miércoles, 9 de agosto de 2006

Dies Irae

...en la reja del coro se publicaban las nuevas leyes y ordenanzas, y los miembros del concejo acudían a la catedral para dicutir los problemas municipales. Allí se celebraban reuniones reglamentarias. Los albañiles sin trabajo utilizaban los espacios libres como lugar de encuentro para estipular contratos de trabajo con los constructores. Esto tenía lugar a menudo durante la celebración de la misa y no era infrecuente que se pidieran interrupciones del sermón o los cánticos.

En el estrépito inmenso se mezclaban el ladrar de los perros y el gruñir de los cerdos; la catedral se utilizaba como atajo para pasar de un lado a otro. Delante del portal meridional se encontraba el mercado de los cerdos, de modo que, de vez en cuando, pasaban o los llevaban a través del templo, también se tiene noticia de que las prostitutas ofrecían sus servicios durante la misa....

Esta desripción de la catedral de Estrasburgo, tal y como se recoge en el extra de Investigación y ciencia (3er trimestre 2005) dedicado a la Ciencia Medieval, no debería sorprendar a nadie que haya leído la descripción de la elección del Papa de Los locos en Notre Dame du Paris de Victor Hugo o sepa en que consistía la fiesta del asno (y la misa en tono de farse celebrada en eas ocasiones).

Al fin y al cabo eran de un tiempo en que religión, constumbres y vida, Iglesia, estado y economía estaban intimamente ligados, mejor dicho, eran completamente indistinguibles, y por ellos los miembros de la jerarquía sabían de la necesidad de contemporizar y dejar vías de escape y desahogo a la población, todo lo contrario, de ahora, en que una religión cada vez más minoritaria, cada vez más alejada de la experiencia cotidiana, se endurece y encastilla en sus posiciones, casi como si volviese a los tiempos de las persecuciones y el martirio.

Pero no es esto lo quería recordar. Mejor dicho al leer este pasaje he dado en pensar en el Dies Irae, la secuencia de la liturgia latina que describe el jucio final con todo lujo de detalles y que constituye asímismo uno de los temas musicales, por su fuerza y su belleza, más reutilizados por compositores de siglos posteriores y de estilos completamente distintos. Una obra que casi constituye un polo de atracción de la música occidental, un punto al que se vuelve una y otra vez, para renovarse reinterpretándolo.

Para mí, el Dies Irae, es especialmente querido. Me trae al curso de 1980-1981, a las clases de historia de la música que nos daba un cura del colegio. Tarea que, la de intentar inculcar comprensión musical a un grupo de adolescentes en plena borrachera de hormonas, que debe ser una de las más ingratas de este mundo, si lo juzgamos sólo por el apodo que dábamos al profesor, el María Virtudes (imagínense el porqué) y lo mucho que nos reíamos a sus espaldas. Unas cctitudes que él, supongo que por los añós de experiencia, aparentaba no notar y perserveraba en empeño de que conociésemos y difrutásemos de aquella música del pasado, tan distinta de la que se llevaba ya entonces, fuera poniéndonos discos, fuera tocando al piano.

...o cantando él mismo, con una voz increíble y poderosa, como la de los ángeles que anunciaran el fin del mundo, el Dies Irae.

Por algúna razón me enamoré de esa melodía, no sólo por la música, ese tema que se repite una y otra vez , y que parece golpearte en la cabeza, como si te anunciase que ya no hay escapatoria, que el tiempo se ha acabado, que todo ha sido ya decidido, sino por la misma letra, por las imágenes que transmite, de final absoluto, inesperado a pesar de haber sido predicho durante siglos, de culpas que ya no se pueden ocultar, de ausencia de refugio, de juez del que no cabe esperar clemencia.

Las imágenes de muerte y destrucción que, de siempre han fascinado a los jóvenes, que casi constituyen una parte del ser joven, se disfrácen como se disfracen.

Muchos años más tarde, a mediados de los 90, en una de esas extrañas revoluciones de las modas, el Canto Gregoriano se puso de moda y, para atender la demanda de, ejém, curiosos y transeúntes que querían gozar de lo último, el mercado se llenó de ediciones de Gregoriano. Me vino entonces, el recuerdo del Dies Irae, y pensé que mejor ocasión no habría para encontrar un buena versión.

No encontre ninguna. Ningún disco la incluía.

La hallé mucho tiempo después. Era una edición grabada en Holanda, el último sitio, y ámbito cultural, del que esperaba encontar algo de esas características, pero vista la carestía, no dudé en adquirirla.

En ella, aparte de una mágnificia versión (y muy curiosa, puesto que al estar grabada en una iglesia de Amsterdam, se puede escuchar el paso de los tranvías, el canto de los pájaros y el rechinar de las puertas del templo) encontré también la razón de que no hubiera más versiones del Dies Irae.

Había sido retirado de la liturgia en 1972, con la excusa de que las imágenes del juicio final que ofrecía, las de un juez sin misercordia, casi vengativo, no se ajustaban con la opinión actual de la iglesia, la apenas salidad del concilio Vaticano.

¿Qué se puede esperar de una institución que mutila ella misma su patrimonio cultural? Es un caso de pacatismo tan grande como el de aquel párroco que tapo con cemento los capiteles románicos de sus iglesia, porque representaban el pecado demasiado gráficamente... algo que a él no debería dejarle domir por las noches, pero que a un hombre de la edad media le habría dejado indiferente, ya que no era una incitación, sino una advertencia.... que debía representarse en toda su crudeza, sin que quedase lugar a la duda.

Olvidando por ejemplo que en la catedral de Chartes hay una vidriera que ilustra la vida de María Magdalena, cuya primera profesión, antes de encontrar a Cristo, es de todos conocida.

¿Adivinan quién la financió?

Justo. Ellas.

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