Hasta esta mañana, en el madrileño cuartel del conde duque, podía verse una exposición titulada, muy evocadoramente, Azules egipcios, dedicada en su mayor parte a objetos del antiguo Egipto, fabricados en cerámica vidriada de ese color.
Sin embargo, entre las piezas, ha venido un ejemplo de uno de los grandes enigmas de la historía y la arqueología, los retratos del Fayyum, realizados en Egipto durante la época romana. Enigma no en el sentido de misterio o leyenda, sino por el impacto emocional que presentan sobre nosotros, los espectadores de dos mil años después.
Los aficionados al arte, estamos aconstumbrados a la estatuaria oficial, a la pintura propándistica, aquella que idealiza y transfigura para transmitir una ideología, la del poder establecido. Erróneamente, que estas pizas sean las únicas que hayan permanecido tras milenios, nos hace creer que todo el arte es así, envarado, normativo, significante.
Hasta que nos encontramos con esto.
Los rostros de desconocidos, de personas olvidadas con el tiempo, que ha sido retratadas en toda su humanidad, en la fealdad que compartimos todos los humanos, en lo anodino de nuestros rostros. Tratados con un estilo sumario, casi impresionista, que provoca, por su inmediatez, la sensación de estar frente a esa persona, como si los milenios no hubiesen transcurrido. Impresión acrecentada por que nos miran directamente a los ojos, con los suyos muy abiertos, a punto de hablarnos, como pidiéndonos una respuesta que ellos no han encontrado, que nosotros no tenemos.
Los muertos nos miran. Estas pinturas no fueron pensadas para ser vistas por los vivos. Es cierto que muchas fueron realizadas en vida de los hombres que las encargaron, e incluso fueron expuestas en sus casas, pero sólo como recuerdo permanente de la muerte cercana. El día en que sus propietarios fallecierán, estas imágenes se depositarían sobre sus momias y enterradas con ellas. en un lugar donde sólo los seres del mundo podrían contemplarlas.
Y ahora nosotros los miramos, desde detrás del cristal protector de la vitrina.
¿Quiénes están realmente muertos? ¿Nosotros o ellos?
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