sábado, 15 de agosto de 2009

No collection to exhibit


Cuando escuché lo de la reorganización de la colección del MNCARS (llamado cariñosamente Sofidú) que su nuevo director iba a acometer como primera tarea en el cargo, no pude evitar arrugar la nariz.

El caso es que el MNCARS (antiguo MEAC) siempre ha tenido un grave problema a la hora de constituirse como museo nacional de arte contemporáneo, el hecho de que no tiene una colección digna de ese nombre, producto tanto del desagrado que las nuevas formas artísticas provocaban en la élites de primeros del siglo XX, como de la política cultural del franquismo, empeñada en mantenernos en un pasado glorioso e inexistente excepto en su mentes, situación que se mantuvo hasta la consolidación de la democracia, a primeros de los 80, cuando ya la modernidad empezaba a ser también algo vetusto y era imposible recuperar el tiempo perdido.

Así que la noticia me pareció un nuevo intento de marear la perdiz, intentado ocultar el hecho de que el MNCARS es un museo al que se va por las exposiciones temporales, no por su colección, como ocurre en cierta medida con la escultura visitable que es el Gugenheim bilbaíno. Un hecho agravado por la transferencia de los grabados del Goya desde el Prado, como queriendo despojar a un santo para vestir a otro, algo ya hecho en el pasado al deshacer el magnífico espacio expositivo creado alrededor del Guernica en el Casón del Buen Retiro, para llevarlo a una sala desnuda y desangelada de un museo no menos desnudo y desangelado...

Sin embargo, y a pesar de mis prejuicios, he de decir que he salido bastante satisfecho de mi visita a la colección renovada.

¿y por qué ha ocurrido así y no como yo pensaba, se preguntarán mis escasos lectores? Para ello, es necesario hacer un poco de historia.

Los muchos años que ya voy teniendo hacen que aún recuerde la colección del MEAC, el precursor del MNCARS, y debo decir que era modélica. El edificio donde se encontraba dentro de la Ciudad Universitaria, ahora museo del traje, sólo tenía el inconveniente de estar en la periferia, como si el franquismo quisiera expulsar esas herejías estéticas de su seno. Por lo demás era un edificio del estilo internacional, muy elegante y muy en consonancia con las obras que albergaba, rodeado de un parque que servía de museo al aire libre y de introducción a la colección en sí ( y del que desgraciadamente se han perdido algunas obras)

El interior, una única planta elevada sobre pilotes, era una U acristalada por todo su exterior, con lo que la luz natural , convenientemente filtrada, penetraba en todo el entorno expositivo y daba a las obras expuestas una viveza y una naturalidad poco usual, en ese tipo de recintos. Por otra parte estaba dividio en pequeñas salas, con muy pocas obras, con lo que el visitante se podía sentir cercano a ellas y admirarlas a gusto. Es más a pesar de proponer un recorrido lineal por el arte peninsular en el siglo XX (sin apenas referencias a los artistas de fuera, por cierto) la forma de recorrerlo era laberíntica con frecuentes recovecos y revueltas, lo que enmascaraba la pobreza de la colección.

Luego, en los 80 se decidió que un museo de arte contemporáneo no podía estar en la periferia, y se traslado al centro. Una decisión acertada, pero no lo fue tanto el edificio elegido, un inmenso hospital en desuso junto a la estación de Atocha. Un edificio enorme al cual le sobraban salas para tan poca colección (lo cual no obstante ha permitido la organización de exposiciones únicas), y que además tenía el problema de que sus salas suelen ser inmensas, empequeñeciendo las obras y alejándolas del espectador que se siente intimidado por la amplitud del espacio. Un problema que se ve amplificado por el blanco puro e inmaculado de las paredes que mata los colores, impidiendo apreciar las gradaciones en sus tonalidades, como ocurre con el retrato de Josette de Juan Gris, una obra única cuando estaba en el Casón, y ahora apenas reconocible.

Inconvenientes que no hacían más que resaltar la pobreza de la colección, producto como digo de nuestro desinterés, cuando no odio, hacia la modernidad, que descubrimos cuando ya había muerto, pero que este nuevo montaje ha venido a solventar en parte.

¿Y eso como? Pues simplemente porque el arte del siglo XX no son las expresiones clásicas, pintura y escultura, el arte del siglo XX añadió varias formas más y rompió las barreras entre las existentes, así que a él y a su trayectoria pertenecen también el cine, el videoarte, la fotografía, la música, el happening y la performance, las bromas y los juegos, las publicaciones, el cómic y las ilustraciones...

Y todo eso es lo que ha sido añadido y se puede disfrutar ahora, haciendo imposible absorber el contenido del museo de una sola visita y obligando a realizar una nueva visita para disfrutar de lo apenas visto, de lo dejado de lado, de lo descubierto.

Que debería ser el orgullo y el objetivo de todo museo, el que la gente desee volver a verlo por su colección, no por los festejos que en el se organicen...

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