Veía el domingo pasado la película Punishment Park, rodada en 1971 por Peter Watkins, y me sentía fascinado por la radicalidad de su propuesta política y visual, imposible de repetir hoy en día y no menos excepcional en la fecha de su rodaje.
Digamos en primer lugar que en los casi cuarenta años transcurridos desde su filmación, el canon cinematográfico con el que crecimos varias generaciones de cinéfilos se ha ido revelando gradualmente como un estrecho corse cuyas restricciones nos convertían en ignorantes. En extraña paradoja, ese canon de origen francés, fue creado por revolucionarios de la forma, que como suele ocurrir en esos casos, buscaron en toda la historia del cine aquellos que parecían ser sus precursores, o al menos apuntaban, aunque fuera inconscientemente en la dirección del estilo que ellos cultivaban y preconizaban. Un criterio de selección que, como en todos los combates estéticos, pronto se articulaba alrededor de resoluciones condenatorias, con naciones, estilos y técnicas enteras condenadas a las tinieblas exteriores.
De ahí que la única vía posible sea salirse de ese canon y explorar por nuestros propios medios.
Una de esas filmografías olvidadas por su intrascendencia dentro del canon es la británica, un descuido que tiene parte de razón, ya que al cine británico le ha faltado ese hilo conductor vanguardista que tanto les gusta señalar a los apologetas del cine francés. Sin embargo, la cinematografía de las Islas abunda en fenómenos y personalidades que ya quisieran para sí otras muchas cinematografías, desde los primeros Lean y Hitccock, a los inicios del Free Cinema antes de que fuera fagocitado por Holywood, pasando por excepciones como la GPO, el documentalismo de los años 30, Humphrey Jenning o la Ealing.
Dentro de esas excepciones figura Peter Watkins.
Este director británico, hoy casi olvidado, durante un corto periodo de tiempo, los últimos 60 y los primeros 70, figuró entre los nombres más señalados de la auténtica vanguardia cinematográfica. La razón del relativo olvido en que ha caído es doble. Por una parte, está su radicalismo político, de una izquierda dura que poco tiene ver con el capitalismo disfrazado de progresismo tan corriente hoy en día, y su no menos profundo radicalismo político que le lleva a rechazar casi todo el cine que se realiza hoy en día como elemento de opresión y adoctrinamiento, expresado en un estilo que el llama monoforma. No es de extrañar que ante esa oposición palmaria ante el arte de su tiempo haya sido ignorado por críticos e industria, que se han negado a estudiar y proyectar su obra, la cual permanece inédita para la mayor parte del público... una labor de destrucción a la que se han unido incluso intelectuales próximos a sus ideas, ofendidos por la dureza y acidez de sus imágenes.
La segunda razón del segundo plano en que se mantiene la figura de Watkins se debe a que se atrevió a crear formas híbridas en un momento en el que el santo y seña del cine era la pureza. Es sabido de todos como el objetivo de la Nouvelle Vague era la captura de la realidad tal y como era, en un espíritu en cierta manera próximo al impresionismo, que buscaba capturar el momento sin distorsiones ni modificaciones por parte del director. En este sentido, el documental aparecía como la forma por antonomasia, en su compromiso por presentar el mundo con veracidad, sin deformaciones ni mentiras. Watkins por el contrario, va a resucitar una de las más curiosas tradiciones del cine británico, la del falso documental, aquella que partiendo de datos y situaciones reales, va a crear un nueva realidad a la que el estilo documental va a dotar de especial fuerza y resonancia, especialmente cuando lo que se intenta es la propagación de un mensaje político
Es ahí donde radica la importancia de Punishment Park.
Porque lo que Punishment narra es una distopia, o mejor dicho, la peor pesadilla del sistema americano, aquella en que su sistema de check & balances, de libertad de expresión y de credo, se ve transformado en un régimen totalitario, que persigue cualquier disidencia utilizando métodos represivos violentos. Una metamorfosis que se debe precisamente al deseo de proteger ese mismo sistema de libertades por todos los medios posibles y que, como digo, acaba por dar nacimiento al mismo monstruo al que se quería combatir, el de los sistemas totalitarios donde la libertad del individuo no tiene lugar.
Una situación que estuvo a punto de darse en la América del Viet-Nam, envuelta en una guerra brutal sin ninguna justificación, y cuyas repercusiones rasgaron el tejido de la sociedad norteamericana, dividiéndola en bandos irreconciliables. Un camino hacia la locura, hacia monstruo al que hacía referencia, que Watkins refleja a la perfección, utilizando el estilo documental para hacer reales ante nuestros ojos unos EEUU en los que las fuerzas de la reacción han establecido tribunales volantes que se limitan a fijar las penas, puesto que la culpabilidad es evidente, y donde los condenados son sometidos luego a un conjunto de humillaciones, el recorrido por el Punishment Park al que hace referencia el título, con el único objetivo de quebrar su espírtu de resistencia o simplemente eliminarlos.
Una película, en fin, que a pesar de ser un pseudocumental, acaba por serlo, ya que los actores no profesionales de la cinta, son contemporáneos del tiempo en el que supuestamente transcurre la distopia, de forma que las opiniones que defienden en escena son las que ellos mismos sustentan, efecto incrementado por el truco genial de Watkins, al dividir a los actores en grupos ideológicos que no entrarán en contacto los unos con los otros hasta el mismo día del rodaje, de forma que la tensión y el conflicto no han sido ensayados sino que surgen de forma natural y espontánea, reflejo auténtico de esa América dividida entre los movimientos contestatarios y el establishment inmovilista.
Una ultima conclusión. Los últimos decenios han sido de victoria del conservadurismo, el cual ha obrado su truinfo sin recurrir a los extremos que describe Watkins, en parte por propia rendición de la izquierda. Un tiempo de involución, donde al final las leyes más contrarias a los derechos del hombre, esos derechos tan proclamados por los liberales autoproclamados, son aprobadas sin que nadie se turbe en lo más mínimo. Peor aún, entre el aplauso general.
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