C'était un musicau. Un orgie ténébreuse dans un lieu vrai cloaque du vice, honte de la debauche la plus dégoûtante. Le son même de deux ou trois instrumentes qui formaient l'orchestre plongeait l'âme dans la tristesse. Un salle puante du mauvais tabac qu'on y fumait, d'une puanteur d'ail que venait des rots de ceux qui dansaient, et qui se tenaient assis ayant à leur côte droit un bouteille ou un pot de bière, et à leur gauche une hideuse garce, offraient à mes yeux et a mes réflexions une image désolante qui me faisait voir les misères de la vie, et le degré de avilissement où la brutalité pouvait faire descendre les plaisirs. L'assemblée qui animait ce lieu était tout composée de matelots e d'autres gens du peuple auxquels il semblait un paradis qui les dédommageait de tout ce qu'ils avaient souffert dans les longues et pénibles navigations. Entre les femmes publiques que je voyait là je n'en trouvait pas une seule avec laquelle il m'aurait été possible de m'amuser un seule moment. Un hombre de mauvaise min ayant l'air d'un chaudronnier et le ton d'un manant, vint me demander en mauvais italien si je voulais danser pour un sou. Je l'ai remercié. Il me montra un Vénitienne qui était là assise me disant que je pouvais la faire monter à une chambre et boire avec elle.
Giacomo Casanova, Historie de ma vie, Volumen 5, Capítulo VII
Se trataba de un musical. Una orgía tenebrosa en un lugar, auténtica cloaca del vicio, vergüenza del desenfreno más repulsivo. Incluso el sonido de dos o tres instrumentos que formaban la orquesta hundía el alma en la tristeza. Una sala hedionda por el mal tabaco que allí se fumaba, de un hedor de ajo que provenía de los sobacos de los que bailaban y que se mantenían sentados con una botella o una jarra de cerveza a su derecha y a su izquierda una horrenda prostituta, ofrecían a mis ojos y a mis reflexiones una imagen desoladora que me hacía ver las miserias de la vida y el grado de vileza donde la brutalidad podía hacer descender los placeres. La multitud que animaba ese lugar estaba compuesta en su totalidad por marineros y otras gentes del pueblo, a los que les parecía un paraíso que les hacía olvidar todos sus sufrimientos durante sus duras travesías. Entre las mujeres públicas que veía no encontraba una sola con la que me hubiera sido posible divertirme un solo momento. Un hombre de mala cara, con aspecto de calderero y la voz de un... vino a preguntarme en mal italiano si quería bailar por un sueldo. Le dí las gracias. El me muestra una veneciana que estaba allí sentada, diciéndome que podía hacerla subir a una habitación y beber con ella.
Debido a la pequeña catástrofe de blogger de la semana pasada, esta entrada estuvo a punto de perderse. Pero afortunadamente volvió a aparecer de la nada, incluso en dos versiones distintas.
El caso es que, acabo de retomar la lectura de las memorias de Giacomo Casanova, tras un largo intervalo de espera entre el volumen segundo y tercero, y ya de rebote, me he dado cuenta que tenía bastante abandonada la serie de entradas que había dedicado al aventurero veneciano, en concreto el pasaje que he incluido al principio de esta anotación, y que me llamó fuertemente la atención en su momento.
Cualquiera que se haya adentrado en las extensísimas memorias de Casanova, al menos en los dos primeros tercios, sabrá de su irrefrenable optimimismo, apenas puede hallar uno pasajes sombríos, mientras que la tónica general es la de la celebración continua de la vida y del sexo, como conviene a un gran libertino. Es sólamente cuando la desgracia golpea al Veneciano, que estos raros momentos de desánimo y desesperanza suelen concentrarse. El primero corresponde al tiempo de su prisión veneciana, su huida y sus intentos por labrarse una vida nueva como desterrado de su patria añorada. Del segundo ya habrá tiempo de hablar, si mi propia vida no interfiere de una manera u otra, pero por ahora voy a centrarme en ese periodo de duda y depresión correspondiente al encierro en la carcel del palacio ducal y sus consecuencias posteriores, al que pertenecen los párrafos que encabezan la entrada.
