En estas últimas semanas he estado revisando la filmografía de Straub/Huillet según se ha recogido en los packs de Intermedio, tarea que me llevará aún algo de tiempo, dado que con mi juventud se han desvanecido también mis fuerzas y la ilusión, la pasión que te hace superar cualquier obstáculo. Esto, entre otras cosas ha provocado que no haya podido hablar de las películas de este tandem de realizadores experimentales tanto como yo hubiera quedido, y que desgraciadamente, estas notas se vayan a quedar simplemente en eso, notas dispersas en las que muchas de mis apreciaciones nunca serán reflejada.
Pero dejando a un lado los lamentos y comenzando con el comentario, antes de que consuma el poco tiempo y espacio del que dispongo, lo primero es recalcar que, como ya había dicho en otra entrada, hace ya varios meses, la pareja Straub/Huillet parece obsesionada con las relaciones entre el texto e imagen, o por decirlo de una manera más precisa, como conseguir adaptar a la pantalla un texto literario sin traicionarlo ni mutilarlo, como es la constumbre en las adaptaciones comerciales, utilizando para ello el mínimo de recursos visuales posible, de forma que nuestra atención no se vea distraida de lo que el texto intenta transmitirnos por un despliegue de imágenes, que a pesar de su belleza, acaben por substuir al texto en nuestra memoria, reemplazándolo por completo.
Este punto de partida estético provoca que, a lo largo de su obra (y esto es una impresión, ya que desgraciadamente intermedio no ha presentado la recopilación en orden cronológico, sino en obras rodadas en el mismo idioma, impidiendo que contemplemos la evolución estilística de esta pareja de creadores) se observe una clara tendencia al estatismo, a reducir las escenas a un único plano que se mantiene durante largo tiempo, en el cual los actores permanecen completamente inmóviles y se limitan a declamar el texto, renunciando a todo tipo de interpretación al uso, ya sea corporal y oral, de manera que ese texto se nos presente casi como leído, en cierta similitud con los usos musicales de un Schönberg, al que tanto admira la pareja (y de cuyas adaptaciones operísticas debería decir algo en una entrada futura), y que proponía a sus cantantes que cantarán como si hablaran, intentando desprenderse de la artificialidad del punto de partida operístico.
Un hieratismo que sin embargo se revela como una baza oculta de Straub/Huillet, ya que cuando la cámara finalmente se aproxima a estas esculturas parlantes, cuando estás se animan y cambian su expresión y postura, el cuadro se inunda de una fuerza incontenible, en un efecto imposible de conseguir por medios tradicionales.
Este tendencia a un creciente ascetismo en la expresión visual es fácilmente apreciable en dos obras que parten del mismo textos de Cesare Pavese, los Diálogos con Leuco, pero que se hayan separadas por casi 30 años. Por una parte Dalla nube a la resitenzia de 1976 a las que pertenecen las capturas que encabezan esta entrada, por otra Quei loro incontri, de 200, cuyas capturas cierran este texto.
Dos películas que adaptan fragmentos de un mismo texto, los diálogos imaginados entre personajes de la mitología griega, pero que se hayan separadas por abismos estéticos y temporales. En la primera, se nos indica quienes son los personajes que dialogan, y a pesar de hallarse inmersos en un decorado neutro y casi abstracto, un paisaje cualquiera, la mirada y la mente del espectador son predispuestas a realizar el esfuerzo mental de situarse en ese tiempo de los mitos, ya que los personajes aparecen vestidos con ropas que podríamos llamar de época, y a pesar de ese rigor en los planos, existe cierto flujo en el montaje y en lo que se nos muestra que provoca una atenuada ficción de acción, haciendo creer que asistimos al epílogo o al prologo de una crisis dramática.
Nada de esto queda en la segunda adaptación. Nunca se nos dice quienes son los personajes, de forma que sólo aquel espectador familiarizado íntimamente con la mitología será capaz de identificar a los personajes y la situación en la que se encuentra. El hieratismo de los planos está llevado al extremo de manera que podríamos considerarlos casi como peintures vivants, con los personajes inmóviles congelados en sus posturas y ademanes, ausentes a la presencia de la cámara y los espectadores, recitando sus líneas de forma mecánica y vestidos con ropas de calle, de los campesinos que poblarían esas soledades donde está teniendo lugar la representación del mito.
Un estatismo que niega cualquier posible derivación dramática que antecediera o precediera al fragmento de escena que estamos presenciando y que en el fondo, no hace otra cosa que indicarnos que el tiempo de los mitos ya ha pasado, y con él, el de una humanidad capaz de imaginar un mundo habitados por las divinidades, donde era posible tropezarse con ellas en la profundidad de los bosques, en los cauces de los rios, en las amplias llanuras, en cualquier lugar donde habitarán los hombres, cuyo contacto amaban y buscaban con ahínco.
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