Como todos los domingos, llega el momento de revisar uno de los cortos de la lista de cien mejores recopilada por el festival de Annecy. En esta ocasión, el elegido es Popeye the Sailor meets Sindbad the Sailor, realizado en 1936 por el estudio Fleischer, dirigido por los hermanos Max y Dave, uno en papel de productor y otro en el director.
Los que sigan este blog sabrán de mi profunda admiración por este estudio, pieza fundamental de la animación americana de 1920 a 1941 (y un poco más en su resurrección como Famous Studio, ya sin los hermanos al frente). Su animación nunca llegó a ser tan perfecta como la de Disney y en muchas ocasiones puede parecer algo tosca, como por ejemplo su tendencia a no sincronizar el audio con los movimientos de la boca de los personajes animados, ni llegaron a crear un sistema que permitiese obtener lo mejor de sus animadores, lo cual hizo que muchos abandonasen el estudio, especialmente tras la huelga de 1937, poniéndoles en desventaja frente a su principal competidor, el estudio del ratón.
De hecho, tras dominar la escena animada durante los años 20, a mediados de los 30 empezaron a perder terreno frente a la Disney, de forma que su historia, desde 1935 en adelante, puede resumirse en una larga lucha por mantenerse a flote, en la que fueron siempre a remolque de lo que dictaba el otro estudio. Así, nunca llegaron, hasta casi terminar la década, a pasarse al color, realizando la mayor parte de sus cortos, inclusos los de su estrella Popeye en blanco y negro, mientras que sus largos no fueron fueron otra cosa que respuesta al éxito de Blancanieves, con la desventaja de llegar demasiado tarde para marcar alguna diferencia, especialmente con el fracaso de Mr Bug goes to Town, estrenada unos días después del ataque japonés a Pearl Harbor, y a la que la actualidad bélica hizo pasar desapercibida, dando la puntilla a un estudio agonizante.
Por supuesto, no esperen leer esto en la historia de la animación según Disney (tm), según la cual sólo existió un estudio cuya producción es la verdad revelada del arte de la animación, algo que admiradores y detractores de la Disney, publico en general y crítica especializada siguen aceptando a pies juntillas. Precisamente, uno de los aspectos que más admiro de la Fleischer es su cualidad de contrarios estéticos de la Disney, con una animación más libre y espontánea, sin los grilletes de una perfección técnica que ahogaba la comicidad en los cortos de su enemigo, y que, vista ahora, a principios del siglo XXI, parece más actual y contemporánea, al conectar su espíritu revoltoso y gamberro, incapaz de dejar de lado un chiste si había ocasión de animarlo, con la animación televisiva para adultos, descarada y subversiva.
Popeye Meets Sindbad pertenece a esos cortos con los que la Fleischer intentó derrotar a la Disney en su propio terreno. Rodado en color, al contrario que otras producciones también en color de ese estudio, éste corto no renuncia a ninguna de las características clásicas de los hermanos Fleischer. En él, la simple excusa argumental de todo corto de Popeye, Bluto raptando a Olivia y Popeye rescatándola, previa ingestión de espinacas, se convierte en un festival de hallazgos visuales, que se habían experimentado ya en los cortos en blanco y negro, pero que en esta ocasión se trasladan al color.
El más llamativo es el uso de la cámara multiplano, en un desarrollo propio de los Fleischer que la hacía más manejable y racional que el aparato usado por la Disney. Brevemente, el máquina de Disney, utilizada hasta nuestros días debido al triunfo final de esa compañía, era un armatoste vertical de varios metros de altura en el que se insertaban varios acetatos a diferentes distancias, dando la impresión de que los objetos estaban a diferentes distancias. El invento de los Fleischer, sin embargo, era horizontal, y consistía en una maqueta, la cual podía girar sobre sí misma y en cuyo interior, se colocaban los acetatos que luego se fotografíaban, con la gran ventaja (y el inonveniente) de que los personajes ya se movían en un mundo que era originariamente tridimensional.
Aparte de este logro técnico, la libertad y desenfado de los Fleischer está presente a lo largo de todo el corto. Como digo, a estos dos autores no les importaba ser antinaturales o toscos en su animación, si con ellos conseguían ser expresivos y arrancar la carcajada a sus espectadores. Con ese punto de partidad, sus personajes se deforman y retuercen hasta lo imposible, lo que permite que el eterno combate entre Bluto y Popeye siga teniendo interés y que su animación conserve una frescura y un punto de espontaneidad, imposible de encontrar en los cortos Disney de la época, salvo excepciones (ya saben cuales).
Así que les dejo con el corto, que lo disfruten, porque un Fleischer siempre es un Fleischer, se diga lo que se diga
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