miércoles, 13 de noviembre de 2013

A Proust Odissey: La Prisonnière (III)

Car à des dons  plus profonds, Vinteuil ajoutait celui que peu de musiciens, et même peu de peintres on possédé, d'user de couleurs non seulement si stables mais si personnelles que, pas plus que le temps n'altère leur fraîcheur, les élèves qui imitent celui qu les a trouvées, et les maîtres même qui le dépassent, ne font pâlir leur originalité. La révolution que leur apparition a accomplie ne voit pas ses résultats s'assimiler anonymement aux époques suivantes; elle se déchaîne, elle éclate à nouveau, et seulement quand on rejoue les ouvres du novateur a perpétuité. Chaque timbre se soulignait d'une couleur que toutes les règles du monde apprises par les musiciens les plus savants ne pourraient pas imiter, en sorte que Vinteuil, quoique venu à son heure et fixé à son rang dans l'évolution musicale, le quitterais toujours pour venir prendre la tête dès qu'on jouerait une de ses productions, qui devrait paraître éclose après celle de musiciens plus récents, a ce caractère en apparence contradictoire et en effet trompeur, de durable nouveauté. Une page symphonique de Vinteuil, connue déjà au piano et qu'on entendait à l'orchestre, comme un rayon de jour d'été que le prisme de la fenêtre décompose avant son entrée dans un salle à manger obscure, dévoilait comme un trésor insoupçonné et multicolore toutes les pierreries des Mille et Une Nuits

 Marcel Proust, La Prisonnière.

Porque a dones más profundos, Vinteuil añadía uno que pocos músicos e incluso pocos pintores poseen, utilizar unos colores no sólamente estables sino tan personales que no es ya que el tiempo no marchite su frescura, sino los alumnos que imitan al que los encontró y e incluso los maestros que le superaron, no consiguen hacer palidecer su originalidad. La revolución alcanzada con su aparición no ve sus logros asimilados de forma anónima por las épocas siguientes: se desencadena, explota de nuevo y únicamente cuando se reponen las obras del ese renovador a perpetuidad. Cada tono se subraya con un color que todas las reglas del mundo aprendidas por los músicos más sabios no podrán imitar, de manera que Vinteuil, aunque tiempo y su lugar hayan quedado fijados en la evolución musical, lo abandonará siempre por ponerse a la cabeza en cuanto se interprete una de sus composiciones, una obra que debería aparecer conclusa tras la de músicos mas recientes, tiene ese carácter en apariencia contradictorio y engañoso, de novedad duradera. Una página sinfónica de Vinteuil, conocida al piano y que se escucha a la orquesta, como un rayo de luz que el prisma de una ventana descompone antes de entrar en un comedor obscuro, desvela como un tesoro insospechado y multicolor toda la pedrería de las Mil y una Noches.

El quiento volumen de À la recherche du temps peru, La Prisonnière, es la conclusión del largo proceso de desengaño y desilusión que  parecía constituir el tema central de la novela. Muchos son los ideales del protagonista que han ido haciéndose trizas a lo largo de ese recorrido: Los Guermantes, la vida mundana, los diferentes países y lugares soñados, el teatro y los escritores, el amor y el enamoramiento. Para esta última categoría, La Prisonnière constituye su punto más bajo, un infierno del que sus participantes no pueden salir, y en el que ellos mismos son sus propios verdugos, sin necesidad de demonios que les inflijan su tortura.

Esta última afirmación puede parecer extraña. La novela, al fin y al cabo, no es otra cosa que la narración del encierro que el protagonista impone a su supuesto amor, Albertina. Poseído por unos celos patológicos, el narrador la aparta y esconde del mundo, apartándola de todo tipos de placeres, especialmente los prohibidos, para reservárselos para sí. Sin embargo, ese aislamiento no surge efecto, no ya porque Albertine siempre pueda encontrar la oportunidad de satisfacer sus gustos - ese lesbianismo que el narrador no puede replicar para ella- sino porque el pasado constituye un amplio país desconocido en el que la "traición" vive y se oculta.

