Solche Frage vermag vielleicht eine Entdeckung zu beantworten, die 1943 gemacht wird. In einer vergraben Truhe wird ein Papyrus gefunden, der einem geheimnisvollen Text enthält. Darin ist von sechs geheimen Sklavensphinxen die Rede.
Erst 1952 wird eine weitere Entdeckung gemacht, die den Inhalt jenes Papyrus verständlicher erscheinen lässt. Als nämlich eine Handelkarawane in der südlichen libyschen Wüste von einem der gefürchteten heißen Sandstürme überfallen wird und in den nahegelegenen Hügeln Schutz sucht, sieht sie plötzlich einen steinernen Menschenkopf aus den wehenden Sanddünen herausragen. In Schutz dieses alten riesigen Bildwerkes aus rötlichen Sandstein verbringt die Karawane die Zeit bis zum Ablaufen des Sturmes.
Erich Zehren, Las colinas bíblicas.
Es cuestiones quizás pudieron ser respondidas por un descubrimiento realizado en 1943. En un cofre enterrado se encontró un papiro que contenía un texto enigmático. En él se hablaba de seis Esfinges secretas de los esclavos.
A principios de 1952 nuevos descubrimientos hicieron más comprensible el contenido del Papiro. Concretamente, cuando una caravana de camellos se vio atrapada en el sur del desierto de Libia por una de las temidas tormentas de arenas y buscó refugio en una de las colinas cercanas, vieron repentinamente como aparecía entre las dunas la cabeza de piedra de un hombre. Protegidos por ese gigantesco monumento antiguo de roja caliza, la caravana esperó a que amainase la tormenta.
Uno de los libros a los que tengo más cariño es Las Colinas Bíblicas de Erich Zehren, una apasionada crónica de la historia de la arqueología en Oriente Próximo (de Egipto a Mesopotamia) de 1800 a 1950, de la que no me da reparo decir que le debo mi amor por la arqueología. Tenía yo entre quince y dieciséis años, y como tantos otros jóvenes, se operó en mi la transición de las pseudociencias a la auténtica ciencia. Así frente a las vaguedades e impresiciones de los que teorizaban sobre atlantes y extraterrestres en la prehistoria, aplicando teorías contradictorias al mismo reducido grupo de objetos, este libro me descubrió la revolución en el conocimiento y el pensamiento que un larga lista de sabios (y bastantes aventureros) habían obrado por el sencillo expediente de escavar en los montones de escombros del pasado.
Una aventura en la que no sólo habíamos ampliado nuestro conocimiento del pasado en varios milenios o rescatado del olvido lenguas largo tiempo muertas y sistemas de escritura indescifrables, sino que, como bien señalaba el libro, los fundamentos de nuestras creencias religiosas, de conceptos que el hombre de hace dos siglos creía fundamentales e inamovibles, habían sido sacudidos hasta sus cimientos y se habían derumbado sin dejar rastro.
Un impacto que no se debía en poca medida a la pasión con que el libro estaba escrito, la sensación de estar acompañando a Woolley, a Petrie o a Carter cuando se adentraban en las tumbas de sumerios y egipcios, acompañado además por la realización, fugaz, pero igualmente estremecedora, de ese ideal que supone el sueño todo arqueólogo e historiador, aunque muchos lo nieguen, especialmente en estos tiempos postmodernos: El asomarse a la mente de nuestros antepasados y ser capaces de descubrir como pensaban.
Como pueden imaginarse tras esta introducción, cada vez que he tenido ocasión he vuelto a este libro, lo que me ha llevado a conseguir el texto alemán para poder así leerlo en la lengua original. Desgraciadamente, de mi adolescencia hasta hoy en día medían ya casi treinta años, y en ese tiempo he leido muchos otros libros de historia y arqueología, lo que me ha hecho descubrir, para mi dolor y pesar, los defectos de ese libro al que le debo en gran medida lo que soy ahora.
