No volveré a llevar uniforme nunca más |
Cuando se anunció esta serie, hubo un sentimiento general de expectación, al pensar que se trataba de un Band of Botthers II, esa serie que aunaba naturalismo bélico con un confeso patriotismo (la guerra estaba justificada y quienes sobrevivieron, al menos los americanos, se convirtieron en mejores personas gracias a ella). La decepción, pasados los primeros capítulos, no fue menos general.
Parte de la culpa de esta desilusión se debió a que The Pacific, al contrario que Band of Brothers, no seguía a un grupo compacto de soldados de victoria en victoria, sino que se centraba en tres personas reales cuya única relación era haber militado en la primera división de Marines, de forma que sus experiencias eran completamente dispares y a veces contradictorias, provocando que el resultado final fuera bastante deslavazado y que se notaran demasiado las grapas con las que se había intentado unir el contenido.
En concreto, una de las historias, la del sargento Basilone, era completamente prescindible, efecto subrayado por la falta de dotes interpretativas del actor elegido para encarnarlo, y parecía haber sido añadida simplemente para incluir un toque de heroísmo y compromiso similar al que era corriente en Band of Brothers. Un elemento que era especialmente necesario en esta serie, ya que las otras dos historias, las de los soldados Leckie y Sledge, basadas en los libros que escribieran tras el conflicto, eran abiertamente antibelicistas y antimilitaristas, negando el mito de la guerra justa y de la gran generación que los americanos atribuyen al conflicto mundial y las personas (americanas) que lo vivieron.
Tomadas en solitario, las dos largas secciones dedicadas a Leckie y Sledge, la primera cubriendo de 1942 a 1944, la segunda de 1994 a 1945, con una pequeña superposición en la toma de la isla de Peleliu, podrían considerarse como de las mejores películas bélicas rodadas en la década de 2000 al 2010 y muy por encima de lo que consiguiera Band of Brother, especialmente el segmento de Sledge. Esta calidad de las partes en una obra que en su conjunto es fallida, se debe a que el origen de ambos segmentos son esos recuerdos de la guerra transformados en libro retrospectivo, equivalentes por tanto a una profunda meditación sobre la guerra y los seres humanos en la guerra, que la plasmación fílmica respeta y reproduce con gran fidelidad... o así lo parece, ya que no he tenido acceso a los texto originales y me temo que las libertades y licencias habrán sido copiosas.
En este sentido brilla especialmente el segmento de Slegde, ya que en el nos encontramos con un protagonista que parte de una idea romántica de la guerra, esa forja del carácter que tanto le gustaba proclamar a Kipling, y se encuentra con una realidad en la que el combate no es otra cosa que el asesinato institucionalizado, un camino de degradación y perversión, en el que poco a poco todos sus ideales van siendo destrozados y aniquilados, mientras que el se convierte en una máquina de matar, un monstruo sediento de sangre capaz de las mayores bajezas, desprovisto de humanidad.
Una metamorfosis que a nuestro protagonista le parecerá natural y necesaria mientras esté en primera línea, pero cuando vuelva a casa, junto a sus padres, entre personas que creen que es posible vivir sin tener que experimentar ni causar el infierno, se le revelará con todo su horror. Un remordimiento que le hará abjurar del ejército en el que militó, del uniforme que defendió, y cuya mordedura, igual de dolorosa a pesar del tiempo transcurrido, estará a punto de convertirle en un inválido, alguien incapaz de volver a vivir entre sus semejantes, abrumado por el peso de los crímenes que cometió en nombre de su país.
Y es por esto que The Pacific, especialmente en la sección de Sledge se muestra como la única película bélica americana de este principio de siglo realmente pacifista y antimilitarista, muy superior a todo lo rodado recientemente y especialmente a Band of Brothers.
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