He preferido este párrafo, correspondiente a uno de sus viajes a Holanda como espía de la corona francesa, porque muestra un aspecto del carácter de Casanova que raramente se muestra y que él intenta evitar en la narración correrías, ese aspecto y todo lo que pudiera hacerlo recordar, a él y al lector . Como ya he dicho, el tono en el que el Veneciano aborda las relaciones sexuales es radicalmente celebratorio, desprovisto de cualquier sanción terrena y ultraterrena, y orientado a disfrutar de ese placer por todas las formas posibles, en las que esa misma exploración no es de las menos placenteras. En ese sentido, Casanova es un personaje del siglo XVIII profundamente cercano a la mentalidad de finales del siglo XX, el espíritu de los años 60, pero curiosamente, no a la del siglo XXI, cada vez más atraído por la violencia en la práctica del sexo, y por tanto seguidor de Sade, aunque le niegue.
No obstante, no hay que olvidar nunca que Casanova vivía en el siglo XVIII, una época en que, a pesar de toda la libertad sexual de las clases acomodadas, los tabúes religiosos y sociales seguían más que vivos, con la certeza de un castigo seguro para aquel que se pasase de la raya y no supiese mantener las formas, como bien comprobaría Casanova con su encierro en la cárcel de los plomos. Por otra parte, los medios anticonceptivos y las protecciones contra las enfermedades de transmisión sexual, y así como el Veneciano contrajo regularmente una u otra infección, curadas con remedios de caballo, podemos suponer que sus compañera de correrías terminarían embarazadas.
Y es precisamente en este término donde resuena ese estruendoso silencio de Casanova. Sólo muy raramente llegamos a saber que sucedió con sus compañeras de aventuras. Una omisión que sólo se empieza a romper, a medias, tras su huida de la prisión, cuando empieza a encontrarse a antiguas amantes durante sus viajes por Europa, acompañadas por pequeñas copias de sí mismas, u otras bien colocadas tras separarse de él, y a las que le une un fuerte lazo de reconocimiento, gratitud y amistad.
Ninguna desgraciada, no obstante, excepto en la ocasión aquí mostrada, donde esa antigua amante ha acabado en un garito de mala muerte en Amsterdam, a la merced de cualquiera y sin posibilidad de otro escape que no sea la propia muerte.
Un momento terrible en las memorias, en el que Casanova, tan poco proclive a sermonear, tan desprovisto de intenciones moralizantes, parece a punto de abjurar de la vida, de esa vida cruel que destroza a las criaturas a las que enseña de lejos la felicidad, para hurtársalo luego para siempre.
Giacomo Casanova, Historie de ma vie, Volumen 5, Capítulo VII
Se trataba de un musical. Una orgía tenebrosa en un lugar, auténtica cloaca del vicio, vergüenza del desenfreno más repulsivo. Incluso el sonido de dos o tres instrumentos que formaban la orquesta hundía el alma en la tristeza. Una sala hedionda por el mal tabaco que allí se fumaba, de un hedor de ajo que provenía de los sobacos de los que bailaban y que se mantenían sentados con una botella o una jarra de cerveza a su derecha y a su izquierda una horrenda prostituta, ofrecían a mis ojos y a mis reflexiones una imagen desoladora que me hacía ver las miserias de la vida y el grado de vileza donde la brutalidad podía hacer descender los placeres. La multitud que animaba ese lugar estaba compuesta en su totalidad por marineros y otras gentes del pueblo, a los que les parecía un paraíso que les hacía olvidar todos sus sufrimientos durante sus duras travesías. Entre las mujeres públicas que veía no encontraba una sola con la que me hubiera sido posible divertirme un solo momento. Un hombre de mala cara, con aspecto de calderero y la voz de un... vino a preguntarme en mal italiano si quería bailar por un sueldo. Le dí las gracias. El me muestra una veneciana que estaba allí sentada, diciéndome que podía hacerla subir a una habitación y beber con ella.