Defectos aparentes, pero que no lo parecían en su tiempo, cuando la información era mínima y los libros disponibles pocos, pero que desgraciadamente ahora destacan como horribles verrugas. El primero, por supuesto es la romantización evidente en todo el texto, la manera en que Zehren nos relata sentimientos y acciones que es imposible que conociera o que parecen haber sido inventadas para hacer más interesante y emocionante la historia. Este proceso de novelización sería disculpable al tratarse de una obra de divulgación para un público no especializado, pero demasiadas veces se haya acompañado por los residuos de la época colonial, la idea del hombre blanco que se adentra en regiones ignotas y peligrosas, en la que los habitantes han descendido a un nivel casi subhumano siendo casi indistinguibles de los otros animales que habitan ese mismo paisaje.
Este defecto sería también disculpable, ya que parte de estos pioneros eran también aventureros y las regiones que atravesaban, de antiguo centros de civilización y cultura hasta casi tiempos modernos, hacía mucho que se habían quedado atrasadas, convertidas en perifería de otras culturas, en su mayor parte vasallos del gran Imperio Otomano. Sí sería disculpable, si no fuera porque Zehren tiene la mala constumbre (en justicia, propia de grandes historiadores del mismo periodo) de presentar especulaciones como hechos comprobados o de repetir teorías que han sido ya desde hace largo tiempo desmentidos, como el caso del origen exterior (casi europeo) de los faraones constructores de pirámides, o de postular que la escritura jeroglífica aparece de repente en un estado de perfección absoluta, lo cual lleva a pensar que fue traída desde fuera y no es nativa de Egipto... lo cual como bien se sabe es absolutamente cierto.
Gravísimo defecto que se une a otro, la completa ausencia de notas que nos indiquen cuales son las fuentes de lo que está narrando. Así ocurre que me ha sido imposible encontrar confirmación en la Internet del descubrimiento al que hace referencia el párrafo que he adjuntado. Una supuestas Esfinges en medio del desierto de las que luego se nos cuenta que estaban huecas y llenas de cadáveres de ejecutados que, especula Zehren, debían ser los constructores y decoradores de las tumbas valle de los Reyes... en abierta contradicción con el poblado (y las tumbas) de Der-el-Medina en Tebas, que todo turista puede visitar, y que era lugar de residencia de las familias de artistas que generación tras generación embellecían los hipogeos de los faraones.
Y sin embargo, a pesar de lo envejecido y falto de rigor que me parece este libro ¡Qué magnífica lectura! ¡Qué fuerza inspiradora alberga! La justa para convencer a un adolescente de dedicar su vida a la causa del arte, la historia y la arquelogía.
Erst 1952 wird eine weitere Entdeckung gemacht, die den Inhalt jenes Papyrus verständlicher erscheinen lässt. Als nämlich eine Handelkarawane in der südlichen libyschen Wüste von einem der gefürchteten heißen Sandstürme überfallen wird und in den nahegelegenen Hügeln Schutz sucht, sieht sie plötzlich einen steinernen Menschenkopf aus den wehenden Sanddünen herausragen. In Schutz dieses alten riesigen Bildwerkes aus rötlichen Sandstein verbringt die Karawane die Zeit bis zum Ablaufen des Sturmes.
Erich Zehren, Las colinas bíblicas.
Es cuestiones quizás pudieron ser respondidas por un descubrimiento realizado en 1943. En un cofre enterrado se encontró un papiro que contenía un texto enigmático. En él se hablaba de seis Esfinges secretas de los esclavos.
A principios de 1952 nuevos descubrimientos hicieron más comprensible el contenido del Papiro. Concretamente, cuando una caravana de camellos se vio atrapada en el sur del desierto de Libia por una de las temidas tormentas de arenas y buscó refugio en una de las colinas cercanas, vieron repentinamente como aparecía entre las dunas la cabeza de piedra de un hombre. Protegidos por ese gigantesco monumento antiguo de roja caliza, la caravana esperó a que amainase la tormenta.
Uno de los libros a los que tengo más cariño es Las Colinas Bíblicas de Erich Zehren, una apasionada crónica de la historia de la arqueología en Oriente Próximo (de Egipto a Mesopotamia) de 1800 a 1950, de la que no me da reparo decir que le debo mi amor por la arqueología. Tenía yo entre quince y dieciséis años, y como tantos otros jóvenes, se operó en mi la transición de las pseudociencias a la auténtica ciencia. Así frente a las vaguedades e impresiciones de los que teorizaban sobre atlantes y extraterrestres en la prehistoria, aplicando teorías contradictorias al mismo reducido grupo de objetos, este libro me descubrió la revolución en el conocimiento y el pensamiento que un larga lista de sabios (y bastantes aventureros) habían obrado por el sencillo expediente de escavar en los montones de escombros del pasado.
