Llega otro lunes, nuevo artículo rescatado de Tren de Sombras. En esta ocasión una de mis contribuciones a la sección parpadeos, donde se intentaba hacer justicia a ese formato cinematográfico, el corto, que para muchos no tiene otra función que la de servir del salto al largo, lo cual sería semejante a suponer que en literatura sólo puede haber una forma válida.
El corto cuyo comentario incluyo a continuación tiene triple interés, la primera por servir de recordatorio de la alturas a las que llegó la escuela rusa de animación en tiempos soviéticos (de 1960 a 1991), por reunir a dos de los grandes nombres no ya de esa escuela sino de la historia de la animación, Ivanov-Vano y Norstein, y por último por tratarse de una auténtica obra maestra que en escasos diez minutos muestra la altura, la intensidad y la belleza a la que puede llegarse con la animación tradicional... evitando ese fotorrealismo tan de moda actualmente y que para algunos es la medida de la calidad de una producción animada.
La batalla de Kerjenets (Сеча при Керженце) Yuri Norstein, 1971
Producción: URSS, SoyuzFilm 1971
Dirección: Yuri Norstein/Ivan Ivanov-Vano
Guion: Ivan Ivanov-Vano
Animación: Yuri Norstein
Diseño: Franceska Yarbusova
Fotografía: Vladimir Sarujanov
Música: Rimski Korsakov .
En la historia de los países del este de Europa, ya hablemos de Polonia, de Hungría, de Serbia, de Bulgaria o de Rusia, existe un mito fundacional común, o mejor dicho dos mitos fundacionales que se mezclan entre sí, sin los cuales es imposible entender la forma en que Europa Oriental se ve a sí misma... y ve a Europa Occidental.
Por un lado, está la consciencia de pertenecer a Europa, o mejor dicho, de ser el baluarte de Europa, el rompeolas contra el cual se han estrellado oleada tras oleada de bárbaros, aun cuando algunos de estos pueblos orientales fueran, en origen, parte de estos bárbaros, gente de fuera de la frontera, una frontera que sólo se traslado más al este tras el asentamiento y civilización de estos pueblos. Pueblos bárbaros, pueblos enemigos, por tanto, cuyo nombre ha cambiado de nombre a lo largo del tiempo (germanos, hunos, eslavos, ávaros, jázaros, húngaros, búlgaros, cumanos, pechenegos) y que, en la última versión, la construida en los siglos XIV y XV, se encarnado en turcos y tártaros. Unas invasiones que han conseguido finalmente doblegar a estos países fronterizos de Europa, los Balcanes en el caso turco, Rusia en el caso tártaro, pero en cuya conquista han perdido las fuerzas, permitiendo el sacrificio de estos países fronterizos, que Europa Occidental continuase su evolución sin interrupciones externas.
Por otra parte, se halla asímismo la consciencia de que ese sacrificio nunca ha sido reconocido. Mucho peor, que Europa Occidental nunca ha pensado en Europa Oriental como un igual, sino como un inferior, como pueblos y naciones indistinguibles de los bárbaros que aguardaban al otro lado de la frontera, gentes extrañas y sin civilizar que sólo merecían la conquista, la desaparición en el seno de la verdadera Europa... o el exterminio a manos de sus ejércitos, como habría de ocurrir en tiempos del tercer Reich y la guerra brutal desencadenada por Hitler.
Todo junto, o todo revuelto, si se prefiere, contribuye a que los países del este compartan una cierta cultura del pesimismo. En la historia, en el mito, en la tradición de esos países, no importan las batallas que se libren, no importan las guerras que se combatan. Al final la derrota es segura, sea a manos de los enemigos, los bárbaros, o de los amigos, el mundo civilizado. Lo único que queda, aún cuando sea un consuelo vacuo y huero, es el heroísmo, la certeza de haber luchado hasta el final, de no haberse rendido, aún sabiendo que el resultado, la derrota, estaba ya decidido de antemano.
El corto de Yuri Norstein (en colaboración con Ivan Ivanov-Vano) que se analiza aquí no es otra cosa que la narración de una de esas batallas olvidadas, una más en la que los ejércitos de, tal y como se llamaba antaño, la Santa Rusia, marcharon hacia el este, contra los enemigos provenientes de las estepas, los mongoles que habían conquistado el mundo entero, diferentes en raza, y lengua religión, sólo para ser aplastados y destruidos.
Como corresponde a una leyenda, a un mito que hunde sus raíces en los más profundo de la historia y la cultura rusa, un tratamiento demasiado cartesiano y realista, o su opuesto, un tratamiento mas cool o flashy, tipo historieta o Lord of the Rings, habría constituido una suerte de traición. Norstein y su equipo, por el contrario, optan por resaltar el ambiente de cuento, de mito, de algo viejo y querido, aprendido de niño, que se lleva consigo toda la vida, pero que, al mismo tiempo, ya no pertenece al mundo en que se habita.
