Retomando una de mis pasiones más antiguas, la arqueología, estaba leyendo estos días un libro llamado Chronicle of the Maya Kings and Queens, escrito por Simon Martin y Simon Grube, donde se resume el esquema cronólogico que ha resultado de la traducción del lenguaje maya y el acceso, aunque todavía parcial y provisional, a la información registrada en sus monumentos. Una lectura fascinante, de las que pueden decidir una vocación, pero también entristecedora y deprimente.
Por partes.
Una de las gestas de la arqueología moderna, entre 1960 y 1980, y nunca suficientemente ponderada, ha sido el desciframentio de los jeroglíficos mayas, aunque aún queden mucho trabajo por hacer hasta conseguir que sean perfectamente legibles y permitirnos, como digo, reconstruir la historia de esos principados de la selva en lo que se conoce como el periodo clásico, desde principios de la era cristiana hasta su derrumbamiento durante el siglo IX. Un esfuerzo colectivo de investigación cuya auténtica relevancia no estriba en que se hallan añadido a los registros históricos unos cuantos nombres más de reyes completamente olvidados, junto con sus victorias y sus declaraciones de poder eterno y absoluto, sino que el acceder a los textos escritos en estelas, altares y dinteles ha revolucionado por completo nuestra visión del mundo maya.
Hasta hace nada, la década de los 70, la palabra Maya y misterio eran casi sinónimos, pasto apropiado para todo tipo de iluminados y pseudociéntíficos. Lo único que sabíamos de los Mayas es que en el primer milenio de la era cristiana había construido inmensas ciudades templo en medio de la selva de centroamérica, que poseían unos avanzadísimos conocimientos astronómicos y matemáticos, expresados en el uso del cero y de un elaboradísimo calendario, la única sección de los glifos mayas que podíamos leer y que habían desaparecido repentinamente en el siglo IX.
Esa mezcla de profundo conocimiento y absoluta ignorancia daba pábulo a todo tipo de mitos acerca de esa civilización, incluso en los ambientes ciéntificos. La imagen que se nos transmitía de los mayas del periodo clásico era la de una civilización pacifista, que sólo se ocupaba de observar los cielos y realizar complejas ceremonias rituales en los centros religiosos esparcidos por la selva. Una imagen que se completaba con la misteriosa desaparición dela que hablaba y que se tendía a centrar en un momento clave, la llegada a la fecha clave del 10.0.0.0.0 en la cuenta larga (830 d.C), de manera que el desastre tendía a asumir rasgos escatológicos como si los mayas hubieran sido presas de algún tipo de frenesí religiosos que les hubiera llevado a abandonar sus ciudades.
Estos mitos habían llegado a ser tan perdurables que cualquier evidencia en contra se apartaba como excepción, o se intentaba explicar de otra manera que no fuera la obvia. Así, las pinturas de Bonampak que muestran a las claras una guerra entre principados mayas y la posterior ejecución de los cautivos, se interpretaban como ritual elaborado desligado de cualquier hecho histórico o, como mucho, registro de una invasión exterior o perteneciente a un periodo de decadencia, y por tanto excepcional y periférico en el conjunto de la historia maya. Lo mismo ocurría con los signos que apuntaban a que el colapso de la civilización maya no estaba ligado a la fecha del 10.0.0.0.0, que cada ciudad cayó de forma independiente y propia en el siglo IX y que las ciudades del norte, Uxmal entre ellas, continuarían siendo habitadas hasta bien entrado el siglo X, lo cual se atribuía a una supuesta migración organizada de los pueblos del Petén hacia el Yucatán. Por otra parte, las investigaciones puramente arqueológicas señalaban que los centros ceremoniales no estaban aislados en la selva, en el estado en que los vemos ahora, sino formando parte de inmensas metrópolis, densamente habitadas, alrededor de las cuales la selva había sido transformada en extensos campos de labor, cruzados por canales y calzadas.
Por esa razón, el desciframiento de la escritura maya, de la historia de sus reyes y sus guerras, de sus ambiciones y sus alianzas, vino a disipar por completo todos los mitos que se habían construido sobre nuestra ignorancia y a demostrar que estos pueblos eran tan humanos como el resto, y su historia, las difíciles relaciones de equilibrio político entre una constelación de ciudades estados, alternantes entre la alianza y la guerra, mientras que su colapso cada vez parece más probable que se debiera al agotamiento ecológico de la región, incapaz de soportar una población en continuo crecimiento y expansión, lo cual daría lugar a guerras de intensidad nunca antes vista, que provocarían la caída de las dinastías reinantes, ya sea por intervención exterior o por revolución interior.
Algo como digo, humano, demasiado humano, y completamente opuesto a la idealización, incluso sacralización de épocas anteriores, pero también muy lejana de la demonización de filmes como el Apocalypto de Gibson.
¿y cuál es la desilusión? Qué a pesar de ser capaces de leer la lengua maya, mucho de lo que escibrieron se ha perdido y seremos incapaces de desvelar muchos de los enigmas que aún quedan. Por ejemplo, los códices mayas, de los que sabemos que eran casi ubícuos y de los que la escritura en piedra no es muchas veces que una translación a otro manual, han desaparecido casi por completo, descompuestos por el clima de la selva, quemados por los conquistadores, excepto excepciones. Las estelas y altares, erigidos para conmemorar la gloria de los reyes, se han erosionado o han sido destruidas por los enemigos de esos personajes o durante el colapso del siglo IX.
Peor aún. porque incluso aquellas piezas que han atravesado los siglos hasta llegar a nosotros y que permanecen in situ, se encuentran bajo la amenaza de ladrones y expoliadores, que no dudan en hacer añicos los monumentos, arruinar las tumbas, para extraer algun fragmento que vender a coleccionistas enriquecidos y aburridos, pero que a todos nosotros nos hurtan de la clave que quizás complete el puzzle.
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