Una aventura en la que no sólo habíamos ampliado nuestro conocimiento del pasado en varios milenios o rescatado del olvido lenguas largo tiempo muertas y sistemas de escritura indescifrables, sino que, como bien señalaba el libro, los fundamentos de nuestras creencias religiosas, de conceptos que el hombre de hace dos siglos creía fundamentales e inamovibles, habían sido sacudidos hasta sus cimientos y se habían derumbado sin dejar rastro.
Un impacto que no se debía en poca medida a la pasión con que el libro estaba escrito, la sensación de estar acompañando a Woolley, a Petrie o a Carter cuando se adentraban en las tumbas de sumerios y egipcios, acompañado además por la realización, fugaz, pero igualmente estremecedora, de ese ideal que supone el sueño todo arqueólogo e historiador, aunque muchos lo nieguen, especialmente en estos tiempos postmodernos: El asomarse a la mente de nuestros antepasados y ser capaces de descubrir como pensaban.
Como pueden imaginarse tras esta introducción, cada vez que he tenido ocasión he vuelto a este libro, lo que me ha llevado a conseguir el texto alemán para poder así leerlo en la lengua original. Desgraciadamente, de mi adolescencia hasta hoy en día medían ya casi treinta años, y en ese tiempo he leido muchos otros libros de historia y arqueología, lo que me ha hecho descubrir, para mi dolor y pesar, los defectos de ese libro al que le debo en gran medida lo que soy ahora.
Defectos aparentes, pero que no lo parecían en su tiempo, cuando la información era mínima y los libros disponibles pocos, pero que desgraciadamente ahora destacan como horribles verrugas. El primero, por supuesto es la romantización evidente en todo el texto, la manera en que Zehren nos relata sentimientos y acciones que es imposible que conociera o que parecen haber sido inventadas para hacer más interesante y emocionante la historia. Este proceso de novelización sería disculpable al tratarse de una obra de divulgación para un público no especializado, pero demasiadas veces se haya acompañado por los residuos de la época colonial, la idea del hombre blanco que se adentra en regiones ignotas y peligrosas, en la que los habitantes han descendido a un nivel casi subhumano siendo casi indistinguibles de los otros animales que habitan ese mismo paisaje.
Este defecto sería también disculpable, ya que parte de estos pioneros eran también aventureros y las regiones que atravesaban, de antiguo centros de civilización y cultura hasta casi tiempos modernos, hacía mucho que se habían quedado atrasadas, convertidas en perifería de otras culturas, en su mayor parte vasallos del gran Imperio Otomano. Sí sería disculpable, si no fuera porque Zehren tiene la mala constumbre (en justicia, propia de grandes historiadores del mismo periodo) de presentar especulaciones como hechos comprobados o de repetir teorías que han sido ya desde hace largo tiempo desmentidos, como el caso del origen exterior (casi europeo) de los faraones constructores de pirámides, o de postular que la escritura jeroglífica aparece de repente en un estado de perfección absoluta, lo cual lleva a pensar que fue traída desde fuera y no es nativa de Egipto... lo cual como bien se sabe es absolutamente cierto.
Gravísimo defecto que se une a otro, la completa ausencia de notas que nos indiquen cuales son las fuentes de lo que está narrando. Así ocurre que me ha sido imposible encontrar confirmación en la Internet del descubrimiento al que hace referencia el párrafo que he adjuntado. Una supuestas Esfinges en medio del desierto de las que luego se nos cuenta que estaban huecas y llenas de cadáveres de ejecutados que, especula Zehren, debían ser los constructores y decoradores de las tumbas valle de los Reyes... en abierta contradicción con el poblado (y las tumbas) de Der-el-Medina en Tebas, que todo turista puede visitar, y que era lugar de residencia de las familias de artistas que generación tras generación embellecían los hipogeos de los faraones.
Y sin embargo, a pesar de lo envejecido y falto de rigor que me parece este libro ¡Qué magnífica lectura! ¡Qué fuerza inspiradora alberga! La justa para convencer a un adolescente de dedicar su vida a la causa del arte, la historia y la arquelogía.
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