Para ello, los personajes, los edificios, los paisajes. han sido extraídos de iconos y frescos del medioevo ruso, incluyendo en los diseños las grietas que el tiempo produce en la pintura y las paredes, el difuminado del contorno de las figuras o la paleta antinatural y envejecida de los pintores de aquella época. Esta identificación de la pantalla con un espacio pictórico llega a el extremo de adoptar la bidimensionalidad del icono y el fresco ruso, desprovisto de perspectiva realista, de manera que las figuras parecen deslizarse sobre la pantalla en vez de moverse libremente por ella, sin que los animadores se preocupen por disimular este aparente defecto.
En un caso que podríamos llamar extremo, durante una escena que tiene lugar en el interior de una catedral, con la puerta del templo en el centro de la pantalla y las líneas de fuga del edificio convergiendo en ella, se obliga a los personajes a deslizarse por las paredes, sin que en ningún momento lleguen a cruzar el espacio arquitectónico. Un ejemplo de la irrealidad, la del mito y la leyenda, en la que voluntariamente los creadores han situado su historia.
Este aspecto de antiguo, de viejo, de mito soñado y recordado, se extiende al modo en que se narra y al modo en que se describen los personajes. La estructura narrativa en sí, es muy simple, casi inexistente, aplicable e intercambiable a otras historias distintas, de tradiciones diferentes, como suele ocurrir en los mitos. Introducción - llamada de los héroes – despedida de los amantes – aparición del enemigo – batalla – derrota – milagro – apoteosis. Algo narrado ya muchas veces, casi con el mismo tempo y peripecias, pero que el estilo elegido exige que sea así, para que sea reconocido y aceptado por el espectador como perteneciente a su herencia, su educación y su patrimonio. Una decisión completamente distinta de la praxis flashy de hoy en día, donde sólo interesa mostrar que se es absolutamente nuevo y novedoso, sin influencias, tradiciones o pasado.
Si simple y aparentemente ingenua es la línea narrativa, no lo es menos la presentación de los personajes. Al dibujo, bello y noble, individualizado, rico en colores, de los héroes rusos, de sus mujeres, de sus gráciles y elegantes monturas, representando lo mejor y más noble de un país, que está consignado prematuramente a la muerte y la destrucción, se opone la negrura de las hordas de tártaros, trazados cada uno con el mismo diseño, como una masa infinita, inagotable, donde es imposible distinguir rasgos humanos y cuyas monturas son una extraña mezcla de lobo y caballo, tan peligrosas y despiadadas como los propios jinetes, una masa de la cual no se puede esperar compasión ni piedad, una masa de ideas y costumbres extrañas e incompresibles, que nunca podrán ser asumidas, que sólo busca la destrucción y aniquilación de lo que es distinto a ella.
Con esta descripción, el resultado de la batalla está decidido de antemano. Sólo queda al espectador ver como, a pesar de toda resistencia, a pesar de las hazañas de los héroes, las líneas de defensa son rotas, simplemente por el incontable número de los enemigos, porque por cada uno que abatan diez más saldrán al encuentro. Así, una tras otra, cada unidad es separada de las otras y disuelta en la marea enemiga que, como en un maremoto, arrastra y abate todo lo que se le opone. Así, uno tras otro, los héroes van cayendo, momento que, de forma simple pero no menos dramática y efectiva, se señala por que su dibujo es borrado por manchas de pintura que aparecen repentinamente en la pantalla.
Hasta que lo único que queda en el campo de batalla son los muertos propios, sin que nada pueda impedir que los invasores, la masa infinita e inextinguible cuyo número no ha sido reducido por la batalla, se derramen por los campos, ocupen las ciudades, profanen los lugares sagrados, dispongan a su capricho de lo que no es suyo.
Es entonces cuando sucede el milagro al que nos referíamos en la estructura narrativa, cuando ya no queda nada que pueda detener a los bárbaros, son las sombras de los caídos las que forman una última muralla, ante la cual el enemigo vacila, retrocede y se desvanece... para dejar paso al gozo y la alegría, la apoteosis, de unas gentes y unas tierras finalmente en paz.
Milagro y apoteosis, no lo olvidemos, que nunca tuvieron lugar en la larga y cruenta historia de Europa Oriental
Nota: Resulta curioso comprobar como en apenas unos minutos, este corto consigue lo que Jackson y su Lord Of the Rings no lograron en ¿9 horas?
