A finales de la época muda, un grupo de principiantes en el mundo del cine rodó Gente en domingo. Todos sin excepción y notablemente, Siodmark, Wilder y Zimmemann, se convertirían en nombres imprescindibles en la historia del cine, pero ninguno de ellos volvería a firmar algo como esta pequeña y humilde cinta.
Vista casi ochenta años despúes, esta película continúa siendo revolucionaria. En primer lugar, por tratarse de una obra colectiva, donde es casi imposible determinar quien rodó qué sección, o quién se se le ocurrió tal o cual idea. Concepto éste, el hacer desaparecer al autor, el borrarlo y esconderlo, que está en completa oposición con uno de los ídolos de nuestro tiempo, el de la autoria en el arte.
Ahora, entre nosotros, la personalidad del autor debe traslucirse hasta en el modo en que el artista se corta las uñas, como prueba de autencidad e independencia, pero, si se mira bien, no es más que un mecanismo más de nuestra sociedad de mercado, donde el cliente identifica la marca, y esta representa unas características que aportan dinero, las cuales por tanto se deben negar a los demás.
No es menos avanzada por su contenido temático y por la forma de tratarlo. Vivimos en un mundo donde el minimalismo y la austeridad, el desaliño incluso, se consideran como pruebas nuevamente de libertad y sinceridad, cuando en muchos casos, no son más que medios para hacer tragar doctrinas o embutir moralinas, tan falsas y despreciables como las que critican.
Esta película, sin embargo, no pretende nada, no intenta nada. Su anécdota es mínima, el día de descanso de unos trabajadores y el modo en que gastan su tiempo libre. No hay crítica social, no hay denuncia, no hay incursiones en la psique humana, ni en su verdadera naturaleza. Simplemente la crónica de los amores/desamores, mirada desde fuera, como espectadores, como otros paseantes de ese domingo, cuya mirada se detiene en los protagonistas un instante, para luego distraerse y perderse en otros vacíos acontecimientos de ese día de verano.
Un día de verano que termina y que no termina al mismo tiempo, que no alcanza una conclusión, ni dramática, ni humorística, puesto que sólo es un elemento más en una cadena, un domingo entre muchos domingos, una parada en la larga semana de trabajo, para luego volver a comenzar con la rutina que odiamos, pero de la que no sabemos escapar aunque se nos dé la oportunidad.
Porque al igual que estos personajes, así malgastamos todos nuestras vidas, caminando en círculos, creyendonos más o menos libres, pero todos igual de prisioneros.
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