martes, 29 de agosto de 2006

Tirez-vous les premiers, Messieurs les Français!!

..."Our next maneuver was rather extraordinary. We were ordered to mount bank, front the enemy, and there by word of command go through all the ceremony of soldiery, ordering and grounding our arms; and although the enemy had been firing a little before, they did not give us a single shot". The British may have been filled with astonishment at this display, as Duncan later remarked. More likely, the British officers who watched admired the performance, perhaps some wished that they have ordered it themselves...


The glorious cause. The American Revolution 1763-1789. Robert Middlekauf

Nunca he podido evitar un estremecimiento al leer episodios de este tipo, tan abundantes en la historia de las guerras que se libraron desde primeros del siglo XVIII hasta la inmensa matanza sin sentido que supuso la Primera Guerra Mundial.

Pueden parecernos absurdo, vistos desde ahora, esos ejércitos con uniformes de opereta, que maniobraban en orden cerrado, como autómatas, y atacaban al ritmo de pífanos y tambores, sin buscar substraerse a las balas en sus ataques, rigiéndose por normas y conceptos transnochados.

Sin embargo, en aquellos tiempos, la guerra era tan cruel o más que ahora. No cruel, sino mortífera.

La mayoría de los soldados no morían en el campo de batalla, sino de enfermedad o privaciones, de manera que un ejército en campaña podía encontrarse con que, el día de la batalla, no podía llamar a filas mas que a la mitad o la tercera parte de sus hombres.

No es que las batallas fueran precisamente paseos, llenos de heroísmo o de gestos, como los cuadros de los museos pueden hacernos pensar. Basta pensar que los generales tenían mucho cuidado de no arriesgar sus tropas en batallas que no fueran a ganar de forma clara, puesto que un encuentro, podía reducir aún más la parte útil de su ejército, hasta obligarlo a retirarse de la campaña.

Aunque primitivas las armas del siglo XVIII eran mortíferas en un grado que a nosotros, aconstumbrados a las WMD del siglo XX, nos parece increíble. Un cañon de artillería generalmente no disparaba una carga explosiva, sino una bala maciza, incapaz de hacer el daño que una bomba de ahora puede causar. Sin embargo, los artilleros de entonces calculaban la trayectoria para que la bala rebotase varias veces contra el terreno, como en el juego de la rana, y así pudiera abrir hueco en las formaciones enemigas, penetrando varias líneas en un solo tiro.

Sin olvidarse de lo que podía suponer una carga de fusilería, varías líneas de tiradores concentrando su fuego en la formación que avanzaba contra ellos, y lanzando de una vez, una auténtica granizada de proyectiles. Los testimonios nos hablan de ataques parados en seco, simplemente porque la vanguardia de la formación había sido segada de una vez, y frente a los supervivientes, aún confusos, quedaba la visión de un montón de cadáveres, los de aquellos que los precedían. De hecho, lo único que permitía que los ataques triunfasen, era el tiempo que se tardaba en recargar y que daba a los atacantes la oportunidad de reponerse, superar el espacio que les separaba de sus enemigos, y cargar contra ellos a la bayoneta.

Sin contar con que ser herido en una batalla suponía, casi con seguridad, la muerte, cuando no la mutilación. Sin antibióticos, sin desinfectantes, sin equipos modernos, sin una teoría que le permitiese combatir la enfermedad, lo único que los médicos de aquel entonces podían hacer era extraer la bala, coser todo, y esperar que la naturaleza triunfase... o amputar si todo iba bien.

Y aún así, los hombres marchaban al combate, aceptaban el peligro y la muerte, casi despreciándo a ambos, y rivalizaban en ejemplos de coraje, honor y heroísmo, dirigidos tanto al enemigo que les esperaba como los amigos que les observaban, casi como si compitieran con ellos.

Como ocurrió en la batalla de Fontenay, durante la guerra de Sucesión Austriaca, cuando una unidad de Infantería inglesa se dirigió hacia el centro frances y, cuando estaban a tiro, apenas a unos cientos de pasos, el oficial británico que estaba al mando se descubrió, saludo a sus enemigos y dijo aquello de:

Tirez-vous les premiers, Messieurs les Français! (¡Tiren Uds primero, señores franceses!)

Ante lo cual, el oficial francés que mandaba a los enemigos se descubrió a su vez, saludo al oficial contario y respondio:

Nous, les Français, ne tirons jamais le premiers. Tirez-vous, Messieurs les Anglais! (Nosotros los franceses no disparamos jamás los primeros, ¡Tiren uds, señores ingleses!)

Tras lo cual ambos oficiales volvieron a saludarse, se cubrieron, y el inglés procedió a ordenar. Carguen! Apunten! Fuego!

¿Absurdo?

No más que la guerra de ahora, donde todo se reduce a arrojarse los misiles con mayor alcance y de mayor poder destructivo, y que se libran sin cuartel, no ya para los soldados enemigos, sino para los civiles.

Por eso, si hubiera de participar en una guerra, preferiría que fuera una de las del XVIII, donde al menos pudiera uno morir admirado por amigos y enemigos.

Donde tras la batalla, el enemigo vencido pudiera ser elogiado por el vencedor y se le rindiera el respeto y los honores que su valentía mereciera.

Ellos eran la mejor infantería del mundo. No deberían haber sucumbido de esa manera.

O algo así.

Palabras imposibles de escuchar hoy en día, donde todo enemigo es inhumano por definición, merecedor únicamente de ser aplastado como las cucarachas.

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