El corto cuyo comentario incluyo a continuación tiene triple interés, la primera por servir de recordatorio de la alturas a las que llegó la escuela rusa de animación en tiempos soviéticos (de 1960 a 1991), por reunir a dos de los grandes nombres no ya de esa escuela sino de la historia de la animación, Ivanov-Vano y Norstein, y por último por tratarse de una auténtica obra maestra que en escasos diez minutos muestra la altura, la intensidad y la belleza a la que puede llegarse con la animación tradicional... evitando ese fotorrealismo tan de moda actualmente y que para algunos es la medida de la calidad de una producción animada.
La batalla de Kerjenets (Сеча при Керженце) Yuri Norstein, 1971
Producción: URSS, SoyuzFilm 1971
Dirección: Yuri Norstein/Ivan Ivanov-Vano
Guion: Ivan Ivanov-Vano
Animación: Yuri Norstein
Diseño: Franceska Yarbusova
Fotografía: Vladimir Sarujanov
Música: Rimski Korsakov .
En la historia de los países del este de Europa, ya hablemos de Polonia, de Hungría, de Serbia, de Bulgaria o de Rusia, existe un mito fundacional común, o mejor dicho dos mitos fundacionales que se mezclan entre sí, sin los cuales es imposible entender la forma en que Europa Oriental se ve a sí misma... y ve a Europa Occidental.
Por un lado, está la consciencia de pertenecer a Europa, o mejor dicho, de ser el baluarte de Europa, el rompeolas contra el cual se han estrellado oleada tras oleada de bárbaros, aun cuando algunos de estos pueblos orientales fueran, en origen, parte de estos bárbaros, gente de fuera de la frontera, una frontera que sólo se traslado más al este tras el asentamiento y civilización de estos pueblos. Pueblos bárbaros, pueblos enemigos, por tanto, cuyo nombre ha cambiado de nombre a lo largo del tiempo (germanos, hunos, eslavos, ávaros, jázaros, húngaros, búlgaros, cumanos, pechenegos) y que, en la última versión, la construida en los siglos XIV y XV, se encarnado en turcos y tártaros. Unas invasiones que han conseguido finalmente doblegar a estos países fronterizos de Europa, los Balcanes en el caso turco, Rusia en el caso tártaro, pero en cuya conquista han perdido las fuerzas, permitiendo el sacrificio de estos países fronterizos, que Europa Occidental continuase su evolución sin interrupciones externas.
Por otra parte, se halla asímismo la consciencia de que ese sacrificio nunca ha sido reconocido. Mucho peor, que Europa Occidental nunca ha pensado en Europa Oriental como un igual, sino como un inferior, como pueblos y naciones indistinguibles de los bárbaros que aguardaban al otro lado de la frontera, gentes extrañas y sin civilizar que sólo merecían la conquista, la desaparición en el seno de la verdadera Europa... o el exterminio a manos de sus ejércitos, como habría de ocurrir en tiempos del tercer Reich y la guerra brutal desencadenada por Hitler.
Todo junto, o todo revuelto, si se prefiere, contribuye a que los países del este compartan una cierta cultura del pesimismo. En la historia, en el mito, en la tradición de esos países, no importan las batallas que se libren, no importan las guerras que se combatan. Al final la derrota es segura, sea a manos de los enemigos, los bárbaros, o de los amigos, el mundo civilizado. Lo único que queda, aún cuando sea un consuelo vacuo y huero, es el heroísmo, la certeza de haber luchado hasta el final, de no haberse rendido, aún sabiendo que el resultado, la derrota, estaba ya decidido de antemano.
El corto de Yuri Norstein (en colaboración con Ivan Ivanov-Vano) que se analiza aquí no es otra cosa que la narración de una de esas batallas olvidadas, una más en la que los ejércitos de, tal y como se llamaba antaño, la Santa Rusia, marcharon hacia el este, contra los enemigos provenientes de las estepas, los mongoles que habían conquistado el mundo entero, diferentes en raza, y lengua religión, sólo para ser aplastados y destruidos.
Como corresponde a una leyenda, a un mito que hunde sus raíces en los más profundo de la historia y la cultura rusa, un tratamiento demasiado cartesiano y realista, o su opuesto, un tratamiento mas cool o flashy, tipo historieta o Lord of the Rings, habría constituido una suerte de traición. Norstein y su equipo, por el contrario, optan por resaltar el ambiente de cuento, de mito, de algo viejo y querido, aprendido de niño, que se lleva consigo toda la vida, pero que, al mismo tiempo, ya no pertenece al mundo en que se habita.
