He comentado ya en múltiples ocasiones como la fundación Mapfre se está convirtiendo por meritos propios en la estrella de temporada expositiva madrileña, dejando muy por detrás a las clásicos como La Caixa o la Juan March, que aún tienen que ofrecer algo de auténtico interés, o los pesos pesados como el Prado y la Thyssen, empeñados en dar la enésima vuelta a lo mismo para atraer clientes.
Esta vez, la fundación Mapfre trae una amplia selección de los fondos de arte románico del Museu Nacional d'Art de Cataluña, lo que tiene la ventaje, desde el punto de vista de un habitante de Madrid, de poder gozar de un buen puñado de obras de ese estilo, mal representadas en las colecciones madrilenas, y sin tener, por tanto, que verse obligado a viajar al norte de la península para poder formarse una idea de lo que supuso el románico en la historia del arte, un estilo que, conviene no olvidarlo, puede considerarse el primer estilo propiamente europeo desde tiempos de los romanos, desbordando las fronteras lingüisticas y nacionales de entonces.
Conviene matizar la anterior afirmación antes de seguir adelante. No es que no hubiera grandes logros artisticos en los cinco siglo que median entre los años 500-1000. Como es sabido existieron muchos prerrománicos, desde las iglesias asturianas hasta las inmensas catedrales de los Otones alemanas. Sin embargo, estos fenómenos fueron eminentemente locales, sus restos son pocos y dispersos, y los distintos centros apenas se influyeron entre sí (aunque las capacidades viajeras de los antiguos no son despreciables), obedeciendo a las mismas razones que hacen difícil hablar de una única Europa, en términos culturales, hasta el siglo XI. Sería sólo en esa época, cuando la cristiandad occidental, de Polonia a los reinos cristianos de España, de los reinos herederos de los vikingos en Escandinavia a los feudos normandos en el sur de Italia, tomaría consciencia de sí misma. Un fenómeno que se manifiesta en la extensión del rito romano a todo ese ámbito, acabando con todas las diferentes cristiandades altomedievales, y el lanzamiento de las cruzadas, como empresa común y colectiva de occidente.
Esta consciencia de Europa (Cristiandad Occidental, mejor dicho) segura de sí misma y orgullosa de serlo, se plasmaría en ese estilo que llamamos románico, ese primer estilo europeo, como digo, cuyos edificios siguen aún en uso en nuestras ciudades, a pesar del tiempo, las guerras y las reconstrucciones, y cuyos productos culturales son perfectamente reconocibles por cualquiera, por muy tenue, causal o leve que haya sido su aprendizaje de la historia del arte.
Es precisamente esta facilidad de identificación, especialmente en la pintura, la que constituye una de las principales características del románico y permite calificarlo como un estilo pleno. Aconstumbrados a nuestra idea de la edad media como época bárbara y atrasada, la rigidez y torpeza de la pintura románica parecería responder a nuestros prejuicios, calificando como una arte a la mitad de nada, realizado por artesanos sin soltura ni técnica. No obstante, esa facilidad de reconocimiento de la que hablo nos revela el románico como un arte sometido a unas reglas fuertemente estrictas, ésas que permiten definir un estilo, y que por tanto nos remiten a unos artistas que deben adquirir la formación suficiente para responder a unas exigencias muy precisas, las de sus comitentes y patronos.
Un arte, en fin que se revela esencialmente narrativo, teniendo el objetivo de ilustrar y enseñar a una población fundamentalmente analfabeta los dogmas de la verdadera reilgión, y que lo hace utilizando imágenes convertidas en símbolos, perfectamente reconocibles al vuelo, trazadas con los elementos básicos y esenciales que permitan esa identificación sin duda alguna, utilizando una paleta de colores puros que permita a las pinturas y los frescos brillar en el ambiente obscuro de las iglesias románicas.
Un arte que ahora, pasado, el siglo XX, nos es especialmente atractivo, por su similitud y coincidencia, tanto buscada como casual, con mucho de lo producido por las vanguardias, pero especialmente porque esa intención educativa que constituye el fundamento del arte románico lo hace especialmente inteligible y próximo a unas generaciones educadas en la lectura del cómic, la forma ultramoderna de narrar historias en imágenes y hacerlas compresibles por cualquiera.
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