No es ya entonces que el narrador someta a su "amada" a continua vigilancia, es que su locura deviene intenso escrutinio de lo ya pasado y casi olvidado. Sus relaciones quedan reducidos a largos interrogatorios, a los que el silencio y la mentira son la única respuesta. Esa así como el encierro, la tortura de Albertine se convierten en el encierro y la tortura del narrador. Para evitar que en el tiempo de su amada existan regiones desconocidas, el mismo se encierra con ella. Para dilucidar ese pasado ignoto pero temido, se ve obligado a interpelarla con frase contrarias a lo que pretende investigar, anticipando la mentira segura con que será satisfecha la seguridad.

Su convivencia se transforma así en un elaborado cruce de cifras y enigmas, durante el que cada uno de ellos intenta engañar y confundir al contrario. Poco amor queda ya en esa relación, de forma que el vínculo, la razón que los une, acaba reducida a torturar permanentemente a su contrario, juego perverso del que forman parte incluso las amenazas de ruptura, último medio de humillar y forzar al oponente.

Llegado a este punto, destruidas toda ilusion, toda esperanza, incluso las más sagradas. ¿Queda algo por lo que vivir? La respuesta sería un rotundo no.

Y sin embargo lo hay. Frágil y tembloroso. Confuso, ambiguo y contradictorio.

Chaque artiste semble ainsi comme le citoyen d'une patrie inconnue, oubliée de lui-même, différente de celle d'où viendra, appareillant pour la terre, un autre grand artiste. Tout au plus, de cette patrie, Vinteuil dans ses dernières années semblait s'être rapproché. L'atmosphère n'y était plus la même que dans la sonate, les phrases interrogatives s'y faisaient plus pressantes, plus inquiètes, les réponses plus mystérieuses; l'air délave du matin et de soir semblait y influencer jusqu'au cordes des instruments. Morel avait beau jouer merveilleusement, les sons que rendait son violon me parurent singulièrement perçants, presque criards. Cette âcreté plaisait et, comme dans certaines voix, on y sentait une sorte de qualité morale et de supériorité intellectuelle. Mais cela pouvait choquer. Quand la vision de l'univers se modifie,  s'épure, devient plus adéquate au souvenir de la patrie intérieure, il est bien naturel que cela se traduise par une altération générale des sonorités chez le musicien comme de la couleur chez le peintre.

Cada artista parece así ciudadano de una patria desconocida, olvidada por el mismo, diferente a la de la que proviene, preparando a lo largo de la tierra, la llegada de otro gran artista. En lo posible, Vinteuil parecía haberse acercado a esa patria desconocida. La atmósfera no era ya la misma que en la sonata, las frases interrogativas eran más urgentes, más inquietantes, las respuestas, más misteriosas. El aire limpio de la mañana y de la tarde parecía haber influido incluso en las cuerdas de los ejecutantes. Morel se daba entero tocando, las notas que emitía su violin me parecían singularmente aceradas, casi un grito. Esta acritud era placentera y como en ciertas voces se sentía un así como calidad moral y superioridad intelectual. Pero esto puede sorprender. Cuando la visión del universo se modifica, se purifica, se torna más adecuada al recuerdo de esa patria interior, así que es natural que se traduzca en una alteración general de los sonidos en el músico y del color en el pintor.

Se trata de nuevo del arte, de su disfrute.

En medio de la desesperación y el sufrimiento que suponen para el el encierro de Albertine, el narrador va a asistir a una ejecución del septeto (¿o es un octeto?) de Vinteuil durante una de las cenas de los über-snob Verdurin. Es en ese instante cuando experimenta una revelación, sin consecuencias aún, pero de extrema importancia en el conjunto de la novela, como muestra tanto su extensa longitud, como el tratarse de uno de esos pasajes que todo el mundo recuerda.