Para ello, los personajes, los edificios, los paisajes. han sido extraídos de iconos y frescos del medioevo ruso, incluyendo en los diseños las grietas que el tiempo produce en la pintura y las paredes, el difuminado del contorno de las figuras o la paleta antinatural y envejecida de los pintores de aquella época. Esta identificación de la pantalla con un espacio pictórico llega a el extremo de adoptar la bidimensionalidad del icono y el fresco ruso, desprovisto de perspectiva realista, de manera que las figuras parecen deslizarse sobre la pantalla en vez de moverse libremente por ella, sin que los animadores se preocupen por disimular este aparente defecto.
En un caso que podríamos llamar extremo, durante una escena que tiene lugar en el interior de una catedral, con la puerta del templo en el centro de la pantalla y las líneas de fuga del edificio convergiendo en ella, se obliga a los personajes a deslizarse por las paredes, sin que en ningún momento lleguen a cruzar el espacio arquitectónico. Un ejemplo de la irrealidad, la del mito y la leyenda, en la que voluntariamente los creadores han situado su historia.
Este aspecto de antiguo, de viejo, de mito soñado y recordado, se extiende al modo en que se narra y al modo en que se describen los personajes. La estructura narrativa en sí, es muy simple, casi inexistente, aplicable e intercambiable a otras historias distintas, de tradiciones diferentes, como suele ocurrir en los mitos. Introducción - llamada de los héroes – despedida de los amantes – aparición del enemigo – batalla – derrota – milagro – apoteosis. Algo narrado ya muchas veces, casi con el mismo tempo y peripecias, pero que el estilo elegido exige que sea así, para que sea reconocido y aceptado por el espectador como perteneciente a su herencia, su educación y su patrimonio. Una decisión completamente distinta de la praxis flashy de hoy en día, donde sólo interesa mostrar que se es absolutamente nuevo y novedoso, sin influencias, tradiciones o pasado.
Si simple y aparentemente ingenua es la línea narrativa, no lo es menos la presentación de los personajes. Al dibujo, bello y noble, individualizado, rico en colores, de los héroes rusos, de sus mujeres, de sus gráciles y elegantes monturas, representando lo mejor y más noble de un país, que está consignado prematuramente a la muerte y la destrucción, se opone la negrura de las hordas de tártaros, trazados cada uno con el mismo diseño, como una masa infinita, inagotable, donde es imposible distinguir rasgos humanos y cuyas monturas son una extraña mezcla de lobo y caballo, tan peligrosas y despiadadas como los propios jinetes, una masa de la cual no se puede esperar compasión ni piedad, una masa de ideas y costumbres extrañas e incompresibles, que nunca podrán ser asumidas, que sólo busca la destrucción y aniquilación de lo que es distinto a ella.
Con esta descripción, el resultado de la batalla está decidido de antemano. Sólo queda al espectador ver como, a pesar de toda resistencia, a pesar de las hazañas de los héroes, las líneas de defensa son rotas, simplemente por el incontable número de los enemigos, porque por cada uno que abatan diez más saldrán al encuentro. Así, una tras otra, cada unidad es separada de las otras y disuelta en la marea enemiga que, como en un maremoto, arrastra y abate todo lo que se le opone. Así, uno tras otro, los héroes van cayendo, momento que, de forma simple pero no menos dramática y efectiva, se señala por que su dibujo es borrado por manchas de pintura que aparecen repentinamente en la pantalla.
Hasta que lo único que queda en el campo de batalla son los muertos propios, sin que nada pueda impedir que los invasores, la masa infinita e inextinguible cuyo número no ha sido reducido por la batalla, se derramen por los campos, ocupen las ciudades, profanen los lugares sagrados, dispongan a su capricho de lo que no es suyo.
Es entonces cuando sucede el milagro al que nos referíamos en la estructura narrativa, cuando ya no queda nada que pueda detener a los bárbaros, son las sombras de los caídos las que forman una última muralla, ante la cual el enemigo vacila, retrocede y se desvanece... para dejar paso al gozo y la alegría, la apoteosis, de unas gentes y unas tierras finalmente en paz.
Milagro y apoteosis, no lo olvidemos, que nunca tuvieron lugar en la larga y cruenta historia de Europa Oriental
Nota: Resulta curioso comprobar como en apenas unos minutos, este corto consigue lo que Jackson y su Lord Of the Rings no lograron en ¿9 horas?
2 comentarios:
Fantástico análisis, aunque creo que la banda sonora de Rimski-Kórsakov, y su contribución al ritmo de la película tiene gran importancia también.
Cierto que no señalé ese elemento, pero estaba ímplicito, ya que todo animador construye sobre el esquema rítmico de la música que utiliza como banda sonora... o debería hacerlo.
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