de ahora, tan apropiada para este mundo en disolución y crisis que habitamos ahora. ¿Serie fallida, por tanto? Aún es pronto para decirlo ya que a los largo de los capítulos se nos están mostrando pistas de lo que podría ser la mayor sorpresa final: el pasado de la propia protagonista, insinuado en magníficas secuencias simbólicas como la que abre esta entrada y sobre todo en la turbadora secuencia de cierra cada episodio, claramente no apta para menores ni para ser vista en el trabajo, por razones más que obvias que podrán comprobar en el video que he incrustado


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