No es que no tenga precedentes en el ciclo de À la recherche... El otro pasaje que todo el mundo recuerda es el encuentro de Charles Swann con la Sonata de Vinteuil en Du côte de Chez Swann, justo al inicio de ese largo viaje que es la obra magna de Proust. Sin embargo, las diferencias son abismales. Swann apenas llegaba a intuir un significado superior, fuera del recuerdo del amor de Odette de Crecy, y enseguida lo olvidaba, al igual que se habían desvanecido sus ambiciones artísticas. Para el narrador de la novela, por el contrario, el octeto se convierte en una excusa para embarcarse en una larga meditación sobre el arte y la vida, que tendrá consecuencias cruciales muchos más tarde, aunque parezca también desvanecerse sin dejar rastro como en el caso de Swann.

Es cierto que ese cambio de óptica se debe en no poca medida a que quien escribe, lo hace mucho tiempo más tarde, cuando ya se ha metamorfoseado en artista. Eso explica la seguridad, la certeza, con que se realiza la disección de la obra y de sus ramificaciones filosóficas. Entre ellas, se encuentra una paradoja, que al mismo tiempo es otro de los núcleos temáticos de Proust. Si la belleza experimentada por Swann procedía de una obra compuesta y terminada por Vinteuil, en el caso del septeto nos enfrentamos con algo que quedó en estado de borrador a la muerte del compositor y que fue desenterrado, resucitado por la hija de éste, responsable en parte, como bien sabemos de la tristeza y la depresión que le llevó a la muerte.

La belleza, la absoluta belleza, proviene de una obra cuya autoría es confusa y cuyo nacimiento es poco menos que milagroso, casi un imposible dado el curso de los acontecimientos. Es quizás por eso mismo, por no ajustarse a nuestras estrechas concepciones, por lo que su grandeza es prácticamente sobrenatural, en el sentido de definitiva y sobre todo, idea central en Proust, por descubrirnos un nuevo mundo desconocido, existente sólo en el momento de la interpretación de esa música, pero que se nos aparece mucho más real y veráz, más pleno en recompensas, más digno de ser vivido, que el infierno de la incomunicación y los desengaños en el que vivimos.

Pero no es tampoco porque nos descubra un mundo nuevo, no visto aún por nadie, aún por descubrir y explorar. No, ese mundo no está vacío y si lo estuviera, no merecería la pena. Lo importante, lo realmente importante de ese mundo, donde realmente estriba su valor, es que es el mundo tal y como lo ve otra persona, como si las barreras corporales y mentales se hubieran derribado por completo, mejor dicho, nunca hubieran existido, y el pensamiento de otra persona, lo que es y lo que quiere ser, lo que ama y ansía, lo que odia y rehuye, se nos mostrase en toda su extensión como si fuera nuestro, como si fueran nuestros propios pensamientos y apetencias.

El arte, el verdadero arte, se convierte así en el único medio, el único realmente eficaz de comunicación entre los seres humanos. Cualquier otro es vano y estéril, sin que el amor o el cariño, como es el caso de la relación entre el narrador y Albertine, puedan nunca aspirar a franquear todos esos obstáculos que nosotros mismos nos afanamos en construir y reconstruir incesantemente.

Le seul veritable voyage, le seul bain de Jouvence, ce ne serait pas d'aller ver de nouveaux paysages, mais d'avoir d'autres yeux, de voir l'univers avec les yeux d'une autre, de cent autres, de voir les cents univers que chacun d'eux voit, que chacun d'eux est; et cela nous le pouvons avec un Elstir, avec un Vinteuil, avec leurs pareils, nous volons vraiment d'étoiles en étoiles.

El único viaje auténtico, la única fuente de la juventud, no sería marchar en busca de nuevos paisajes, sino tener otros ojos, contemplar el universo con los ojos de otro, de cien otros, de ver los cien universos que cada uno de ellos ve, que cada uno de ellos es. Eso lo podemos hacer con un Elstir, con un Vinteuil, con sus iguales, con los que verdaderamente volamos de estrella en estrella.

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