Debido a la pequeña catástrofe de blogger de la semana pasada, esta entrada estuvo a punto de perderse. Pero afortunadamente volvió a aparecer de la nada, incluso en dos versiones distintas.
El caso es que, acabo de retomar la lectura de las memorias de Giacomo Casanova, tras un largo intervalo de espera entre el volumen segundo y tercero, y ya de rebote, me he dado cuenta que tenía bastante abandonada la serie de entradas que había dedicado al aventurero veneciano, en concreto el pasaje que he incluido al principio de esta anotación, y que me llamó fuertemente la atención en su momento.
Cualquiera que se haya adentrado en las extensísimas memorias de Casanova, al menos en los dos primeros tercios, sabrá de su irrefrenable optimimismo, apenas puede hallar uno pasajes sombríos, mientras que la tónica general es la de la celebración continua de la vida y del sexo, como conviene a un gran libertino. Es sólamente cuando la desgracia golpea al Veneciano, que estos raros momentos de desánimo y desesperanza suelen concentrarse. El primero corresponde al tiempo de su prisión veneciana, su huida y sus intentos por labrarse una vida nueva como desterrado de su patria añorada. Del segundo ya habrá tiempo de hablar, si mi propia vida no interfiere de una manera u otra, pero por ahora voy a centrarme en ese periodo de duda y depresión correspondiente al encierro en la carcel del palacio ducal y sus consecuencias posteriores, al que pertenecen los párrafos que encabezan la entrada.
He preferido este párrafo, correspondiente a uno de sus viajes a Holanda como espía de la corona francesa, porque muestra un aspecto del carácter de Casanova que raramente se muestra y que él intenta evitar en la narración correrías, ese aspecto y todo lo que pudiera hacerlo recordar, a él y al lector . Como ya he dicho, el tono en el que el Veneciano aborda las relaciones sexuales es radicalmente celebratorio, desprovisto de cualquier sanción terrena y ultraterrena, y orientado a disfrutar de ese placer por todas las formas posibles, en las que esa misma exploración no es de las menos placenteras. En ese sentido, Casanova es un personaje del siglo XVIII profundamente cercano a la mentalidad de finales del siglo XX, el espíritu de los años 60, pero curiosamente, no a la del siglo XXI, cada vez más atraído por la violencia en la práctica del sexo, y por tanto seguidor de Sade, aunque le niegue.
No obstante, no hay que olvidar nunca que Casanova vivía en el siglo XVIII, una época en que, a pesar de toda la libertad sexual de las clases acomodadas, los tabúes religiosos y sociales seguían más que vivos, con la certeza de un castigo seguro para aquel que se pasase de la raya y no supiese mantener las formas, como bien comprobaría Casanova con su encierro en la cárcel de los plomos. Por otra parte, los medios anticonceptivos y las protecciones contra las enfermedades de transmisión sexual, y así como el Veneciano contrajo regularmente una u otra infección, curadas con remedios de caballo, podemos suponer que sus compañera de correrías terminarían embarazadas.
Y es precisamente en este término donde resuena ese estruendoso silencio de Casanova. Sólo muy raramente llegamos a saber que sucedió con sus compañeras de aventuras. Una omisión que sólo se empieza a romper, a medias, tras su huida de la prisión, cuando empieza a encontrarse a antiguas amantes durante sus viajes por Europa, acompañadas por pequeñas copias de sí mismas, u otras bien colocadas tras separarse de él, y a las que le une un fuerte lazo de reconocimiento, gratitud y amistad.
Ninguna desgraciada, no obstante, excepto en la ocasión aquí mostrada, donde esa antigua amante ha acabado en un garito de mala muerte en Amsterdam, a la merced de cualquiera y sin posibilidad de otro escape que no sea la propia muerte.
Un momento terrible en las memorias, en el que Casanova, tan poco proclive a sermonear, tan desprovisto de intenciones moralizantes, parece a punto de abjurar de la vida, de esa vida cruel que destroza a las criaturas a las que enseña de lejos la felicidad, para hurtársalo luego para siempre.
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